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Por: 15 de agosto 2002 | 15/08/02

Homenaje 2002: LOS DISTINTOS CAMINOS DE LA VIDA


Por Christiane Dosne Pasqualini

Two roads diverged in a wood, and
I took the one less traveled by,
and that has made all the difference
Robert Frost
The road not taken

Le agradezco de todo corazón a Regina Wikinski haber tenido la idea de este homenaje y con un grupo de amigos haberla llevada a cabo en forma tan simpática. Agradezco a María Marta sus palabras y el haber ideado mostrar tantas fotos de mi largo pasado. Las amistades son en este momento una parte muy importante de mi vida.

Me costó aceptar esta gentil propuesta porque me emociono fácilmente.

Lo que me convenció fue que esta celebración coincidía con una fecha importante, la de los 60 años de mi llegada a la Argentina desde el Canadá -que no son pocos años-.

Llegaba un 14 de julio de 1942 -el día de Francia, mi país de origen- con una Beca de la Federación Canadiense de Mujeres Universitarias, para trabajar con Bernardo Houssay en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Buenos Aires.

Se preguntarán ¿por qué se me ocurrió venir a la Argentina?

Desde 1939, año en que me inicié en la investigación con Hans Selye -el llamado genio del stress y el inventor de dicha palabra- en la Universidad de McGill, en Montreal, Canadá, había oído hablar de los trabajos de Houssay. También había oído hablar de Foglia, quien un año antes había estado en Montreal aprendiendo a extirpar la hipófisis en ratas, técnica difícil que Selye había diseñado. Al preparar la discusión de mi tesis sobre ‘El papel de la suprarrenal en la resistencia general’ tuve que consultar unos trabajos de Houssay. La Revista de la Sociedad Argentina de Biología y sus Resúmenes en Les Comptes Rendus de la Société de Biologie de Paris -que Houssay traducía personalmente al francés- llegaban hasta la biblioteca de la Universidad de McGill. Yo no sabía castellano y un día mientras recurría los resúmenes en francés, completamente por casualidad, me alcanzaron un formulario de Beca de la Federación Canadiense de Mujeres Universitarias.

Lo llené en base al trabajo de Houssay, el que estaba consultando. Al año -un día antes de mi graduación con un Ph.D., Doctorado en Medicina Experimental- esta Beca me fue otorgada y así fue como llegué a Buenos Aires el 14 de julio de 1942.

Houssay y Foglia me esperaban con sus respectivas esposa y hermana me ayudaron a encontrar una pensión. La única donde nadie hablaba ni francés ni inglés -esa era mi única condición- era una pensión de estudiantes, en frente mismo del Instituto de Fisiología en J. E. Uriburu 770. Allí estuve durante un año y allí aprendí el castellano iniciándome con el lunfardo -en esa pensión estaba, entre otros, Diego Brage quien después llegó a Profesor titular de Neurología de quien conservo muy buenos recuerdos-.

Houssay me recibió en francés -como a una hija- y aun mucho después continuaba hablándome en francés. En esa época, yo tenía 22 años y era la primera becaria mujer en el Instituto; a los pocos meses llegaba desde Río de Janeiro una segunda becaria, Clotilde Soutomayo. Al Instituto concurrían muchos médicos, ayudantes e investigadores -siempre habían algunos de otros países- con un promedio de edad de 28 años, y Houssay tenía 55 años. Había solamente dos mujeres, Rebeca Gerschman y Dora Potik.

Encontré allí un ambiente latino y una verdadera ‘alegría de vivir’ que no existía en mi universidad anglosajona. Houssay cumplía estrictamente el full-time que se había impuesto, de 8 de la mañana a 7 de la tarde y su total dedicación a la investigación era similar a la de mi maestro en Canadá, Hans Selye. Siempre parecía tener tiempo para explicar lo que sea, y para operar, en especial perros y sapos -lo que le gustaba hacer personalmente. Houssay era especialmente cordial con los investigadores, con un entusiamo desbordante por los múltiples temas que dirigía. Seguía el curso de los experimentos de cada uno de sus colaboradores y característicamente solía dejarles diariamente un papelito, con una sugerencia, con una ficha bibliográfica, una idea o sencillamente ‘veame – BAH’ (sus siglas que eran también las del sapo Bufo Arenarum Hansel).

