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Por: Para Tí | 27/05/11

Madre tierna


Marisa y Paloma. Era La postal de su vida que más quería: ella -Marisa Brel (41)- y su hija -Paloma (8)-, por la que había peleado y sufrido tanto. A los 33 años y después de cinco intentos fallidos y sufridos, la conductora de tevé quedó embarazada, y vivió y lo disfrutó para contarlo. Escribió Voy a ser madre... a pesar de todo, y mientras prepara un segundo libro sobre la infertilidad y contra los tabúes que persisten sobre el tema, elogia la ley de fertilidad de la provincia de Buenos Aires y anticipa que agrandará la familia adoptando un hijo en el exterior.:

textos MERCEDES MONTI fotos TOMAS GHIORZO

Se metió en la cama y se tapó hasta la cabeza. Hacía dos semanas que se había hecho el sexto tratamiento in vitro en cinco años y ya no estaba para afrontar otro «negativo». Sus fuerzas no le alcanzaban ni para levantar el teléfono y marcar el número de la clínica donde se atendía. Entonces le pidió a su marido que lo hiciera… «Parece que esta vez sí estás embarazada «, le dijo él, y en un instante el mundo cambió.
Así terminaba una etapa y empezaba otra -la más feliz- en la historia de la maternidad de Marisa Brel (41), periodista de espectáculos, casada con el productor teatral Carlos Evaristo (54). «Fui hija única y ansié siempre para mí una familia numerosa», nos cuenta hoy, relajadísima en el living de su casa de Nordelta, adonde se mudó en busca de una vida más tranquila y segura.
EL DOLOR DESPUÉS DEL AMOR. Marisa conoció -y se enamoró- de Carlos (casado en dos oportunidades y con un hijo de 20 años) cuando él era su profesor de teatro. Se casó a los 26 años y, luego de buscar un hijo durante un año y medio, quedó embarazada. Pero la felicidad duró tan solo siete semanas, porque tuvo un embarazo ectópico que no fue detectado a tiempo. Como consecuencia de eso le explotó la trompa de Falopio derecha y perdió mucha sangre, al punto que en el quirófano llegaron a temer el peor desenlace. Pero siguió adelante. Y a partir de entonces empezó con una cadena de estudios que determinaron que no sólo tenía la otra trompa tapada, sino que además padecía de trombofilia y de salpingitis.
La conclusión: Marisa no podría tener hijos en forma natural. «Fue todo un proceso de varios años en los que me subía una montaña rusa y entré varias veces al tren fantasma -recuerda-. Llegué a tener ataques de pánico, pero debía seguir trabajando. La gente me pregunta cuándo me pasó todo esto porque me veían bien en la tele. Pero en los cortes yo lloraba, me desplomaba… en cada tratamiento sentía que perdía un hijo, porque había hecho todo… era desgarrador. Una vez, trabajando en Telepasillo, fui al baño y vi que me había indispuesto. Empecé a golpearme la cabeza y la panza. Me acuerdo que mis compañeras (Susana Fontana y Marcela Tauro) me agarraron y empezaron a zamarrearme y hasta me dieron una cachetada porque no reaccionaba. La pasé realmente muy mal, pero nunca bajé los brazos. Estaba convencida de que alguna vez iba a ser mamá».
Lo intentó varias veces: una, dos, tres… que no fueron la vencida. Recién al sexto intento -hace ocho años-, el test fue «positivo». «Hasta que no me vi la panza no lo celebré», cuenta, y repasa que el embarazo fue delicado, con náuseas hasta el día de la cesárea y muchas pérdidas. «A los tres meses me indicaron reposo absoluto. El bebé estaba colgando de un hilito». Finalmente todo salió bien y al cabo de 38 semanas nació Paloma, el final feliz de una historia que está escrita en el libro Voy a ser madre… a pesar de todo {Lumen), que Marisa escribió pensando en otras mujeres que estén pasando por lo mismo que pasó ella y también con la intención de informar sobre la infertilidad -que afecta a una de cada siete parejas- y sus tratamientos, para que deje de ser un tabú.
