Desde la década del ‘70 la mujer adquirió mayores libertades, creció profesionalmente y desempeñó nuevos roles sociales provocando ciertas expectativas de igualdad en la relación de pareja que funcionan como inhibidores de la violencia familiar, afirman quienes estudian este hecho social. Sin embargo, siempre que se menciona la violencia familiar en su sentido más amplio se ubica a la mujer en el lugar de la víctima, siendo que también existen mujeres violentas.
Si bien en el modelo de expectativas igualitarias de pareja, que en general puede verse hoy, los comportamientos violentos están disminuidos, los casos de violencia doméstica siguen siendo habituales.
“En general, las mujeres que padecen violencia familiar, provienen de hogares en los cuales no aprendieron modelos asertivos de comportamiento y expresan su disgusto, su insatisfacción y aún sus sentimientos de impotencia, con gritos, amenazas, arañazos, mordidas, arrojando objetos, golpes, etc. Suelen expresar la violencia conyugal frontalmente, físicamente o con discusiones interminables y también de un modo sutil, con críticas, ironía, desvalorización y comparando a su pareja con otros hombres”, afirma la doctora Beatriz Literat, médica sexóloga, del Departamento de sexología y disfunciones sexuales de Halitus Instituto Médico.
En este contexto, la sexualidad es una poderosa herramienta de violencia ya que permite actos vengativos sutiles, como la negación al varón de sus derechos sexuales o declararse siempre insatisfecha, con la intención de generar sentimientos de impotencia. A veces la mujer es consciente del daño que provoca y otras no. En ocasiones es el único lenguaje de protesta conoce: por no ser capaz de expresarse con la palabra de un modo concreto o con otras actitudes más constructivas y eficaces. Más aún, “existen mujeres que no sólo son violentas con su pareja. Cuando no logran su objetivo, puede que utilicen a los hijos para lograr el control o que estos se vuelvan objeto de violencia a modo de venganza por lo que no puedan conseguir de su pareja”, continúa la sexóloga.
Tratamiento, apoyo y el rol de la familia
Según Literat, “deberían existir sistemas y organizaciones, tanto a nivel público como privado, para rehabilitar a las mujeres que tienen conductas violentas y enseñarles conductas positivas que reemplacen a las otras, tan destructivas. En muchos países desarrollados existen a nivel público ‘programas de control de la ira’, que emplea la justicia para quienes cometen delitos de orden privado y público en este sentido. En nuestro país, solamente existen ‘centros de atención a la víctima’ y no se tiene en cuenta que una persona iracunda es también una víctima de sus propios impulsos, que no puede controlar”.
Por otra parte, concluye, “la primera escuela de comportamiento es el hogar. Desde pequeñas, las mujeres –y también los hombres- deberían ser enseñados con modelos de comportamiento y de resolución de problemas que sean pacíficos y efectivos, para que no asuman que el único modo de hacerse escuchar o de conseguir algo es con el grito o el golpe”.