Visto retrospectivamente, Houssay hacía la investigaciíon típica de la época, el modelo ‘extirpación-extracto’, es decir, sacar una glándula y recomponerla con su hormona: esto era muy similar a lo que yo había hecho anteriormente con Selye en Montreal. En ambos laboratorios, lo llamativo era la dedicación, la sistematización, y la constancia con que se hacía, se escribía y se publicaba. Se ha calculado que en el Instituto de Fisiología se publicaba un promedio de 250 trabajos por año.

Creo sinceramente que este período de mi beca -julio 1942/julio 1943- fue la época de gloria del Instituto. Pocos meses después, Houssay, por lamentables razones políticas, tuvo que abandonarlo.

Por mi parte, durante ese año trabajé intensamente, tanto con Houssay en sapos y perros, como con Foglia poniendo a punto la pancreatectomía en la rata; publiqué tres trabajos.

Tambien me divertí mucho, principalmente con los investigadores del Instituto y los estudiantes de la pensión, acumulando muchos buenos amigos, aprendiendo el idioma y recorriendo no sólo Buenos Aires con sus teatros, bailes y restaurantes sino también Mar del Plata, Bariloche, Córdoba y Entre Ríos.

Al final de mi estadía, después de una cálida despedida de Houssay y sus colaboradores en el restaurante La Esmeralda, me trasladé con otra Beca a Santiago de Chile, sintiéndome literalmente enamorada de la Argentina.

Con visión retrospectiva, a veces me he preguntado cuánto en la vida es predestinado y cuánto es librado al azar. No hay duda que los genes heredados contribuyen a la vocación pero la activación de estos genes está librada al azar y ese azar debe ser aprovechado. En este sentido, al elegir sucesivamente entre dos caminos posibles -tomando uno y descartando el otro- uno va forjando su destino. Así es que quiero contarles brevemente algunos de los caminos que elegí -además de mi Beca en el Instituto de Fisiología- y que fueron determinantes de mi vida.

Por ejemplo, ¿cómo llegué a elegir la investigación descartando la medicina?

Para empezar, nací en París y mis padres emigraron al Canadá cuando yo tenía 6 años. Mi padre era Ingeniero Químico y llegaba para montar un laboratorio de investigación en celulosa para la producción de rayon, la seda artificial, en Hawkesbury, un pueblito en la provincia de Ontario en la frontera de Quebec. Cursé la escuela primaria y secundaria en un convento de monjas franco-canadienses, pero los exámenes finales eran en inglés, una escuela totalmente bilingue. Desde muy joven, yo quería ser como mi padre pero las monjas no enseñaban ciencia, que según ellas no era para señoritas. Di física y química libre y gané un año, lo que hizo que llegara a la Universidad de McGill, en Montreal, con una Beca y a los 15 años, un año antes de lo reglamentario, por lo cual necesité un mentor.

Como me había anotado en Ciencias, con Orientación en Bioquímica, mi mentor fue el Profesor titular de la materia, Dr. Thomson -famoso no sólo como profesor sino también como escritor de novelas de suspenso-.

Cuatro años mas tarde, al graduarme con un B.Sc., el Dr. Thomson me preguntó qué pensaba hacer de mi futuro. Le dije que me gustaría muchísimo entrar en Medicina pero que mi padre no me podía pagar la Universidad ya que le tocaba el turno a mi hermano. Me miró y me dijo que viniera a verlo al día siguiente, lo que hice. Me hizo entonces una propuesta insólita: me ofreció un puesto de Jefe de Trabajos Prácticos en Histología diciéndome que calculaba que podría tomar las clases teóricas a la mañana y ayudar con los prácticos a la tarde. Acepté el desafío -tomando ese nuevo camino- incorporándome a la Facultad de Medicina de la Universidad de McGill en Montreal el 1 de setiembre de 1939 -el primer día de la Segunda Guerra Mundial-.

