Con una pincelada mágica, Ulises, nuestro hijo, borró aquellos lejanos años de dolor y soledad - Halitus Instituto Médico - Líder en tratamientos de Fertilización asistida

Historias

Inicio - Historias

Con una pincelada mágica, Ulises, nuestro hijo, borró aquellos lejanos años de dolor y soledad


"Mi corazón espera hacia la luz y hacia la vida
otro milagro de la primavera"
Antonio Machado

El leve chirrido de la hamaca me entretiene, me tranquiliza, como tantos pequeños detalles: sonidos, imágenes, olores cotidianos me recuerdan que soy mamá, que Ulises es hoy una maravillosa realidad, que hace seis años fue tan sólo un sueño desesperado.
Así, desesperados por un sueño, llegamos un día a Halitus, mi esposo y yo. Entre todas las palabras cálidas que nos brindó el equipo del Dr Pasqualini, escuchamos las que veníamos a buscar: “Es posible”.
No quisimos saber el porcentaje de éxito en aquellos primeros años noventa, porque unidos a éste se encontraba también el de fracaso. Contamos nuestra historia de siete años de frustraciones: un embarazo ectópico, una fecundación in vitro que no resultó y nuestra férrea decisión de ser padres. La propuesta fue realizar otro FIV.
Recibimos asistencia psicológica, juntamos el dinero y comenzamos el tratamiento al pie de la letra, porque confiábamos en Halitus y sentíamos que también éramos parte de ese equipo de médicos, porque nos unía un objetivo mutuo: “cumplir un sueño, lograr el nacimiento de este bebé tan esperado”.
Aún guardo en mis oídos la cadencia de “Cántaros de amor” que entonaba Víctor Heredia desde los parlantes de la sala de espera de ecografías. Recuerdo que me emocionaba y me ayudaba a soñar, a esperar.
Aquella fue toda una etapa emocionante en mi vida, desde la primera visita hasta el nacimiento de Ulises. En la aspiración de ovocitos, pedí a la anestesista permanecer conciente durante la punción para no perder un instante de lo que fue una encantadora experiencia. Los médicos contaban los óvulos extraídos y yo los miraba por la pantalla, el biólogo los examinaba. Estaba, sin ninguna duda, en las mejores manos y participaba pasivamente con gran fascinación.
Luego de tres días se realizó la transferencia de los embriones. Una lluvia torrencial brillaba gota a gota sobre Buenos Aires, no la olvido. El Dr. Pasqualini bromeó con el catéter en la mano: “Los vine resguardando de la lluvia”, dijo. Mi esposo y yo sonreímos y sentí que todo mi ser quería proteger ese tesoro.
Tres días de reposo y luego a las tareas cotidianas, con la esperanza que invade a toda mujer que ha intentado ser madre y que espera ansiosamente la falta del período menstrual.
Pasado el tiempo necesario, los análisis de sangre confirmaron el embarazo y por primera vez, por una pantalla, vimos en Halitus la imagen diminuta de nuestro hijo, con los ojos llenos de lágrimas ante la sonrisa franca de los médicos que recibían el premio justo por tanto y tan honesto trabajo: “ayudar a dar vida”.
Con una pincelada mágica, Ulises, nuestro hijo, borró aquellos lejanos años de dolor y soledad. Los mismos sonidos y colores que nos angustiaron durante tanto tiempo. Desde ese día, entraron blandamente a nuestros sentidos llenos de un amor nuevo, un amor sin condiciones, que brota naturalmente como un manantial inagotable: el amor de padres.

1 de mayo de 1999