S e puede llamar Fanny, Caro o Silvia y en una esquina cualquiera encontrarse con Juan o José. Como Mariana y Julián, que se cruzaron en la universidad y catorce años después estaban en un cuarto de hotel, con una botella de champán, aunque todavía no sabían si habría algo que festejar. Entre el irresistible acercamiento en las aulas y aquel momento, se amaron, se casaron y tuvieron un maravilloso hijo. Pero el orden de la historia no sigue la línea de tiempo convencional.
Esa tarde, en esa habitación, Mariana y Julián intentaban como tantas otras veces recrear la escena tan deseada y temida: el coito. Durante esos años, los juegos sexuales con los que habían comenzado a encontrarse los cuerpos se perpetuaron, otorgando gran placer, pero dejando excluido el inalcanzable «uno dentro del otro». Afuera, un pacto de silencio guardaba el secreto entre sábanas. Por primera vez, habían decidido ponerle fecha de vencimiento.
Aunque durante mucho tiempo se sintieron únicos, como ellos muchas parejas recorren el mismo camino de silencio, viven la imposibilidad del coito penetrativo como una carencia, se perciben incompletos y luchan por sentirse incluidos en ese universo de ser igual que los demás.
Un término lejano le pone nombre a esta difi cultad: matrimonio no consumado, tomado del vocabulario jurídico y religioso, cuando el mandato bíblico de «una sola carne» lo incorporó en el derecho canónico y civil como causa de disolución o nulidad del vínculo conyugal. Otro, más próximo, lo denomina «noviazgo o pareja no consumada» y amplía el universo de vínculos.
Aunque poco habla de la angustia, técnicamente la relación no consumada defi ne a las parejas que no han podido lograr la penetración vaginal en un lapso de seis meses establecido arbitrariamente. Las causas de esta imposibilidad pueden encontrarse en dificultades sexuales femeninas como masculinas. En el origen de esa sintomatología subyace la desinformación sexual, historias personales, situaciones traumáticas de la infancia, ansiedades o temores.
Mariana es una voz joven en el teléfono. Como todas las personas que aparecen en la nota, su historia fue recreada con un nombre prestado que
borra los rastros identifi cables en los hechos que relatan. El silencio de Mariana había comenzado en casa. El sexo era algo oscuro, de lo que no se hablaba. La fi gura rígida y exigente de su mamá hacía sentir su presencia. «Creía que estaba en todos lados, que nos vigilaba siempre. No me animaba a desafiarla, tenía miedo.
Eso me marcó mucho», dice.
Después de un año de noviazgo con Julián, se deseaban y había ganas de más y entre mentiras y coartadas, tuvieron su primera vez. «Sentí que tenía una pared impenetrable, que me desgarraba. Y con el tiempo fue peor, con cada intento empezaba a agitarme, a transpirar, a temblar, me ahogaba.
Era una situación horrible y la depresión que sentíamos los dos después, tremenda.» A contramano de estas dificultades el sentimiento crecía, la relación se afi anzaba y tenían un proyecto.
Secretos de alcoba
Visible y exacerbada de imágenes sugerentes, la sexualidad de estos tiempos pareciera negar la vigencia de esas difi cultades. «Es más frecuente de lo que se cree», señala León Gindin, médico sexólogo del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro y uno de los pioneros en sexología en el país. Si bien en la literatura médica no se encuentran datos sobre la incidencia, se estima que podría alcanzar a una de cada cien parejas.
Entre 1990 y 2008, sobre 17.000 casos registro de consultas sexológicas efectuadas en el Centro de Educación, Terapia e Investigación de la Sexualidad (CETIS) , entre el 1 y 2% de las consultas se refi eren a matrimonios no consumados.
Gindin aporta su experiencia en el tratamiento de esta difi cultad: «Me llama la aten
ción cómo se amplificaron.
Del año 1990 al 2000 atendí alrededor de cien casos y del 2001 al 2010 llevo casi quinientos», precisa. No es casual el término que utiliza: la difusión del tema y la esperanza de solución repercute en los consultorios. La ausencia de datos se debe, justamente, a que son muchas las parejas que no consultan: «Por vergüenza. Es muy difícil decirle al ginecólogo: `No puedo tener penetración’. Todavía muchos profesionales esperan que el paciente lo diga. Cuántas veces una mujer fue al ginecólogo y el profesional le preguntó: `¿Cómo es tu sexualidad?’», argumenta.
«Y los varones están más aislados: no van al andrólogo, nadie sigue el crecimiento de sus genitales ni los estudian hormonalmente y siempre se espera que sean acróbatas sexuales»: quien hace el comentario es Cristina Fridman, socióloga, especialista en educación sexual, diplomada en educación médica y docente de la UAI (Universidad Abierta Interamericana). Ella y Gindin escribieron el libro Matrimonios no consumados, donde parte de esta problemática está presentada a través de historias de vida fi ccionadas en relatos, leyendas o a modo de diario íntimo.
«Eramos uno para el otro, teníamos un buen intercambio erótico, pero fracasaba en la penetración», recuerda Julián.