Eramos 4 mujeres de un total de 80, sin cubrir el cupo de 10% para mujeres. Para los trabajos prácticos tuve la ayuda del profesor adjunto; el primer año se trataba de Jack Dalton quien más tarde tuvo a cargo el primer microscopio electrónico del National Cancer Institute de Bethesda, mientras que el segundo año, se incorporó Charles Leblond, destacado citólogo recién llegado de Francia, a quien tenía que ayudar con el inglés.

El profesor titular de Histología era Hans Selye -de quien les hablé anteriormente- y desde el primer día me incorporó a su proyecto de investigación. Estudiaba el estrés desde el punto de vista fisiológico, con sus 3 etapas, la reacción de alarma, la de adaptación y la de agotamiento. Me gustaba mucho la investigación y muy pronto Selye me propuso proseguir directamente hacia el doctorado sin cursar las materias clínicas. Acepté -tomé este nuevo camino- y me gradué en 1942 con un Ph.D. en Medicina Experimental en lugar del título de médico, M.D., que recibían mis compañeros.

Camino siguiente, ¿cómo elegí casarme y volver a la Argentina ?

En 1942, antes de tomar el barco en Nueva York para venir a la Argentina participé en una reunión de la Sociedad Internacional de Endocrinología en Atlantic City donde me ocurrieron tres cosas interesantes.

Al enterarse que iba a trabajar con Houssay, Herbert Evans -el descubridor de la hormona de crecimiento- me pidió de rodillas, literalmente, que le mandara detalles de la vida de Houssay ya que quería escribir su biografía – ojalá lo hubiera ayudado (ese camino, no lo tomé).

Asistía a esa reunión Alejandro Lipschutz quien me dijo que si al terminar mi año en Buenos Aires, quisiera ir a trabajar con el en Santiago de Chile, me ofrecía una Beca Rockefeller -ese camino sí lo tomé- y un año después estuve 6 meses en su laboratorio donde se estudiaba la fibromatogénesis inducida por estrógenos en cobayos.

En tercer lugar, Hans Selye, al despedirme, me manifestó que tenía mucho interés en la complementación entre la Argentina y el Canadá y que si encontraba un investigador que tuviera interés en trabajar con él, le conseguiría una Beca del Royal Bank of Canada. Así fue como Rodolfo Pasqualini llegó a Montreal mientras yo estaba en Chile.

Había conocido a Rodolfo en el Instituto de Fisiología poco tiempo después de mi llegada. Me invitaba a remar en el Tigre con una pareja amiga todos los domingos que no estaba de guardia en el Hospital Militar. Con ellos me divertía mucho y de paso me corregían mi castellano ya que los estudiantes de la pensión me enseñaban principalmente lunfardo -se divertían con eso-.

Con Rodolfo nos reencontramos en Montreal y luego me venía a visitar a la Universidad de Yale. Allí, al volver de Sud América, yo había conseguido otra Beca para trabajar con C.N.H. Long, profesor de Química Fisiológica, esta vez estudiando el efecto de la Vitamina C en el shock hemorrágico en el cobayo.

Al terminar su año con Selye en Montreal, Rodolfo me dio una semana para decidir si aceptaba casarme con él o no. Fue una elección nada fácil. Era un camino difícil de tomar. Tenía 24 años y desde la Universidad de Yale, tenía un amplio panorama de posibilidades de investigación donde quisiera ir, tanto en EE.UU. como en Canadá, más en plena guerra, cuando las mujeres en investigación eran muy buscadas. Pero él insistía mucho y yo estaba enamorada -y también de su país como dije anteriormente-. Finalmente, dije que sí, pero con la condición que nunca trabara mi trabajo, a lo cual Rodolfo añadió su condición, que fuera siempre en la Argentina, ya que no quería vivir fuera de su país -ambos hemos cumplido con nuestras condiciones-.

El Dr. Long aceptó acortar mi Beca pero no podía entender como había aceptado volver “to that country, full of revolutions and where you will not be able to do any work” -tal vez, acertó en el 50%.

