No importa cuántos años hayan pasado, Ana, una publicitaria exitosa de 28 años, a veces se sigue sintiendo la hija del medio. A pesar de los esfuerzos de sus padres, ella aún se hace eco de recuerdos como éste: “Cuando éramos chicas y las tres hermanas íbamos caminando por la calle con mamá, mi hermana mayor se agarraba de una pierna, mi hermana más chica de la otra pierna, y yo iba caminando atrás porque no me quedaba lugar”. Su resignación es típica de muchos hermanos del medio, acomodados a la idea de ni reinar por poderosos ni brillar por pequeños y adorables. Un anonimato que los padres hagan algo para contrarrestarlo. Carolina Morelli, abogada de 32 años, tuvo esa suerte. “En la escuela primaria, todas las maestras de mi hermano mayor pasaban a ser las mías un año después, ¡y claro!, como él era tan tranquilo y yo era terrible, siempre me decían: ‘¿Por qué no serás un poco como tu hermano?’. Esto se repitió hasta que mi mamá me defendió, poniéndoles los puntos a las maestras. Estuvo buenísimo”, cuenta Carolina, con el entusiasmo intacto. El debe y haber del hijo del medio se lee así: celos de las atenciones desplegadas en torno a los hermanos versus mayor independencia y flexibilidad; menos protagonismo cotidiano versus mayor fortaleza, forjada al pelear por su espacio en la familia una cuenta que para algunos cierra más que para otros. ¿Qué pueden hacer los padres para no acentuar las diferencias? ¿Cómo se manejan los celos? ¿Existe un estigma por ser el del medio? ¿Qué pasa con el hijo que era el bebé de la casa, cuando llega el nuevo hermanito? DE BENJAMÍN A SEGUNDO La llegada de un hermano siempre provoca ambivalencia. Por un lado, la alegría de tener un nuevo compañero en la vida, pero al mismo tiempo miedo, porque el benjamín puede ser percibido como un usurpador del amor de los padres. En el caso del hijo del medio, tiene una complicación adicional: se pierde el lugar privilegiado del más chico, sin el consuelo de detentar el poder y la responsabilidad del mayor. Como resultado, puede surgir alguna conducta regresiva a etapas anteriores, como una forma de identificación con el nuevo hermano. En este caso, lo mejor es que los padres mantengan una actitud equilibrada, sin incentivar ni desvalorizar estas conductas. Según la psicoanalista Evangelina Grapsas, directora de Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires, el que hasta ese entonces fue el bebé de la casa sentirá que la llegada del tercer hijo lo destrona de ese lugar de privilegio. Será responsabilidad de los padres ayudarlo a elaborar la pérdida, haciéndolo consciente de los privilegios de ser mayor. Al principio, además, los requerimientos del recién nacido absorben mucho tiempo de sus padres y a los hermanos mayores les es difícil entender que el nuevo integrante viene a ocupar un espacio propio y no a sacarles el que ellos tienen. “No recuerdo el nacimiento de mi hermana porque le llevo nada más que 1 año y 9 meses, pero no creo que haya sido traumático porque, como hermana del medio, nunca conocí la exclusividad”, reflexiona Ana. “Recuerdo una anécdota de cuando era chiquita: mi hermana mayor me decía que para jugar con ella tenía que esperar, y entonces me paraba a un costado y esperaba horas enteras hasta que me avisaba que podía jugar, entonces, para cuando nació mi hermana más chica, yo ya me había armado de paciencia”. FUERTES A LA FUERZA Suele decirse que los hijos del medio son más independientes que los otros a causa del relativo anonimato que viven, ya que en general los padres tienen más expectativas con el primogénito y están más encima del menor. Al mismo tiempo, esto puede generar que se sientan menos atendidos por sus padres, por eso es fundamental que lo ayuden a afirmar su propia identidad, con características que lo identifiquen y lo diferencien de los otros. Los hijos del medio tienen que luchar para ganarse