Si hoy, Día de la Madre, dieran un premio a la resiliencia y a la perseverancia, ella se lo llevaría. Es una morocha de 41 años llamada Verónica, dueña de una sonrisa ancha y de unos ojos que brillan de felicidad. Siempre había soñado con formar una familia enorme. La vida le dio varios golpes. Demasiados. Pero su corazón de guerrera nunca se rindió. Así fue que, de un día para otro, pasó de tener un solo hijo en casa a tener siete. Y a disfrutar de esa alegría indescriptible de que muchas vocecitas la llamen “mamá” a cada instante.
“Creo que pasé por todo lo que les puede pasar a varias madres”, dice antes de arrancar a contar su historia. A los 20, mientras cursaba la carrera de Enfermería y estaba de novia, quedó embarazada. Se casó, tuvo su primer hijo, Lucas, y siguió estudiando hasta que logró recibirse. Una vez que consiguió un trabajo fijo, nueve años después, pensó que era el momento de agrandar la familia. Entonces llegó Valentín.
Todo marchaba bien hasta que Verónica y su esposo empezaron a tener problemas de pareja y decidieron separarse. Dos meses después, cuando el bebé tenía apenas un año, le descubrieron unas pequeñas pelotitas en el cuello. “Era un niño sano que a veces se resfriaba. Solo eso”, cuenta ella. Y vuelve a viajar en el tiempo. Los primeros análisis fueron dramáticos, recuerda. “Recibimos la noticia más inesperada, la que ninguna madre quiere que le den. Mi hijo tenía una leucemia gravísima. Ni siquiera había posibilidades de tratarlo en Tucumán. Tuve que partir al hospital Italiano, en Buenos Aires. Era una situación desesperante”, detalla.
Pero el sol salió para ella y para su pequeño hijo, que empezó a recuperarse lentamente. Los médicos dijeron que un trasplante de médula podía salvarlo. “El hermano mayor no dudó en ofrecerse. Eran compatibles así que se hizo la operación. Todo salió bien y Valentín logró curarse “, prosigue.
Era junio de 2005, y a dos días de recibir el alta. El niño volvió a enfermarse. De nuevo los estudios; otra vez la mala noticia: la leucemia había reaparecido. Verónica desarmó los bolsos, recorrió las calles de Buenos Aires llorando a gritos y vio cómo su corazón se hacía añicos. Juntó fuerzas. Y volvió a la lucha. “Mi pequeño era el más valiente de todos. Era un sol. Nunca se quejó de nada, ni lloraba… siempre sonriente y de buen humor”, cuenta.
Después de un nuevo tratamiento llegó el segundo trasplante de médula. El hermano mayor volvió a ser donante. “Milagrosamente nos dieron el alta unos meses después. Por fin pudimos regresar a Tucumán. Era un sueño hecho realidad. Aquí le festejamos el cumpleaños número tres”, describe.
Hace una pequeña pausa. Queda pensativa. Y sigue: “siete meses después Valentín volvió a enfermar, así que otra vez viajamos a Buenos Aires”. Los resultados de los estudios fueron lapidarios. Apenas Verónica vio la cara de los médicos supo que lo peor, lo más injusto de la vida, había llegado. “Ya no se puede más. Cualquier cosa que se le haga sería algo inhumano y perverso”, le dijeron los expertos y le recomendaron que volviera a su casa.
“Vivió seis meses más. A veces se enfermaba y lo internábamos. Yo estaba muy mal, pero me esforzaba para que cada día fuera una fiesta”, cuenta esta mamá que se volvió experta en improvisar juegos, desde “lluvia de besitos” hasta “día de sorpresa” (tardes en las que lo llevaba a la juguetería y él tenía que elegir algo). “Nos reíamos mucho. ¡Fuimos tan felices!”, rescata. Un 6 de octubre, dos semanas antes de cumplir los 4 años, Valentín cerró sus ojos para siempre.
En varios pasajes de la entrevista, Verónica deja claro que nunca le gustó el papel de víctima. Salía con sus amigas, con su familia; buscó ayuda psicológica (se trató durante cinco años), y logró encontrar el amor de nuevo.
“Entendí que todo ocurrió porque tenía que pasar. Fue obra de la naturaleza. El tenía un gen malo por el cual se enfermó. Agradezco a Dios que me dio todo ese tiempo con mi hijo. Por más que fue corto, fuimos muy felices juntos”, resume.