Nos casamos en la iglesia de Hawkesbury en mi casa paterna el 30 de noviembre de 1944. Volvimos a la Argentina desde Nueva Orleans en el Rio Jachal, el mismo barco con el cual había retornado al hemisferio norte 6 meses antes.

Adopté la nacionalidad argentina de muy buenas ganas y nunca me arrepentí de haber elegido ese camino.

Cómo combiné mis dos prioridades: mi familia y mi investigación.

Por mi formación como investigadora me resulta mucho más difícil hablar de mi familia que de investigación, donde se purgan los hechos de toda emoción. Hablar de sentimientos es otra cosa y para mi resulta muy emotivo.

Con Rodolfo teníamos muchas inquietudes en común pero otras algo diferentes. Yo estaba muy acostumbrada a una total independencia y él también. El primer año de matrimonio resultó ser el más difícil pero pronto nos adaptamos a la nueva situación y nuestro matrimonio de 58 años fue y sigue siendo armonioso, seguramente en base a mucho afecto, en realidad a mucho amor. -Es una gran lástima que por fuerza mayor hoy Rodolfo no pueda compartir este momento conmigo-.

Al volver a la Argentina, en seguida entré en el Hospital Militar donde seguí trabajando en shock hemorrágico en cobayos inclinándome cada vez más hacia la hematología. Luego hice investigación acompañando a Rodolfo en el Instituto Nacional de Endocrinología que él fundó en 1948 y en el Instituto Modelo del Hospital Rawson cuando ganó el concurso de Profesor Titular de Clínica Médica.

Mientras tanto, tuvimos 5 hijos, entre 1947 y 1953, 5 en un lapso de 6 años, empezando con gemelas seguidas de tres varones. Empezar con mellizas hizo que con los 3 siguientes que vinieron de a uno, todo parecía mucho mas fácil.

Los cinco se criaron muy juntos y no me acuerdo haber tenido problemas de escuela ni de deberes. En realidad tengo la sensación de que esos años -que fueron muy felices- pasaron demasiado pronto. Nunca dejé de trabajar aun cuando eran chicos, gracias a la indispensable ayuda de mi María, una fiel gallega que estuvo conmigo hasta su muerte a los 95 años.

Conocí el especial goce del amor materno y con Rodolfo hemos disfrutado ampliamente de nuestros hijos que fueron nuestra alegría lo mismo que de los 17 nietos que nos dieron.

Nuestro cinco hijos fueron a la Universidad de Buenos Aires; tres son médicos: Diana y Titania son pediatras dedicadas a adolescencia y a endocrinología y Sergio es ginecólogo con orientación en fertilidad asistida; el cuarto, Enrique, es físico investigando en fullerenos en la CNEA; mientras que el menor, Héctor, es ingeniero industrial en ESSO.

Tenemos además 1 yerno, Hugo Arroyo, neurólogo, y 3 nueras, Haydée, Viviana y Claudia quienes constituyen un valioso y muy querido aporte a nuestra familia. En nuestros 17 nietos, que van de 28 a 8 años, se perfila una fuerte orientación hacia la medicina y la investigación: 2 ya son médicos, a una le falta poco para serlo y dos más lo están pensando, uno es ingeniero químico y otra en vía de serlo, una es diseñadora gráfica y otra va por ese camino, una estudia abogacía y los demás están todavía en la escuela.

El hecho es que además de nuestra unión y nuestra familia, tanto Rodolfo como yo tuvimos en paralelo una importante vida profesional. La suya se refleja en su libro “En busca de la medicina perdida” que abarca sus 50 años de médico y su intensa vida interior, mientras que la mía abarca principalmente mis 45 años en un Instituto de la Academia Nacional de Medicina.

