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Por: Revista Sophia | 01/10/08

Medio siglo las separa, la ciencia las une


Semanas atrás, durante la entrega de los premios de la Fundación Bunge y Born, Christiane Dosne Pasqualini volvió su mirada cincuenta años atrás.

Ese día, a los 88 años y ya consagrada en el mundo de la investigación científica, se vio reflejada en Irene Ennis, una científica de 39 años a la que le entregó el Premio Estímulo a Jóvenes Científicos.
Christiane formó parte del jurado que eligió a esta médica e investigadora de La Plata, quien subió a recibir medalla, diploma y beso junto con sus cuatro hijos. Christiane miró a los chicos y pensó en sus cinco hijos. Si algo comparten estas mujeres es haber aprendido el arte del equilibrio entre la familia y el trabajo.


Comencemos por Christiane, entonces. Nos recibió por primera vez dos meses atrás, en su laboratorio de la Academia Nacional de Medicina. La imagen al terminar esa primera charla sintetizaba la presencia influyente de esta científica hoy: Christiane atravesaba esos pasillos cargados de historia mientras sus colegas y discípulos la saludaban con un respeto cariñoso, como a una eminencia que nunca perdió rasgos de humanidad ni voluntad para trabajar en equipo. Nuestro segundo encuentro ocurrió en la casona del barrio de Belgrano que habita desde el año 1953, cuando nació su quinto hijo, el último. Hoy tiene diecisiete nietos y tres bisnietos. Allí la invitamos a cruzar su historia con la de Irene, una mujer que podría ser su nieta, pero en la que, en cambio, ve un reflejo de sí. «Cuando la veo, me veo a mí misma varias generaciones atrás. Hay cincuenta años de diferencia entre nosotras, pero ella está atravesando experiencias que yo viví. En el libro que publiqué sobre mi vida, hay una carta que le escribí a mi madre cuando nació Héctor, mi hijo menor. Los días eran largos y con mi marido teníamos que organizarnos bien, pero no recuerdo el cansancio especialmente. Cuanto más hacés, más podés hacer; ése ha sido un lema en mi vida. Además, siempre recuerdo las palabras que mi padre me decía acerca de la importancia de mantener viva la alegría. Mi libro se llama Quise lo que hice, pero hubiera querido ponerle «Joie de vivre» (alegría de vivir). De haberlo hecho, me hubiera gustado escribirlo así, en francés, mi idioma de la infancia».


VIDAS CRUZADAS


Christiane nació en Francia e 1920, emigró al Canadá a los 6 años y se instaló en la Argentina veinte años después. Irene Ennis creció a miles de kilómetros de distancia, bien al sur del mapamundi, en Buenos Aires. Pero las coincidencias en las vidas de estas dos científicas y madres prolíficas se reiteran y multiplican. En las vidas de estas dos «mujeres maravilla» ha sido fundamental la presencia de sus maridos, que también se desarrollaron en el ámbito de la medicina y pudieron comprender el afán de sus mujeres por el conocimiento.


En el caso de Irene, su carrera como investigadora comenzó después de probar suerte en el trabajo con pacientes como médica clínica, en la ciudad de La Plata. Ella era una estudiante avanzada cuando su profesor y mentor, Horacio Cingolani, la invitó a sumarse a las filas de la investigación. Y esa posibilidad de conocer y descubrir más, terminó por definir su camino. Atenta a la invitación a sumarse al juego de espejos y contrastes, dice: «Me gustaría saber si la doctora Pasqualini vivió con placer todos estos años y si piensa que hizo las cosas bien». Como respuesta, el título del libro de Christiane es contundente. Pero, si quedaran dudas, su colega las despeja al confirmar que nunca piensa en dejar de trabajar. Además de asistir todos los días al laboratorio en la Academia Nacional de Medicina, sigue al pie de la letra el consejo que le dejó Bernardo Houssay, uno de sus maestros y Premio Nobel de Medicina en 1947.


«Houssay decía que no hay que jubilarse y yo hago como él. Hay que seguir mientras se puede, y eso pasa cuando tenés afán, la voluntad de seguir avanzando. A mi edad siento que estoy empezando a ver el porqué. Cuando sos joven, estudiás un punto de la raíz y te dedicás sólo a eso. Cuando empezás a dirigir becarios, ya podés ver el árbol; y cuando sos académica, directamente ves el bosque. Ahora tengo una visión más abarcadora y general.»