Una nueva maternidad
Antes de dejarnos entrar al nuevo capítulo en su vida, la interrumpe un llanto intenso. “Mirá mamá, me lastimé con el CD”, le exclama su pequeño de seis años y ella sale corriendo a auxiliarlo. El rescate es más bien un abrazo intenso, un te amo y cuatro curitas que cubren un ínfimo raspón en el dedo.
“Cuando volví a formar pareja decidimos que queríamos tener hijos. Buscamos, pero no se daba. Hicimos varios tratamientos, gastamos todos nuestros ahorros y no podía quedar embarazada. Fue durísimo. Hasta que nos planteamos la posibilidad de adoptar. Nos casamos y nos inscribimos en el registro de adoptantes. Como teníamos muchas ganas de ser padres no pusimos pretensiones. No nos importaba que no fuera un bebé; si nos tocaba un niño grande o si nos elegían para ser papás de hasta tres hermanos. Total, yo siempre había querido tener una familia numerosa; era mi sueño”, detalla.
Dos meses después los llamaron. Había tres hermanitos que necesitaban padres. Salieron expectantes y a la vez nerviosos a ese encuentro. Fue una de las emociones más intensas que vivió, cuenta Verónica.
“El tema fue cuando nos enteramos de que en total eran seis hermanos, a los que iban a separarlos en dos familias. Ellos eran muy unidos. Los más chicos, por ejemplo, estaban siempre detrás del hermano mayor. Ellos se adoraban, casi todos vivían juntos en un hogar. A los más grandes, un varón y una mujer de 11 y 12 años, nadie los quería adoptar porque generalmente los adoptantes piden hasta 10 años. Mi esposo me miró y me dijo: jamás los separaría”, cuenta.
Hubo una conexión desde el primer momento. Verónica siente que desde que los vio los percibió como sus hijos. “Fue muy duro. Primero me decía: ¿en qué me metí? No tenía lugar en la casa para tantos chicos, ni tampoco sabía si me iba a alcanzar la plata para mantener una familia tan grande”, confiesa.
La adopción de los seis hermanitos (por cuestiones legales no salen ni sus nombres ni sus fotos) llegó como primer gran regalo de 2017. Y no resultó fácil, aclara Verónica. “Yo ya tenía un hijo grande y estaba muy tranquila, casi que llevaba una vida de soltera. Y de repente la casa se llenó de bullicio, de peleas fraternas.., tenía que sentarme a hacer deberes, enseñar a leer y escribir, llevarlos y traerlos a clase, a sus actividades”, enumera.
Verónica y su esposo reciben ayuda del Ministerio de Desarrollo Social. Les cubren, por ejemplo, los costos de una maestra particular que va a domicilio, las clases de natación y la ortodoncia de uno de los chicos.
Los recuerdos de los primeros días no son como Verónica creyó que iban a ser. Fueron momentos eternos, en los que ella se sentía desbordada. “Me largaba a llorar y ellos me miraban como diciendo qué le pasa a esta loca. Todo era incertidumbre. De noche se despertaban angustiados. Los más pequeños, de 4 y 5 años, se hacían pis encima. Por suerte tengo una niñera de hierro”, dice en referencia a Rossana. “Después nos empezamos a acomodar. Tener seis hijos nuevos de golpe es tremendo. Creo que fui muy inconsciente, pero ahora siento que Dios me iluminó en esa inconsciencia; he ganado muchísimo porque recibo tanto amor…”, cuenta.
Al principio le decían “profe”. Ahora, los seis le dicen mamá. “Creo que ellos nos adoptaron enseguida a nosotros. Estaban tan felices de tener una familia, y que los hubieran aceptado a los seis juntos…”, opina.
Verónica insiste en que no se merece esta nota. Dice que no es gran cosa lo que hizo. “Los seis son un ejemplo de vida. Son sobrevivientes que lucharon contra todo tipo de adversidad y siempre se mantuvieron unidos. Me inspiran, me hicieron abrir el corazón para la mejor experiencia que una madre puede tener”, sintetiza, mientras ellos la abrazan y la besan todo el tiempo. Lo hacen sin que ella se lo pida.
La mamá no puede dar su nombre completo ni el de los niños, tampoco accesió a fotografías, debido a que el proceso de adopción todavía no ha finalizado.
Para Verónica, no hay regalo ni premio más grande que ese cariño inmenso en este nuevo y por demás especial Día de la Madre que celebrará hoy.
