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Por: Artemisa Noticias | 11/02/08

Infertilidad masculina: el fin del parentesco con los dioses


Se calcula que entre el 15 y 20 por ciento de las parejas sufre algún tipo de esterilidad, y que en la mitad de los casos, es el hombre quien adolece de alguna patología. Según los especialistas, recién cuando se descubrieron las técnicas de

fertilización asistida, los varones comenzaron a reconocer que pueden ser estériles, problema que histórica y culturalmente, les fue otorgado a las mujeres. ¿Cuáles son las razones de esta negación?


“Hasta hace 20 años atrás, era como que el hombre se hacía a un lado del problema. Yo me imagino la conversación en la casa, donde el hombre le decía a la mujer por qué no vas al ginecólogo a ver qué te pasa que no te embarazás. Era rarísimo que un hombre asumiera la responsabilidad. Entonces era andá vos a ver qué te pasa, y si no te encuentran nada a vos, después voy yo”, recuerda Sergio Pasqualini, médico responsable de uno de los más importantes institutos de fertilización asistida en nuestro país.
Las razones de esta negación hay que buscarlas en diferentes factores condicionantes, siendo tal vez el cultural el más importante: “La herida narcisista producida por la esterilidad-infertilidad provoca un sufrimiento que posiciona al sujeto en un lugar diferente. Produce una división entre los que pueden tener hijos y los que no, los que disfrutan y los que padecen”, dice Silvia Jadur, que trabaja abordando las distintas problemáticas que surgen a partir de las dificultades en la fertilidad.
En un trabajo presentado en las Primeras Jornadas de Infertilidad, Adopción y Fertilización Asistida, organizadas por la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Jadur cita el conmovedor testimonio de un hombre de 29 años estéril: “Mi cabeza estalla, es terrible, incomprensible. No encuentro palabras para que me entiendan este dolor… Nunca pensé que iba a tener problemas para tener un hijo. Siempre fui muy potente sexualmente. No pensé que me pasara a mí”.
Como puede observarse, la ignorancia se combina con el prejuicio, haciendo estragos. La inevitable relación entre la potencia sexual y la infertilidad, es tan común como falsa: “No existe ninguna relación entre ambas cosas- enfatiza Pasqualini-. La impotencia es la imposibilidad de la erección, o sea que el hombre más potente puede ser infértil si no tiene espermatozoides. Por el contrario, un hombre con un daño neurológico puede ser impotente, pero sus espermatozoides son totalmente fértiles”.
El círculo se cierra
Culturalmente, el círculo perverso se cierra: la esterilidad masculina aparece asociada con estigmatizantes sentimientos de vergüenza, culpa, inadecuación, fracaso, cualidades negativas, devaluación, incompletud y hasta anormalidad: “Yo en la consulta escucho al paciente enojado, con vergüenza, con culpa, pero que quiere ser papá, quiere embarazarse. Lo escucho con tristeza, y por debajo de la tristeza lo que encontramos es el dolor…”, completa la licenciada en psicología Judith Cosogliad, miembro del Departamento de Psicología Médica del instituto que dirige Pasqualini.
Hay que remontarse a los albores de nuestra sociedad machista para entender el porqué de semejante reacción para con una disfunción que hoy es perfectamente tratable y en la mayoría de los casos, simple. La antropóloga estadounidense Carol Delaney, sostenía que una de las más poderosas razones culturales es la teoría popular de la concepción monogenética, que dominó en Occidente durante milenios, y que implica que el hijo se origina esencialmente en una única fuente.
En el plano simbólico, es coherente con la doctrina teológica del monoteísmo. Estamos hablando del parto virginal, en el que es Dios quien crea al Hijo, en tanto María es sólo un medio para la manifestación de su creación; a través de ella la palabra se hace carne. Es su contribución lo que hace de Jesús una persona de carne y sangre, pero el origen, la esencia y la identidad de Jesús, proceden exclusivamente del Padre.
Dicho en términos más simples: ser padre no sólo es un privilegio del hombre, sino un legado divino. La paternidad, a los varones, los acerca a los dioses.
“De este modo, en nuestra cultura la paternidad no significa meramente la consciencia de que el hombre tiene un papel en la generación de un niño, sino que supone que el papel masculino se interpreta como la función generativa y creadora”, abunda Delaney.