un espacio dentro del núcleo familiar; dependerá de cada familia que esta lucha se resuelva en el campo simbólico y no dispare permanentes enfrentamientos y la necesidad de llamar la atención a cada rato. Según la licenciada Any Krieger, coordinadora del Capítulo de Psicoanálisis y Patologías Actuales de la Asociación Psicoanalítica Argentina, el chico que crece a la sombra de su hermano mayor y al mismo tiempo debe proteger al menor, puede llegar a desarrollar una gran fortaleza de espíritu. ¿Por qué? Porque tendrá la habilidad de relacionarse tanto desde el rol de dominado (por el mayor) como de dominante (hacia el menor), será más flexible que sus hermanos y tendrá un mayor poder de adaptación al medio que lo rodea. “He podido observar que, en muchas ocasiones, ser el hijo del medio ha sido el gran desafío a partir del cual se han desarrollado vidas muy plenas”, dice Krieger. LA MIRADA CRUCIAL Más allá de los rótulos (primogénito, benjamín o del medio), lo más determinante en la autoestima que logre cada hijo es la actitud que adopten los padres. Guiados por el conocimiento de cómo es cada uno de sus hijos, lo ideal es que traten de darles, no “a todos lo mismo”, sino lo que cada uno necesite. “Es deseable que los padres sean los reguladores de las relaciones entre los hijos, que los hermanos mayores no carguen con responsabilidades para las cuales no están preparados y que no les sean delegadas funciones que son propias de los padres”, explica Mabel Candia, especialista en niñez, adolescencia y familia y directora de ICAS Argentina, empresa de counseling. “También es importante el desarrollo de la obediencia, como producto de una coherencia de los mayores”. “En mi experiencia personal, ser la del medio se resumió en rebeldía, celos y actitudes posesivas respecto de mis seres queridos”, cuenta Carolina. “Al nacer mi hermana menor yo tenía una gran sensación de soledad y desamparo y actuaba en consecuencia, portándome mal, por lo que vivía siempre en penitencia. Cuando me acuerdo ahora de lo que hacía pienso: ¡Pobre mi mamá!” ¿CELOSO, YO? El tema de los celos entre hermanos es casi un capítulo aparte, independientemente de la cantidad que sean. Para atenuarlos, los especialistas aconsejan respetar la individualidad, no caer en comparaciones (que siempre son odiosas) y, cuando llega el hermano menor, darse tiempo para que se conozcan y seguir de cerca las primeras demostraciones de afecto. “No es posible obligarlos a quererse de entrada por el sólo hecho de ser hermanos”, remarca Alejandra Libenson, miembro del Departamento de Psicología Médica de Halitus. “El amor de los padres está garantizado y no entra en juego a la hora de los reclamos, pero entre hermanos el amor fraterno es un logro que se obtiene día a día en el vínculo cotidiano, en los encuentros, los desencuentros, las alianzas y las peleas”. A esta compleja trama hay que sumarle el factor género, ya que los celos son distintos entre varones y mujeres. “Las rivalidades se dan con más virulencia cuando los hermanos son del mismo sexo”, afirma Krieger, y acota que mientras una mujer entre dos varones puede sentirse cuidada, un varón entre dos hermanas puede sentirse invadido por la mirada femenina. “Ser el hermano del medio no es ni bueno ni malo”, afirma Jonathan Bosco, de 17 años. “Por un lado, siento que mi hermana menor es más consentida y le dan más gustos, pero a la vez tengo la preferencia de mi hermano mayor que me aconseja y me ayuda, así que ¡tiene sus ventajas y desventajas!”. En cuestión de relaciones, cada familia es libre de armar sus vínculos de la manera que mejor le parezca. Pero los consejos expertos convergen en un punto: todo hijo necesita su protagonismo, sea el primero, el segundo o el doceavo. Por fortuna, dicen, el corazón es un órgano flexible, capaz de acomodar tantos hijos como lleguen, y en cualquier orden de aparición. | |