Otro camino emprendido: La Sección Leucemia Experimental del Instituto de Investigaciones Hematológicas, de la Academia Nacional de Medicina

En 1957, a raíz de un curso de hematología, Alfredo Pavlovsky me propuso organizar una Sección Leucemia Experimental. Emprendí ese desafío -ese nuevo camino en investigación básica- y con Rabasa empezamos a trabajar el 14 de setiembre, hace ya 45 años. Al poco tiempo se incorporó Ezequiel Holmberg y poco a poco pudimos convencer a Pavlovsky que el investigador necesita completa autonomía para el desarrollo de sus proyectos -no fue siempre fácil-.

Al inicio tenía una Beca de FUNDALEU -en el tiempo de Angélica Ocampo-, en aquel entonces y hasta el día de hoy FUNDALEU nunca dejó de ayudarnos, diría que a menudo haciendo posible lo que parecía imposible.

En 1962 ingresé en la Carrera del Investigador del CONICET que recién se abría -hace 40 años-. Hay que reconocer que el CONICET fue y sigue siendo la salvación de los investigadores, asegurándoles su subsistencia y permitiéndoles trabajar. De hecho, los 55 investigadores de nuestro Instituto pertenecen al CONICET. Hoy soy Investigador Emérito con un contrato del CONICET.

A lo largo de esos 45 años, se investigó la etiopatogenia de la leucemia y del cáncer de mama, añadiendo nuestros “granos de arena” a la lucha internacional contra el cáncer. Nos iniciamos con la teoría viral del cáncer hasta llegar a la actual teoría génica. Se enfocó el problema principalmente con experimentos in vivo sobre la base de un criadero de ratones endocriados, mantenido por un Instituto del CONICET, Instituto Leucemia Experimental, ILEX.

Un criadero propio permitió hacer experimentos de larga latencia, los que condujeron a nuestros resultados mas originales, como fue por ejemplo, con Claudia Lanari, la inducción de cáncer de mama con sostenidas dosis de progesterona, y con Isabel Piazzon y sus colaboradores, las distintas variantes del virus del tumor mamario murino, MMTV.

Con nosotros se formaron más de 60 investigadores, algunos de los cuales llegaron a ocupar importantes puestos tanto nacionales como internacionales, como Ezequiel Holmberg, César Vasquez, Nurit Saal, Jorge Ferrer, Elisabeth Colmerauer, Lia Rumi, Daniel Filippa, Raul Braylan, Miguel Angel Basombrío, Marta Braun, Daniel Sordelli, Alejandro Mayer, Fernando Benavides, etc..

Convencida que no se debe bloquear el escalafón y que se debe pasar la posta, desde hace 10 años la División Medicina Experimental y hoy el Instituto ILEX-CONICET están bajo la dirección de Isabel Piazzon, mientras que yo sigo trabajando en el Tercer Piso; algunos como Juan y Antonio llevan muchos años conmigo, otros como Oscar y Raúl siguen discutiendo conmigo sus trabajos definitivamente sui generis, y me siento muy a gusto entre todas estas investigadoras y becarias que siguen incorporándose, y que me parecen cada vez más jóvenes -sin olvidar a Tito y los 6000 ratones.

En 1991 fui elegida Miembro Titular de la Academia Nacional de Medicina donde con orgullo considero que tengo 34 buenos amigos; después de 11 años sigo siendo la única mujer -lo que estoy tratando de remediar y que seguramente cambiará en los próximos años-.

Otro camino recorrido: la revista Medicina (Buenos Aires).

En 1967, hace 35 años, Pavlovsky me propuso que lo reemplazara en el Comité de Redacción de la revista Medicina (Buenos Aires) lo que acepté de muy buenas ganas. Siempre me gustó escribir y además con Alfredo Lanari me unía una amistad muy particular que se remontaba a mis primeros días en la Argentina. Todos estos miércoles al mediodía -hasta el día de hoy- en el Instituto de Investigaciones Médicas, hoy Instituto Alfredo Lanari, fueron testigos del placer de compartir el auténtico aprendizaje de editor, entre personalidades fuertes que se avinieron a discutir como amigos -y todos seguimos siendo muy buenos amigos-.