-¿De la propia vida también?
-Sí, ahora puedo verla entera, yeso me pasó especialmente por haberla repasado para escribir el libro. A veces me preguntan si estoy cansada, y por primera vez, necesito dormir la siesta, pero sigo escribiendo mucho. Todavía me queda por redondear lo que hicimos hasta acá en la Academia. Por empezar, en los últimos años, escribí sobre los cincuenta años del Instituto de Investigaciones Hematológicas y sigo colaborando con una revista, Medicina, donde publico artículos y editoriales. Escribo en la computadora, constantemente. Alo que no me acostumbro todavía es a leer en la máquina. Extraño el contacto con el papel.
Irene Ennis, una estudiosa que comparte con su colega la idea de que los investigadores son como niños pequeños que nunca dejaron de preguntar por qué, también ama la lectura, aunque lea demasiado por trabajo y tenga que esperar a las vacaciones para escaparse al terreno de la ficción. En la vida real, vive en una casa llena de luz en Villa Elisa, cerca de La Plata, y enfrenta todos los días esas mismas jornadas larguísimas a las que se
refería Christiane en las cartas a su madre, en los años cincuenta.
«Ésta es la vida que elegí», dice. «Tengo un marido que es muy compañero. Somos pares y compartimos todo lo que tiene que ver con el cuidado de los chicos: cambiamos pañales, los llevamos y los traemos; nos ayudamos en todo». Mientras habla, Irene amamanta a Faustino, su bebé de cinco meses que la mira embelesado, balbucea algo y extiende las manitos. Los tres hijos mayores están por regresar de la escuela a la que asisten, en Gonnet, cerca de la casa familiar. Los chicos llevan una rutina estricta que no incluye ver televisión porque no tienen conexión, pero sí juegos a toda hora, especialmente en el parque, y la consulta permanente a una nutrida biblioteca infantil que disfrutan con sus padres por las noches, cuando todo se aquieta.
-Irene, ¿qué cambió para las mujeres profesionales con el paso del tiempo? ¿Cómo fue abrirse camino para vos?
-Las mujeres ocupamos cada vez más espacios. En la facultad hoy existe un porcentaje mayor de mujeres que de varones. Y eso es llamativo si se tiene en cuenta que la Facultad de Medicina ha sido un lugar tradicionalmente de hombres.
Nunca sentí obstáculos para hacer mi trabajo o acceder a proyectos por el hecho de ser mujer. En eso, como sociedad, hemos dado un gran paso. Pero todavía nos cuesta avanzar en el ámbito de la gestión.
La llegada al mundo de la ciencia de Christiane fue muy diferente. La primera mujer en ocupar un sitial en la Academia Nacional de Medicina primero tuvo que hacerse un lugar en un mundo de hombres. «Cuando estudiaba en la Universidad de Yale, en Estados Unidos, más de cincuenta años atrás, éramos cuatro mujeres entre ochenta hombres», recuerda Christiane. «Con los años, eso fue cambiando. Cuando mis hijas se recibieron de médicas, las mujeres ya representaban el 33%. Y cuando se recibió mi nieto, en 1999, ya eran el 55%. Y todo en sólo dos generaciones. Las chicas han superado a los varones y están avanzando tanto que, en el Canadá, han puesto un cupo de 30% para hombres porque quieren retenerlos.
-¿Qué otras diferencias encuentra entre varones y mujeres?
-La mujer es más profunda, más obsesiva y está menos apurada para publicar; quiere saber más y más. El hombre es más ambicioso, quiere la promoción, busca publicar para tener antecedentes y no espera demasiado. En general, las mujeres saben disciplinarse muy bien yeso les permite conciliar la crianza de los hijos con el trabajo.
-Tuvo cinco hijos en una época en la que no había lavarropas, entre otras cosas, y se esperaba que las mujeres fueran buenas amas de casa. ¿Le preocupaba cumplir con ese mandato?
-No. Creo que ni lo pensaba; yo sólo quería ir a la universidad y recibirme. El deseo de muchas de mis compañeras era ser amas de casa, maestras o enfermeras. Yo, en cambio, quería hacer lo que hacía mi papá. Uno hace camino andando, y hay que saber aprovechar las oportunidades. Yo, por ejemplo, estaba en Estados Unidos en una universidad muy importante y decidí casarme. Con Rodolfo, mi marido, nos vinimos a vivir a la Argentina. A veces me pregunto qué habría pasado si me hubiera quedado y hubiera seguido mi camino allá … Tal vez estaría haciendo investigación en un lugar de alto nivel, pero quizá no tan feliz, porque lo que me atrae de este país es la raíz latina, los argentinos son cálidos y afectivos.