En ese sentido, es importante recordar que el descubrimiento trascendente en nuestra cultura no ha sido la confirmación de la relación fisiológica existente entre un hombre y su hijo, sino el reconocimiento de la aportación de la mujer a la generación. Recién con el redescubrimiento de la genética de Gregor Mendel en el siglo XX, se pudo conocer que el óvulo incluye la mitad de la dotación genética del futuro hijo y, por lo tanto, tanto el hombre como la mujer participan esencial y creativamente en la reproducción. Sin embargo, esta teoría no fue asimilada en el mundo occidental hasta la mitad del siglo XX, lo que da cuenta de la discrepancia que existe entre el conocimiento científico, las teorías populares y las ideologías dominantes.
Un lento cambio de actitud
Esta “traducción” de lo ideológico a lo científico, también está relacionada al cambio de actitud que en la actualidad se está verificando en los hombres. El doctor Pasqualini ensaya una interesante teoría al respecto: “Hasta hace unos veinte años atrás, que el hombre fuera a consulta era poco habitual, porque en esa época casi no había especialistas en infertilidad sino ginecólogos, y los hombres no acompañaban a sus mujeres al ginecólogo –explica-. Hoy en día, cuando viene la mujer sola, da excusas de porqué el hombre no pudo acompañarla. Y hasta hay hombres que hacen punta y vienen ellos solos y empiezan a contar lo que les pasa”.
– ¿Y por qué cree usted que se produce este cambio?
– Tiene que ver con muchos factores. Hay que sumar el desconocimiento del hombre común, a nuestro propio desconocimiento durante años del factor masculino. Por ejemplo, en 1994 las técnicas de Fertilización in Vitro, se inyectaba un solo espermatozoide dentro del óvulo y se decía “ya está”. Pero luego se vio que ese espermatozoide podía ser de una muestra mala, y eso hacía la diferencia en la calidad del embrión y las posibilidades de éxito.
– Hace veinte años atrás concurrían ambos componentes. La ignorancia estaba de la mano con la vergüenza, con el temor a la falta de virilidad – complementa Judith Cosogliad – Ahora, cuando yo escucho tristeza en el hombre me digo “bueno, vamos por buen camino”, porque esto significa la aceptación de que el embarazo no se va a dar de manera espontánea.
Sin embargo, los avances culturales encuentran algunos escollos. Tal vez el más importante de ellos sea en lo casos de infertilidad masculina en los que el único tratamiento posible, es la fecundación con semen de donantes anónimos.
Pasqualini dice que en casi todos los casos los hombres aceptan este método. “Por ahí de entrada no, porque es un golpe inesperado, brusco, un shock”, agrega. Su vasta opinión coincide con la de otros especialistas. La psiquiatra Luisa Barón, experta en fertilidad y directora de la Fundación Impsi, agrega sin embargo un elemento nuevo: “Al momento de la toma de decisión, los hombres que debían recibir donación de espermatozoides para fecundar los óvulos de su mujer aceptaron el tratamiento luego de un promedio de 2 semanas, mientras que las mujeres que debían recibir los ovocitos para ser fecundados por los espermatozoides de su esposo lo hicieron después de 5 meses de haber recibido la opción de tratamiento. Pero luego del nacimiento, en el caso de los hombres, hubo que ayudarlos más para integrarse en los vínculos familiares: si bien el varón accede más rápidamente a la donación, no por eso tiene menos conflicto”, precisa.
Barón agrega otra información esclarecedora de las diferencias culturales: “Los hombres expresaron un gran miedo a no amarlo (49 por ciento) y a ser rechazados por el hijo (87); mientras que las mujeres temieron la ausencia de sentimientos maternales (86 por ciento). La indagatoria psicológica no dejó aspectos por evaluar, y también indagó a las parejas acerca de los sentimientos hacia los donantes: los hombres experimentaron celos y enojo, e incluso tuvieron fantasías inconscientes de infidelidad de su mujer (79 por ciento). Ellas, por su parte, expresaron sentimientos de inferioridad (86) y gratitud (78) hacia las donantes.
Atavismos que perduran
Y es que, más allá de un paulatino avance cultural por el que el varón comienza a compartir roles, riesgos y responsabilidades con su pareja, los atavismos machistas respecto a la fecundación son todavía muy fuertes.
“El conocimiento científico, que demuestra el carácter bi-genético de la procreación, aún no ha sido asumido simbólicamente: los símbolos cambian muy lentamente y, en tanto están marcados por las relaciones de poder y arrastran connotaciones imaginarias, la resistencia se explica porque un cambio en los significados de la paternidad y de la maternidad, representaría un cuestionamiento de la definición de la diferencia entre los sexos que ocasionaría, a su vez, modificaciones en el sistema socio-cultural que los había sostenido y legitimado”, acentúa Carol Delaney.
 
Y como bien sabemos, son muchos y muy importantes los que no quieren este tipo de modificaciones, y aun son escasos los varones dispuestos a aceptar que no tienen parentesco con los dioses.