Sus tres décadas de experiencia como médico especialista en fertilidad motivaron a Sergio Pasqualini a contar los caminos y vivencias de la búsqueda de la paternidad más allá de diagnósticos y frustraciones. Así nació Cuidar la fertilidad (Paidós, 2015), un libro en el que también aborda distintas maneras de preservar –desde el punto de vista de la ciencia- ese deseo de ser padres. «Creer que se puede es el primer paso que hay que dar», explica el fundador del instituto de fertilidad Halitus y uno de los referentes indiscutibles de la medicina reproductiva a nivel regional.
–Ante la imposibilidad de embarazarse por vías naturales, ¿cuán alentadores son los caminos que quedan?
–Los tratamientos principales son la inseminación intrauterina y la fertilización in vitro. En el caso de la inseminación no se sacan los óvulos del cuerpo de la mujer, el espermatozoide es puesto en el útero y, si se dan las cosas, se forma el embrión; por su parte, en la fertilización in vitro el embrión se forma en el laboratorio y, después de unos días, es transferido al útero. Ambas técnicas son buenísimas y dan resultado: lo importante es saber por qué no se concreta el embarazo y analizar si puede corregirse con un tratamiento.
–En esta especialidad, ¿qué particularidades tiene la relación médico-paciente?
–Cuando alguien no logra embarazarse, la vivencia es muy particular. Por eso mismo, con los pacientes se construyen relaciones de distinto tipo, que dependen de ellos, del tiempo que pasan junto a uno y también de la empatía que se da con cada pareja.
–En ese vínculo tan especial, ¿cuál es la importancia del médico?
–Nuestro trabajo es muy particular. Se viven cosas que no se viven en otras especialidades. Un cirujano te opera, te saca los puntos y se termina la relación… En nuestro caso, la relación implica caminar juntos y a veces por un tiempo muy largo. Hay lágrimas, bajones, euforias… Se atraviesan todos los cambios anímicos que se pueden atravesar. Por eso también uno pregona, con respecto a ley que cubre estos tratamientos, que exista la libre elección del médico, considerando que esa afinidad es parte fundamental de este proceso.
–Esta profesión le permitió colaborar en el nacimiento de más de 4000 niños gracias a este tipo de tratamientos, ¿qué significa eso desde lo personal?
–Es una gratificación enorme cuando un paciente te trae su hijo al consultorio o te muestra su foto… Uno se imagina toda la película y se siente mucha emoción. Es muy fuerte haber participado junto a todo el equipo de trabajo para que eso se logre. Es fantástico y es similar a lo que debe sentir cada médico cuando, en su especialidad, logra un objetivo tras un tratamiento. La diferencia, en nuestro caso, es que ese logro es el nacimiento de un bebé, algo muy gratificante porque se trabaja con la vida. Por eso nuestro trabajo es alegría, aun cuando a veces no lo logramos y el objetivo pasa a ser preservar a la persona que se acercó a nosotros para que pueda seguir su vida sin ese hijo… Los momentos gratificantes superan a los que no lo son.