Igual se casaron. «Aposté a que lo resolveríamos.» Mariana consultó a un ginecólogo y a otro sin éxito y comenzó terapia. Hasta que un día, un test de embarazo dio positivo.
«Era increíble, nunca me había podido poner un tampón ni hacerme un PAP. Fue un milagro», dice Mariana, feliz por el hijo que tienen. El milagro se produjo por un coito interfémora la eyaculación entre las piernas sin penetración .
«Eso calmó la ansiedad de que nunca íbamos a ser padres, que no se expresaba abiertamente pero estaba», recuerda Julián. La difi cultad persistía y la angustia e impotencia los llevó a decir basta y encarar un último tratamiento sexológico. «Si fracasaba, íbamos a vivir nuestra sexualidad de la forma que la disfrutábamos, y mucho», cuenta Julián. Esa tarde, en ese cuarto de hotel, lloraron abrazados. «Me sentí libre», dice Mariana.
Claudia Groisman es psicóloga, sexóloga y coautora de El desafío de la sexualidad y Sexualidad y afectos. Desde los años `80 se especializa en parejas con esta dificultad.
Prefi ere hablar de este cuadro con terminología propia: pareja heterosexual con imposibilidad coital en vagina, más preciso y menos peyorativo que matrimonio no consumado, concepto que privilegia el objetivo copulativo-reproductor de las relaciones sexuales. «La mayoría de estas parejas explica tienen un buen vínculo sexual, hay deseo, excitación y orgasmos de diferentes maneras, se quieren, se llevan bien y lo característico es que mantienen el secreto, que es fundante en estas relaciones.» En la mujer, las difi cultades sexuales que producen esta imposibilidad son el vaginismo (contracción involuntaria de los músculos de la vagina que impide la penetración) y la dispareunia (dolor en el coito). En el hombre, la eyaculación precoz o problemas de erección; en ambos, puede presentarse una fobia sexual.
La mayoría de los casos corresponde a vaginismo y, además de causas de origen masculino, pueden ser mixtas. Los motivos orgánicos se dan en menos del 10% de los casos. «El cuadro siempre tiene características propias. El vaginismo puede ser situacional con un señor sí y con otro no y los niveles de contracción vaginal variar hasta casos extremos que aparecen descriptos por las mujeres como una pared.
Una difi cultad erectiva puede ser absoluta entonces no hay ingreso peneano o parcial: por ejemplo, cuando un hombre usa preservativo y le provoca pérdida de la erección», describe Groisman.
José y Patricia habían prometido esperar hasta casarse para estrenar sus cuerpos. El noviazgo había transcurrido con pocos besos y mucha inocencia. José provenía de una familia religiosa y sexo era una palabra fuera del vocabulario. La noche de bodas sería, para ambos, el debut sexual.
Pero esa noche sólo hubo caricias, besos y desencuentro.
La unión tan esperada debió esperar años. «Me daba pánico la idea de sentirme involucrado en un acto sexual. Había evitado tanto el sexo que le tenía miedo, repulsión, y me descontrolaba. Cuando estaba con Patricia quería salir corriendo», dice José. En la intimidad podían abrazarse pero sin acercar demasiado sus genitales. Otras veces, hasta una caricia le producía rechazo; pensaba que algún día ocurriría el milagro. «Hemos llorado, discutido y sufrido todo en silencio», dice Patricia.
Ni uno ni otro: los dos
Tradicionalmente estas disfunciones eran tratadas desde una perspectiva individual.
En su libro, Gindin y Fridman postulan que el matrimonio no consumado debe considerarse como una entidad clínica independiente: «Cuando no se puede lograr la penetración vaginal durante un largo tiempo, el problema abarca necesariamente a los dos», explica Gindin. La difi cultad reside en la dinámica de la pa
reja, como lo defi ne Fridman: «Un encastre que mantiene la sintomatología y la difi cultad hasta que alguno de los dos o ambos llegan a cierto cansancio, hartazgo o una enorme angustia».
Con el tiempo las difi cultades, a veces, se intersectan, se contagian. Si una mujer tiene vaginismo, puede suceder que el hombre comience a sufrir una pérdida de la erección o eyaculación precoz. En sentido contrario, si el hombre tiene la difi cultad, el mito de que es él quien tiene que saber más le impide a la mujer guiarlo o asesorarse y termina bajando su propia libido para no dejarlo en una posición menos viril. ¿En qué medida estas difi cultades interrogan sobre los lugares sexuales limitantes, donde el hombre puede con cualquier mujer y tiene estatus de experto? «Hasta en los manuales para médicos todavía se describe una situación pasiva de la mujer que está esperando ser penetrada y un varón que tiene que acometer. Es una distorsión enorme. Nunca la vagina abraza al pene, lo selecciona», explica Fridman.
La vergüenza y el temor a separarse porque suponen que les va a suceder lo mismo con otra persona los mantiene unidos durante años guardando el secreto. ¿Por qué se quiebra el pacto? «En la mayoría de los casos, el motivo de consulta es la búsqueda de un hijo», señala Groisman. En otras situaciones, la infertilidad es la mentira con la que se oculta la verdadera razón de la ausencia de hijos. «Prefieren presentarse como pareja infértil agrega Groisman . A veces la presión familiar y social es mucha y que aunque les vaya extraordinario en el vínculo interno ya no saben qué decir y quedan conminados a consultar a un especialista en esterilidad.»
