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  • La historia de la familia que tuvo sus cuatro hijos por embriones congelados


    Isabel Frías (37 años) y Sebastián Saggese (39) buscaron un embarazo sin éxito durante seis años. Llegaron a pensar que nunca serían padres. Pero a comienzos de 1998 se animaron y comenzaron un tratamiento de fertilización in vitro, que dio resultado.

    Mariana Iglesias
    miglesdias@clarin.com

    Con el pasar de los años, el coqueto departamento de Palermo de los Sagesse fue llenándose de cunas, cochecitos, móviles, peluches. Un panorama impensado para esta pareja a la que tiempo atrás prácticamente le habían vaticinado la imposibilidad de tener hijos. Pero ellos recurrieron a la ciencia y los bebés, finalmente, llegaron.

    La historia no sería tan extraña si no fuera por sus detalles: de una fertilización in vitro hecha en el 98 se obtuvieron catorce embriones que se congelaron y fueron implantándose en distintos momentos, en un lapso de siete años. Así, de un mismo tratamiento, los Saggese hoy tienen cuatro chicos: Victoria, de 7 años, Felipe, de 5, y los mellizos Ignacio y Pedro, de solo seis meses.

    Todo comenzó en el 94. Isabel Frías —psicóloga y maestra jardinera— no había cumplido los 25 años cuando le dijeron que debían operarla de urgencia y sacarle un ovario. Encima, al abrir, descubrieron que tenía mal la trompa del otro lado. Conclusión: los médicos le dijeron que iba a tener pocas posibilidades de quedar embarazada. ‘En ese momento no fue tan tremenda la noticia porque yo todavía era chica, me acababa de casar, todavía me faltaban unas materias para recibirme y la idea de tener hijos todavía no estaba en mi cabeza’, cuenta Isabel a Clarín.

    Lo que hizo, igual, fue dejar de cuidarse. La vida siguió su curso, hasta que un día se dio cuenta de que habían pasado dos años y ni noticias de un embarazo. Así que su obstetra, Carlos Castells, le recomendó consultar por un tratamiento de fertilización in vitro. Era abril del 98. Y fue junto a su esposo, Sebastián, arquitecto, a ver a Sergio Pasqualini, director de Halitus Instituto Médico.

    En la fertilización se obtuvieron catorce embriones (a los cinco días de evolución se llaman blastocitos). Cinco se desecharon, y de los nueve se transfirieron dos, pero sin éxito, ya que no se logró el embarazo. Los otros siete se criopreservaron, es decir, se congelaron. En julio se hizo un nuevo intento: se transfirieron dos embriones y se logró el embarazo.

    ‘La noticia fue impresionante, no lo podíamos creer, fue una alegría enorme’, recuerda Isabel. Así, después de un embarazo perfecto de casi 41 semanas nació Victoria, con 4,850 kilos. Con semejante tamaño, ni dudas hubo de hacer una cesárea.

    El tiempo pasó y en octubre del 2000 Isabel y Sebastián volvieron a Halitus para pedir que les transfirieran más embriones porque querían otro bebé. Se transfirieron dos y se logró un embarazo. Esta vez fue de 36 semanas: Felipe nació con 3,810 kilos. Finalmente los Sagesse lograron formar la familia que tanto querían: dos hijos hermosos (la famosa ‘parejita’). ¡Qué más le podían pedir a la vida…! Pero a Isabel había algo que no la dejaba dormir tranquila.

    ‘Era por los congelados’, confiesa Isabel. Así les decía a los tres embriones que habían quedado. ‘A mí me preocupaba mucho qué podía pasar con ellos. Para mí eran mis hijos. No estaba tranquila con ellos en un frasco’, dice la mujer. Les habían explicado que una de las opciones era la donación. Pero ellos no quisieron, así que después de hablarlo mucho con Sebastián, decidieron volver a intentar un embarazo.

    Fue en septiembre del año pasado. Al descongelar los tres embriones, uno se desechó por mala calidad, y se transfirieron los dos restantes. ‘¿Cómo se ven como padres de mellizos varones?’, preguntó Pasqualini. Y el médico acertó nomás. Ignacio y Pedro nacieron el 4 de mayo en la semana 34. Eran enormes: 3.130 y 3 kilos.

    ‘Fue un sacudón para toda la familia. Ya estábamos hechos, con dos chicos. Yo había recuperado mi físico, había vuelto a trabajar. ¡Habíamos vuelto a dormir!, y llegaron los mellizos, que es un laburo infernal’, se sincera Isabel. Pero enseguida se ríe. Es que por ahí andan los nenes, que hacen sus morisquetas, desplegando toda la simpatía natural de un bebé.

    ‘Moralmente teníamos que hacerlo. Ellos tenían los mismos derechos que sus otros dos hermanos’, dice esta mujer que volvió a estar agotada, que volvió a perder el sueño, el trabajo, la silueta perfecta. ‘Igual, cuando estoy muerta de cansancio, a punto de la desesperación, pienso en lo que me pasó, en que no iba a poder tener hijos, y saber que tuve cuatro, y súper sanos, eso me levanta’, dice.

    Los Saggese son católicos, creyentes, pero jamás cuestionaron la decisión de la manera en que tuvieron a sus hijos. ‘Para nada. Recurrimos a la ciencia para que nos diera una mano. En nuestro caso la ciencia le dio un empujón a la naturaleza, nada más. Hicimos un uso absolutamente responsable de la ciencia. De eso estamos muy tranquilos’, remarca Isabel. Tranquilos y más que felices.