¿La búsqueda afectó tu relación de pareja? Yo siempre digo que la infertilidad te une o te separa. Hay momentos en los que el amor se puede quebrar después de tantas frustraciones. La pareja se convierte en una unión de dolor en la que si no hay amor, se rompe, porque el proyecto de familia no se puede concretar. Por eso la mitad de las parejas se disuelven en el proceso.
Tu marido ya tenía un hijo, ¿tenía las mismas ganas que vos de tener otro? ¡Sí, obvio! El cumplió la función perfecta: me apoyaba y me contenía. Cuando el marido pone presión es más difícil todavía. Por eso yo les digo a los hombres que tienen todo el derecho del mundo a sufrir y a estar mal, que vayan al psicólogo o a tomar algo con los amigos, ¡pero que con sus mujeres se pongan en eje! Porque somos nosotras las que ponemos el cuerpo, el alma, la cabeza, todo. Es un momento en el que hay que demostrar amor.
A lo largo de tus intentos por quedar embarazada, ¿te molestaba que te preguntaran cómo iban los tratamientos? No, nunca lo tomé como un tabú. Por eso creo que me convertí en una referente del tema. Para mí, cuando lo hablás también canalizás el dolor. Aunque hay que respetar a quienes no quieren hablar. Aunque sí me molestaba que me dijeran: «ándate de vacaciones». Me desesperaba no poder hacerle entender a la gente que esto no se trata de un tema de estrés. La infertilidad es una enfermedad y no se soluciona relajándote. Al contrario: tenes que estar pendiente de darte una inyección a tal hora o de irte a tal o cual estudio.
¿Qué sentías cada vez que una mujer de tu familia o una amiga quedaba embarazada? ¡Ahhh…! Yo nunca en mi vida supe lo que era sentir envidia, pero el segundo en el que te dicen «estoy embarazada» es muy difícil. Respondes «qué bueno», cortas el teléfono y te preguntas: «¿Por qué yo no?» Después se te pasa… Pero mucho peor es cuando te dicen: «Me quiero matar, quedé embarazada». Y vos pensás: «¡Yo ya no sé dónde más pincharme y hay gente que se queda sin quererlo!»
¿Cuál es tu primer consejo para alguien que está atravesando este proceso? Mi mensaje es que no hay que bajar los brazos antes de tiempo. Esto es hasta que tu cabeza y tu cuerpo te digan «hasta acá llegué». Porque hay un momento en el que también hay que aceptar eso. Hay mujeres que van a una consulta, les dicen de qué se trata y salen corriendo. Otras que se hacen diez tratamientos, como yo, y otras se hacen veinte. A cada in vitro lo trataba de tomar como parte de los estudios que ayudaban a seguir completando mi diagnóstico. Es terrible cuando no se encuentra un diagnóstico. Conozco a muchas mujeres que me dicen que su médico no les encuentra nada. A ellas les digo que consulten a otro médico o les paso una lista de estudios para que les pidan hacérselos. La infertilidad es una enfermedad que puede ser provocada por distintas causas, y en la mayoría de los casos tiene cura. Muchas veces es una pavada muy fácil de solucionar y no hay que recurrir a un tratamiento de alta complejidad.
En la última edición de la Feria del Libro presentaste Voy a ser madre… junto a Daniel Scioli. ¿Es parte de tu campaña de concientiza-ción? Tenía que ver con que lo conozco personalmente y con la nueva ley de fertilidad en la provincia de Buenos Aires, que permite a mucha gente acceder a los tratamientos. Porque a la tristeza por no quedar embarazada, hay que sumarle la angustia de no tener el dinero para afrontar los tratamientos. Tal vez Daniel Scioli tuvo una sensibilidad más a flor de piel por haber vivido el problema en carne propia. Esta ley le saca a las parejas la presión de tener que hipotecar su casa, vender el auto, hacer una colecta o deberle a medio mundo para reunir los 20 mil o 40 mil pesos necesarios.
