El deseo intestino de ser madres las anima a sortear cualquier imposibilidad. Incluso, la de no tener un compañero y proyectar la concepción y crianza de sus hijos sin un padre. Rondan los 40 años, alcanzaron un sólido desarrollo intelectual y son autónomas económicamente. Es el declive de su reserva ovárica, paradójicamente, lo que las empuja hacia la maternidad por la vía de la fertilización asistida.
Hoy, esas madres solas, ayudadas por tratamientos de reproducción asistida, representan casi el 1 por ciento de las 6800 prácticas de alta complejidad realizadas en los 32 centros especializados del país. La proporción es similar en el caso de las inseminaciones artificiales de donante desconocido, estimadas en casi 14.000 prácticas al año.
Lo novedoso es que, hace unos pocos años, el número de mujeres solas que recurrían a ambos tratamientos no llegaba siquiera a conformar una cifra estadística valorable.
El paso lo dan solas, amparadas en los bancos anónimos de semen, y la ovodonación es la esperanza para la mujer que es parte del 15% de la población infértil del país. Sus madres las acompañan en la consulta, y la familia apoya la decisión y ayuda en la crianza.
Se trata de una elección difícil en la que se resigna a conciencia la figura paterna. No pueden seguir esperando -dicen- «el amor que nunca llegó». Todas repiten un mismo sentir frente a la LA NACION: «Tener a mi hijo es lo más importante que hice en mi vida».
Según Fernando Neuspiller, director del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), la elección de la maternidad en solitario se incrementó en el país alrededor del 75% en los últimos cinco años. «De los procedimientos realizados en esas circunstancias, el 70 por ciento de las pacientes recurre al banco de semen y, el resto, también al de óvulos, ya que no tienen respuesta ovárica o se han sometido a tratamientos de quimio o radioterapia», afirma.
En el centro Halitus, en 2008, los casos de mujeres solas fueron diez y, en lo que va del año, ya suman 12. La mayoría docentes, que se acercaron con esa misma intención, señaló su director, Sergio Pasqualini.
Stella Lancuba, directora del Centro de Investigaciones en Medicina Reproductiva (Cimer), dice que las mujeres llegan tarde a la primera consulta sobre fertilidad: el promedio de edad es de 38, 5 años. Sucede, afirma, porque en el pico de su fecundidad, que ocurre entre los 25 y los 31 años, no se plantean ser madres y priorizan su desarrollo profesional.
«Es muy común verlas en nuestros consultorios. El hito de cumplir 40 años las marca profundamente. Se han quedado sin el hijo y sin la pareja, y ésa es una situación pesada. Algunas tuvieron al compañero y lo perdieron; otras nunca se casaron. Pero todas tienen un fuerte deseo de ser madres como destino en el mundo», cuenta Lancuba.
Tipos de tratamientos
El tipo de tratamientos varía según el caso, explican los especialistas. La inseminación de donante (colocar el esperma con una cánula dentro de la cavidad uterina) se hace hasta los 40 años. Pero se debe atender que la tasa de embarazos después de los 37 años es del 30 por ciento. A los 42, sólo un 5 % de las mujeres logra el embarazo con sus propios óvulos. Y, después de esa edad, la madre debe entrar en el programa de donación embrionaria y someterse a técnicas de Fecundación In Vitro (FIV), de Transferencia de Gametos Intratubárica (GIFT) o de Inyección Intracitoplasmática de Espermatozoides (ICSI).
«Los médicos proponemos una donación voluntaria y altruista. En el 80 por ciento de los hombres donantes de hasta 42 años (ya que luego los espermatozoides presentan anomalías en su ADN que los hacen menos fecundos) la solidaridad tiene una alta aceptación. Solo a un 20% se le abona la muestra con $ 100, a manera de reembolso por los gastos ocasionados», cuenta Lancuba que, en junio pasado, estrenó un banco de semen testeado por biología molecular. Someten las muestras a chequeos de sida, sífilis, hepatitis y otras infecciones.
Las madres piden que el donante tenga características físicas parecidas a las de ellas y eso se cumple en la selección. Pero no hay fotos o entrecruzamientos de datos entre donante y receptor. «Sin embargo -advierten los especialistas-, la mayor cantidad de embarazos se produce cuando no hay una selección eugenésica y se prioriza al bebe sano».
Los médicos cuentan que los hijos de madres solas son niños que tienen un perfecto desarrollo psicosocial. «Son hijos del amor y con un férreo tejido de afecto por todos lados. ¿Cuántos hijos hay que tienen papá biológico presente y no son queridos o el padre no los ve?», argumenta Neuspiller.