> Sólo el 7% adopta hermanos
El 90% de los aspirantes quiere adoptar bebés
¿A quién no le conmueve la historia de Verónica? ¿Cuántas madres estarían dispuestas a hacer lo mismo? Ojalá fueran muchas. Pero son muy pocas, lamenta Hugo Felipe Rojas, vocal de la Cámara de Apelaciones Civil en Familia y Sucesiones y director del Registro Único de Postulantes a la Adopción. No obstante, destacó que este año, además de Verónica, otra mamá adoptó cinco hermanitos.
Según difundió la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, de los más de 5.300 postulantes (parejas, mujeres y hombres solos), el 90 % está dispuesto a adoptar bebés de hasta un año, y sólo el 7 % aceptaría adoptar tres hermanitos. El registro compila datos del país y en cada provincia los jueces evalúan los casos.
Muchos de los chicos que están en hogares de Menores tienen hermanos. “Eso es un inconveniente, porque no hay muchos postulantes que acepten grupo de hermanos, mucho menos cuando ya tienen 11 o 12 años”, destacó Rojas en una reciente entrevista con LA GACETA y señaló que en Tucumán la gran mayoría de los aspirantes a la adopción quieren niños de hasta 2 años. Un porcentaje menor pide de hasta de 5 años y luego están los que aceptan de 6 a 8. Para chicos de 11 y 12 años para arriba son contados con los dedos de una mano los postulantes.
Según datos de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia, el 60% de los chicos institucionalizados (en Casa Cuna, Hogar Eva Perón u otras instituciones) son hermanos. Actualmente, cuando por orden judicial se retiran hermanos de su hogar, se los ubica en distintas instituciones, según el género y la edad. Entonces, crecen separados, y suelen ser adoptados por distintas familias.
Para conservar lazos familiares y afectivos de los hermanos internados, el Ministerio de Desarrollo Social pensó un espacio para ellos, y el mes pasado llamó a licitación para recuperar una casa en Yerba Buena (Aconquija 250) donde podrán vivir y crecer juntos grupos de hermanos hasta tanto consigan una adopción permanente. Hasta que esté lista la casa organizan actividades semanales que permiten a los hermanos reencontrarse.
> PUNTO DE VISTA
¿Existe el instinto materno?
PATRICIA MARTÍNEZ | PSICÓLOGA Y ESPECIALILSTA EN FERTILILDAD
Entre muchos de los cambios que trajo el nuevo milenio, se encuentra la aparición de las nuevas familias. En ese contexto, el rol tradicional de la madre se diluye dando paso a otras formas acompañadas por los avances en medicina reproductiva.
En el mes de la madre, nos preguntamos ¿existe el instinto materno?
Si bien muchas mujeres desarrollan conductas muy bien adaptadas para la crianza y cuidado de sus hijos, no está comprobado científicamente que exista el instinto materno. Más bien, podríamos decir que cuando aparece la cultura se pierden los instintos. Sería más apropiado hablar de “capacidad de maternar”, ya que el instinto se pierde por el solo hecho de estar dentro de la cultura.
La preocupación por el sostén, cuidado y el apego al niño se desarrolla, en la madre, luego del nacimiento de su hijo. Lo cual es comprobable tanto en los seres humanos como en muchas especies de animales superiores, como los mamíferos y las aves.
En el ser humano el deseo de un hijo, muchas veces, está condicionado por exigencias e ideales sociales y culturales. En nuestra cultura, en determinado momento de la vida, y con ciertas conquistas resueltas, el paso siguiente e ineludible para la mujer, pareciera que tiene que ser la maternidad. Probablemente esto sea parte del camino que la sociedad traza para el desarrollo del ser humano adulto, pero poco tiene que ver con la aparición de un instinto.
En todo caso, la sociedad impone tiempos, ritmos y momentos para cada cosa, la aparición del hijo permitirá que el “instinto”, o para ser más precisos “la capacidad para maternar”, aparezca en escena posibilitando la relación madre-hijo.
Si pensamos en la reproducción humana como una función biológica atravesada por lo sociocultural, debemos admitir que la maternidad es una elección. Entonces, cabe la posibilidad de que alguien no lo elija, y esto no afectaría su condición o atributo. Se trata de una mujer que, teniendo todos los atributos y condiciones de su género, no realiza la misma elección que muchas de sus congéneres.
Crecer en lo profesional, fructificarse en logros y conquistas personales, es la expresión de la fertilidad en muchas mujeres.