UNA NUEVA VIDA. «Come here baby. Give me a kiss», le dice Marisa a su hija que llega del colegio Northlands. Alejada de los programas de la tarde, puede darse el lujo de recibirla cuando llega a las 16.30. Hoy su jornada laboral transcurre en la tranquilidad del escritorio de su casa, con vista a una laguna artificial. Ahí escribe su segundo libro sobre la infertilidad en coautoría con el especialista Sergio Pasqualini. Además tiene su propia agencia de prensa, NeoMydas Comunicaciones, y próximamente va a hacer un programa para la mujer en C5N. «Yo era ´la buena´, y eso no es negocio para los chimentos. Yo no me siento bien en ese rol porque va en contra de mi filosofía de vida, que tiene que ver con no juzgar. Es muy difícil el ambiente…
Aunque respetaré su elección, yo prefiero que Paloma sea arquitecto o empresario «.
En su biblioteca hay un estante dedicado a los libros del millonario norteamericano Donald Trump, un referente para ella; una fotos del elenco de Friends -su serie favorita de todos los tiempos- en la que ella aparece en el lugar de Phoebe -el simpático personaje que interpretaba la actriz Lisa Kudrow- y varias bolas de nieves con paisajes en miniatura de las diferentes ciudades del mundo que visitó.
Viajar es una de las pasiones que hoy madre e hija comparten. En julio se van tres semanas a Miami, uno de sus destinos preferidos. «Compartimos todo. Nos volvemos locas por la tecnología, jugamos, bailamos, hablamos en inglés, vemos películas, vamos al teatro. Como ella está acostumbrada a ir a los camarines de todos los espectáculos, ¡cuando estamos en Broadway también quiere ir!»
Después de Paloma, ¿hiciste nuevos tratamientos para ir por esa familia numerosa con la que soñabas? Durante el primer año de vida de Paloma no podía creer tanta felicidad y hasta tenía miedo de que fuera por un ratito… Tenía miedo de que le pasara algo (se emociona). Quise disfrutarla mucho y quería estar bien porque sabía que si venía otro resultado negativo, iba a ser muy duro. Recién en 2008 empecé a buscar de nuevo. Me hice cuatro tratamientos más y no funcionaron. Además, mi umbral del dolor ya no era el mismo que a los 30. Caí en una depresión muy fuerte, me repuse e hice dos tratamientos más, pero de ahí en adelante ya no quise seguir. Cada vez tengo más ganas de tener otro hijo, pero ahora estoy más cerca de adoptar.
¿Empezaste a hacer algo con eso? Sí, hace más de un año. Pero en Argentina adoptar es casi imposible. Cuando comencé con los trámites, a mi abogada, especializada en adopciones, le dijeron que tendría que esperar ocho años. Yo tengo 41 y no sé si dentro de ocho años voy a tener la energía para ser madre otra vez. Por eso decidí que voy a adoptar afuera; puede ser en Haití, Rusia o Etiopía. Me encantaría que en este país existiera una ley como en Estados Unidos, para alquilar un vientre. Porque yo tengo mis embriones maravillosos, pero no prenden a mi útero. Sé que acá se hace ilegalmente, pero yo no voy a esconderme y después salir y decir: «¡Tuve un hijo!» Tampoco tengo 50 mil dólares para hacerlo en Estados Unidos.
Hoy, al ver a Paloma, ¿seguís teniendo los mismos miedos que al principio? Ya no. Quizás tengo más miedos que una madre que quedó embarazada naturalmente, porque todo es mucho más intenso. Cada día la miro y pienso que es un milagro. No es para vender más, pero a veces creo que a mi libro también lo deberían leer las madres que han quedado embarazadas en forma natural, para que vean la maravilla que les tocó vivir sin haber pasado por todos los tratamientos que debemos atravesar millones de mujeres en el mundo. Por eso yo doy gracias permanentemente por haber logrado tener un hija a pesar de todo.