Con la colaboración de Soledad Vallejos
Testimonios
«Sólo deseaba que mi bebe fuera sano»
«Lo ideal es tener un hijo del hombre que amás. Pero no todo sale como uno querría. La vida te sorprende con otras cosas y lo que yo tengo hoy no se puede comparar con nada», dice María. Tiene 44 años; vive en Lomas de Zamora; es empleada bancaria y madre de mellizos, de dos años. Tuvo varias parejas, pero con ninguna llegó a formar una familia. Sus hijos Ana y Miguel nacieron en el primer intento de fecundación in vitro con semen de donante.
Para pagar el tratamiento de 15.000 pesos, recurrió a sus ahorros y a la ayuda económica de sus padres. Delegó la elección de la muestra del donante en una médica de Cimer. No pidió ninguna característica especial. Como toda madre, sólo deseaba que fuera un bebe sano y, a los 42 años, lo logró. «Mis padres me dieron el empujoncito en la decisión y hoy cuidan de mis hijos mientras trabajo», dice, y cuenta que, cuando anunció en el banco que sería madre sola, todo fue algarabía. «Es cierto que a veces te pesa no tener a alguien con quien compartir las decisiones, pero es lo que me tocó», sentencia con aceptación. Confiesa que recurrió a una psicóloga para ensayar la explicación que inexorablemente vendrá y que, en algún momento, se cuestionó si la suya no era una decisión egoísta. «No, no lo es», dice.
«A ellos nadie los abandonó. Cuando llegue el momento, les explicaré que nacieron del amor y de la ayuda de una persona que no es un papá.»
«Siempre supe que formaría una familia»
Fernanda siempre quiso ser madre y una de las ilusiones más grandes que tenía cuando se casó, a los 30 años, era formar una familia. En poco tiempo, quedó embarazada, pero durante el primer trimestre de gestación, perdió a su bebe. «Siempre tuve la ilusión de formar una familia, y perder a mi bebe fue un golpe terrible. Después, me separé», cuenta Fernanda, que pidió reserva de su apellido.
Ya sin pareja, con 33 años y un problema hormonal que apareció tras la pérdida del embarazo, fue a consultar a un especialista, que le pidió estudios para analizar el caso. «Después de verlos, me dijo muy suelto de cuerpo que nunca en mi vida iba a poder tener un hijo ?recuerda?. Me destruyó y, casi sin esperanzas, fui al centro Halitus, como para no quedarme con una sola opinión.»
Allí la atendió un especialista que, para sorpresa de Fernanda, encendió una luz de esperanza. ««Es difícil, pero no imposible»», me dijo, y después de tres intentos, durante dos años, finalmente quedé embarazada.»
En cada uno de estos intentos, Fernanda explica que el donante siempre fue distinto. Sin embargo, en cada ocasión, solicitó las mismas características. «Tez blanca, ojos claros y pelo castaño. Así soy yo, y quería que fuera lo más parecido posible a mí». Matías hoy tiene siete meses. «Y es un morocho de ojos negros hermoso. No es parecido a mí, pero es igual a mi abuelo», dice risueña.
«Cuando él crezca, le diré toda la verdad»
Está embarazada y feliz. Liliana está a punto de dar a luz a su primer hijo, Juan. «Tuve un embarazo fantástico y siempre me sentí muy bien. Pero, como no quiero correr el riesgo de romper bolsa a las 4 de la mañana y estar sola, decidí tener una cesárea programada. Quiero estar tranquila», dice.
Liliana, una mujer de 42 años, forma parte de un pequeño, pero aguerrido grupo de mujeres para las que el deseo de ser madre es lo más importante en sus vidas, y para quienes convertirse en madres solteras mediante la inseminación artificial de un donante desconocido no es un motivo que las avergüence, sino que las llena de orgullo.
«Después de casi diez años de matrimonio, la relación con mi pareja se disolvió. Hasta ese momento, nunca había sentido ganas de ser madre. Cuando mi hermana menor tuvo hijos empecé a engancharme con los bebes. A los 40 años, sentí que no podía dejar pasar mucho tiempo más», cuenta Liliana.
Recurrió al centro médico Halitus y, tras cinco intentos, a fines del año pasado se enteró de la gran noticia. Cuando Juan crezca, asegura, le contará toda la verdad. «Hay mujeres a las que les cuesta admitirlo, y les dicen a los demás que el padre murió o algún argumento similar. Mi bebe es un hijo deseado con toda mi alma y estoy segura de que, desde el amor, comprenderá todo lo que hizo su madre. Cuando él crezca, le diré toda la verdad.»