A Pedro le daba vergüenza escuchar hablar a sus compañeros o amigos sobre sus hijos o los que estaban por venir: «Los oía y pensaba que no podía llegar a lo mismo…», dice. Al principio, con María creyeron que lo resolverían solos. Después, pasaron por la consulta ginecológica. «Mi idea era que existía una pared impenetrable», dice María.
Luego llegó el tratamiento psicológico, que finalmente no prosperó: «Nos fuimos cansando de tanta conversación que no producía cambios», recuerda. El tiempo pasaba y crecía la fantasía de que solamente una inseminación artifi cial iba, algún día, a permitirles tener un hijo.
Desde hace unos años, Halitus, el instituto especializado en reproducción asistida, cuenta con un área de disfunciones sexuales para atender a muchas de las parejas que llegan allí por problemas de fertilidad, cuando la causa es la no consumación. «Todavía está mejor visto consultar por fertilidad que por sexualidad», reconoce Beatriz Literat, especialista en disfunciones sexuales del departamento de Sexología de Halitus. «Pero mientras la pareja tenga esta disfunción no hay manera de saber si son fértiles», agrega.
La dificultad sexual, para la médica, puede haber aparecido antes del matrimonio y mientras la persona estuvo sola lo resolvió como pudo, pero una vez que formó pareja se da cuenta de que es inmanejable y que además le trae problemas de fertilidad.
Silvia recuerda que a los cuestionamientos familiares sobre hijos las respuestas eran «todavía no», «no es el momento» o «queremos estar mejor económicamente». Silvia se defi ne como una persona retraída, a la que le costó formar pareja. Hasta que conoció a Javier. «No había tenido experiencias anteriores», relata.
Desde el primer momento, «tenía pánico a la penetración y rechazo a mi cuerpo, a verme los genitales». Durante siete años, mantuvieron juegos amorosos de caricias y besos, pero siempre con la misma limitación. «Eso genera mucha angustia. Lo que era normal para los demás, para uno no.» Hizo terapia y pudo encontrar miles de razones, pero hoy sabe que no es sufi ciente para resolverlo. «¿Y el deseo? Siempre existió. Pero empieza a pesarte la frustración y tratás de evitar el contacto.» El tiempo transcurría y surgió el planteo: «Yo adoraba a mi marido, me acompañó siempre, pero no le podía hipotecar la vida».
Buscando otras alternativas, encontraron en el tratamiento sexológico la respuesta: trabajarlo desde el propio cuerpo.
Los especialistas coinciden en que estas terapias sexuales son breves, entre diez y veinte sesiones, e incluso Gindin elaboró un programa intensivo de una jornada prolongada, con la participación de un equipo interdisciplinario sexólogo, urólogo, ginecólogo y psicóloga , recurso con el cual redujo las deserciones. En el tratamiento, paso a paso, el paciente avanza en el autoconocimiento, se realizan ejercicios de relajación, desensibilización, se trabajan los miedos y ansiedades y se aprende a dominar la situación.
Cada terapia está pensada casi a medida y tiene muy altas probabilidades de éxito. Los logros obtenidos no retroceden.
Los especialistas sugieren que una vez conquistada la ansiada unión, no abandonen las prácticas anteriores que tanto disfrutaban. Los seres humanos tienen innumerables maneras de expresar su sexualidad y encontrar el diálogo ideal de los cuerpos. El menú es a la carta.
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¿La culpa es de los ancestros?
El matrimonio no consumado tiene una larga historia y pareciera ser consecuencia de valores y educación de épocas pasadas con más restricciones y menos libertad sexual. «Lo que es llamativo es que estas dificultades persistan no como un resabio cultural antiguo sino como algo que acompañó a la sociedad», sostiene el sexólogo León Gindin. Desde sus orígenes, las religiones fueron depositarias de la regulación en materia sexual. «Si uno mira para atrás, encuentra preservaciones del goce de la mujer que nunca hubiera pensado que podrían estar escritas en el Talmud. En la religión católica no siempre hubo las mismas disquisiciones sobre qué era tabú o no para la pareja. Pero cuando el grupo en pelea necesitó asegurar la supervivencia, focalizó la sexualidad para la reproducción y se hace muy prohibitiva para otra serie de erotismos que no tenían que ver con ese fin», reseña la socióloga Cristina Fridman. ¿De qué manera dogmas religiosos, mandatos, tabúes o creencias influyen en estas dificultades? «Si tomamos mujeres que transitan la década de los cuarenta, hay educación religiosa presente, mandatos familiares, padres muy controladores que generaban temor a la sexualidad. Hoy, los miedos que se transmiten son a las enfermedades de transmisión sexual y al embarazo. El vaginismo sigue, pero los fundamentos son otros.
Antes era `Dios te va a castigar’, hoy es el miedo a embarazarse o a embarazar», observa la especialista en disfunciones sexuales Beatriz Literat.