-Y las tareas del hogar, entonces, ¿quién las hacía?
De todas las tareas, como lavar la ropa o cocinar, se ocupaba «la gallega», una mujer muy buena que estuvo con nosotros durante años. Tuve cinco chicos en seis años, empezando con mellizas, y la crianza fue fácil porque ellas, siendo las mayores, se sentían un poco maestras de los varones y jugaban con ellos a la escuela. Formaban un «bloque» de chicos que se llevaban muy bien, y no me dieron trabajo en los estudios. Eso me ayudó mucho, me dio más libertad.
-¿Qué les aconsejaría hoya las mujeres que intentan trabajar y tener varios hijos a la vez?
-Las mujeres nos hemos ido plantando fuerte y aquellas que sean disciplinadas pueden llegar muy lejos tanto en el plano profesional como laboral. Tanto las mujeres como los hombres en la Argentina son muy originales y creativos, pero también tienen que ser disciplinados. Y saber pedir ayuda. Si uno busca ayuda, la consigue. Lo que no pueden perder las mujeres es su feminidad, que también es importante. Las mujeres vienen pujando fuerte, pero no hace falta que se vuelvan agresivas.
La tarde fue cayendo e Irene afirma con voz tranquila y firme a la vez que, en su caso, más allá de los premios, su logro más importante fue haber tenido a sus cuatro hijos. «Voy a trabajar porque me gusta hacerlo y la constancia hace que vayan apareciendo sus frutos, pero lo que más me importa es que mis hijos sean felices, que vivan contentos y que se puedan desarrollar en el mejor sentido. El trabajo (se queda pensando) también me ha dado muchas gratificaciones y hay algo que me gusta especialmente: la posibilidad de estar en contacto con personas, becarios o investigadores de generaciones diferentes. Los investigadores superiores tienen más de 70 años y con ellos compartimos ideas y conocimientos que son muy enriquecedores. Tenemos edades diferentes, pero todos perseguimos el mismo objetivo yeso ayuda mucho. Para los que hacemos investigación básica, el motor es el conocimiento en sí. Cada vez que das un paso, se te abren un número enorme de posibilidades. Las soluciones surgen de pequeños pasos que un día pueden transformarse en grandes ideas o de la suma de muchos pequeños pasos´: Lo dice ella que, después de años de trabajo intentando dilucidar por qué el corazón de algunas personas aumenta de tamaño de manera patológica, logró llamar la atención y recibir el apoyo de un jurado de expertos que la premió a través de la Fundación Bunge y Bom. Ese mismo reconocimiento fue recibido antes por gigantes de la ciencia como Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari o Alfredo Pavlovsky.
-¿Cómo es recibir un premio que antes recibieron colegas tan prestigiosos?
-Trato de no pensarlo, porque es demasiada responsabilidad …En realidad, ellos recibieron el premio tradicional por sus trayectorias, y el que me dieron a mí es el Premio Estímulo a Jóvenes Científicos, que está vigente desde el año 2000. De acá a que yo pueda llegar, no lo sé; por supuesto que tengo expectativas y haré todo lo que esté a mi alcance. En todos los órdenes de la vida, es importante tener una buena actitud; si uno se da cuenta de las cosas, las disfruta y no vive pensando en el esfuerzo o en los obstáculos, los frutos llegan solos y todo es más sencillo.
Hay gente que vive preocupada, y en el camino pierde de vista cosas fundamentales. Yo trato de disfrutar de mi familia y de mis hijos, en primer lugar; y hacer este trabajo me permite estar atenta a sus necesidades. Verlos crecer bien le da sentido a todo.


Christiane Dosne Pasqualini


Luego de cuatro décadas de impecable desempeño como investigadora científica, en 1991 se convirtió enla primera mujer con sitial en la Academia Nacional de Medicina.


Irene Ennis


Se recibió de médica en la Universidad de La Plata y decidió dedicarse ala docencia universitaria y a la investigación dentro del Instituto de Investigaciones Cardiovasculares, del CONICET.


Una pionera en la ciencia


De origen francés, nacionalidad canadiense y argentina por adopción, Christiane Dosne Pasqualini fue espectadora y partícipe de importantes acontecimientos tanto culturales como científicos en nuestro país.


También, de los profundos cambios en el rol de la mujer en nuestra sociedad y el mundo. En la primera foto, Christiane sonríe, con birrete y toga, el día que obtuvo su título de Doctora en Medicina Experimental, en 1942. Al lado, dos fotos del álbum familiar de la familia Pasqualini, donde posa junto a sus cinco hijos durante unas vacaciones en la playa.


Un ejemplo de perseverancia



Irene Ennis se desempeña como investigadora científica dentro del CONICET, enseña en la UniversidadNacional de La Plata y dedica el resto del tiempo a su marido y a la crianza de sus cuatro chicos.En las dos primeras fotos, se la ve en su casa, una tarde de viernes, de regreso del trabajo en el laboratorio en la Facultad de Medicina de La Plata.Arriba, la foto del día que recibió el Premio Estímulo a Jóvenes Científicos de manos de Jorge Born (hijo).