El camino del investigador y el status actual de la mujer

Se calcula que de los graduados universitarios menos del 1% se dedican a la investigación. Personalmente estoy convencida que dicha vocación está ligada a un gen, pero para que ese gen se active hay que saber bien lo que se quiere y aprovechar las circunstancias, que en realidad significan primordialmente encontrar un director de investigación. Se aprende el llamado método experimental de la mano de un director, lo mismo que se aprende el primer idioma de la mano de la madre.

Aún en este momento tan difícil, los jóvenes con vocación para la investigación siguen acercándose a nosotros con el entusiasmo de siempre, trabajando literalmente en ‘torres de marfil’, evitando así contaminarse con el pesimismo del ambiente -con la diferencia que hay cada vez más mujeres involucradas-.

En Medicina, en mi caso, en 1940, éramos la excepción, apenas 4 mujeres de 80 postulantes, el 5%, mientras que en 1970 cuando mis hijas se recibieron de médicas, había un 33% de mujeres, y en el 2000 al recibirse mi nieto, ya eran el 55 %. Esto vale decir que en sólo 60 años -en 3 generaciones- la mujer llegó a igualar al hombre en medicina -en número y también en eficiencia. Tengo la impresión que en nuestro país este cambio tan drástico se hizo casi sin sentir, sin la discriminación que expresaron autoras americanas, por ejemplo en el libro de una de ellas, titulado Why so slow? The advancement of Women (¿Por qué tan despacio el ascenso de la mujer en ciencia?). Esto parece extraño con los datos nuestros.

En este sentido, esta Facultad de Farmacia y Bioquímica tuvo una característica muy particular: ya en 1957 las mujeres conformaban el 50% de los graduados, aumentando al 70% en 1976 y a más del 80% a partir de 1983; las docentes mujeres hoy igualan a los hombres y por segunda vez el decanato está en manos de una mujer; la primera fue Juana Pasquini y actualmente lo es Regina Wikinski.

¿Por qué esta irrupción temprana de mujeres en Farmacia y Bioquímica?

Esta fue la pregunta que me hicieron cuando me tocó presentar estos datos -tan llamativos porque no se los han visto en otros países- hace unos años en una reunión de Mujeres del Tercer Mundo en Trieste, en la Academia de Ciencia del Tercer Mundo. Mucho no pude contestar, pero me puedo imaginar dos razones: la mujer podía facilmente atender una farmacia sin abandonar su hogar, y/o había tanta resistencia a la idea de una niña en la Facultad de Medicina, especialmente en la Cátedra de Anatomía, que el acceso a ésta Facultad era más apetecible.

En este momento, no hay duda que una mujer puede ser tanto médica o investigadora, como esposa, madre y abuela. Sólo necesita aptitud y vocación -saber bien lo que quiere- dedicación y perseverancia. Esto incluye no cortar la continuidad de su trabajo aun cuando los niños son pequeños porque el progreso es tan veloz que interrumpir es desactualizarse peligrosamente.

La pregunta siguiente es obviamente ¿hasta cuando? Ahí comparto lo que dijo Houssay en su discurso en el homenaje a sus 80 años : “La obra humana debe ser ininterrumpida durante toda la vida hasta que la detenga la muerte. Cada hombre debe trabajar continuamente para sí y sus semejantes, mientras lo permitan su salud física y mental… No considero un ideal humano aconsejable el querer jubilarse para ser inactivo, lo que daña el cuerpo y el alma y a la sociedad.’

Para finalizar quiero compartir con ustedes la enorme satisfacción que me dío mi nieto José Martín Comás de 25 años, hijo de Titania. Recién graduado de Ingeniero Químico en la UBA, se fue a París este 14 de julio -de nuevo esta fecha ¿simple coincidencia o azar determinante?- con una Beca Eiffel a la Escuela de Química y Fisíca de París, la misma escuela de donde salió mi padre en 1914. Mi abuelo a su vez era Ingeniero Químico e investigador, por lo cual con José se completa la quinta generación -prueba indudable que los genes tienen algo que ver-.

Muchas gracias a todos ustedes. Con su presencia me demuestran una amistad que valoro más que nunca y que me llena de satisfacción y de alegría.

Christiane Dosne Pasqualini