Sabidurías hay muchas y una de ellas es intuitiva más que producto del estudio. “No tengo química” es una frase que se utiliza para explicar por qué una relación con determinada persona no avanza o, simplemente, no se produce. Esas simples palabras encierran una enorme verdad: todas las sensaciones y emociones son producto de complejos procesos químicos que se desencadenan en el organismo por diversas causas y estímulos. El sexo no escapa a esa regla natural. A veces, las fases de atracción, deseo, excitación y orgasmo se dan de forma placentera, como consecuencia lógica de aspectos tanto psicológicos como biológicos, y otras no se producen. ¿Qué sucede en esos casos? ¿Por qué mente y cuerpo a veces responden y otras veces no? La respuesta está en la química. Y el comienzo de esa reacción se da en el cerebro, el mayor órgano sexual del ser humano.
Beatriz Literat, médica sexóloga de Halitus Instituto Médico, explica a Veintitrés que el cerebro genera “neurotransmisores que, a su vez, promueven la actividad de otras sustancias químicas, ya sean del propio cerebro o de glándulas, ovarios, testículos y muchos otros. Por ejemplo: el deseo sexual no existiría si una hormona llamada testosterona no estuviera circulando en cantidades específicas en la sangre de hombres y mujeres. Su disminución por debajo de ciertos niveles contribuye a la inhibición del deseo sexual, más allá de la estabilidad o el amor de una relación”.
Los neurotransmisores son biomoléculas que conectan químicamente unas neuronas con otras, promoviendo indirectamente la producción de, por ejemplo, dopamina (reguladora de las emociones, del sueño, del dolor), serotonina (influye en el placer y estados de ánimo), histamina (favorecedora de la excitación sexual), acetilcolina (influye en la respuesta muscular), etcétera.
Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo, autor de Sexo y sexualidad. Hacia dónde vamos (Lea Ediciones), coincide en que “las condiciones biológicas sirven de base para la expresión erótica y están en íntima interacción con los factores psicológicos, sociales y culturales”. Pero hablando específicamente de los procesos químicos señala que “la testosterona es la hormona del deseo sexual (de mayor presencia en los varones, lo cual explicaría por qué es más intenso y frecuente en los varones); el estrógeno, más activo en el pico ovulatorio, mejora el deseo, la llegada de sangre a los tejidos y la respuesta orgásmica en las mujeres; la oxitocina, también llamada hormona del amor, se libera con el contacto corporal, sus niveles suben durante la estimulación genital, la eyaculación y el orgasmo”. El especialista aclara que hay “dos neurotransmisores implicados en la respuesta sexual: la dopamina, que aumenta el deseo sexual, y la serotonina, que lo baja. Es frecuente que quienes toman antidepresivos, que incrementan este neurotransmisor, se quejen por la baja libido y la falta de orgasmo”.
Toda sensación obedece a cambios químicos, el organismo es un procesador de sustancias que deben mantenerse en equilibrio. Cuando se rompe, empiezan los problemas. A nivel sexual, Literat explica que las causas del desequilibrio pueden provenir de diversas circunstancias: “Por ejemplo, la ansiedad por el desempeño sexual, el temor a repetir una experiencia desagradable, o la falta de confianza con el o la compañera”.
La ansiedad es causante y efecto de la adrenalina, hormona que producen las glándulas suprarrenales; cuando se dispara la producción, el organismo entra en alerta o, una indicación más profesional, estrés. “Esa sensación es contraria a las producidas por las hormonas sexuales, que favorecen un estado de receptividad y confianza, y puede neutralizarlas, sobre todo si la causa no se resuelve. En ese caso, el estrés continúa en el tiempo transformándose en disestrés o alerta crónica –señala Literat–. Las relaciones sexuales dejarán de ser agradables, producirán inseguridad y hasta ganas de evitarlas, lo cual dará origen a una mayor descarga de adrenalina o sea, más estrés. Se cierra el círculo del no placer y del conflicto con la pareja”.
La ansiedad es causante y efecto de la adrenalina, hormona que producen las glándulas suprarrenales; cuando se dispara la producción, el organismo entra en alerta o, una indicación más profesional, estrés
Una cuestión propia de la naturaleza que afecta el proceso químico en las mujeres es la menopausia, que provoca disminución de estrógeno (entre otras hormonas) y en consecuencia, de deseo sexual. En la Argentina los médicos apelan a los parches de hormonas –en los casos en que no hay riesgo de que generen otros traumas como pólipos o cáncer–, mientras que en Estados Unidos se utiliza el mal llamado “chip sexual”, que Carmen Barbieri –de 59 años y de novia con Rodrigo, 20 años menor– confesó haberse colocado hace cinco meses durante su estadía en Miami. En realidad es una pastilla de testosterona que se inserta en la grasa de la piel y libera el producto a lo largo de cuatro o seis meses. La testosterona eleva el deseo sexual, además de mejorar el humor. El equivalente local es una inyección de esa hormona que surte efecto por tres meses. También se utiliza para tratar la andropausia, el proceso masculino similar a la menopausia, y como efecto indeseado se señala el crecimiento de vello facial en las mujeres, pero mantiene vivo el deseo sexual, siempre asociado a la juventud y la belleza.
¿Qué sucede cuando la mente no responde? ¿Acaso es que no se activan los neurotransmisores? Responde Literat: “El cerebro necesita del estímulo de los sentidos. La vista, el olfato, la audición, el tacto, el entorno ambiental, los recuerdos de encuentros sexuales anteriores, provocan la activación de determinadas áreas cerebrales donde se liberan las sustancias neurotransmisoras que, a su vez, desencadenan otras reacciones químicas. Si se modifica alguna de estas variables puede cambiar la acción química y la respuesta sexual. Debería quedar claro que los pensamientos provocan cambios químicos y son, a su vez, la consecuencia de los mismos, al igual que los estados de ánimo”.
Los pensamientos provocan cambios; decir “no tengo química” es literalmente eso: poner en palabras la falta de reacción entre las diversas sustancias que circulan por el organismo.