Estela Chardon es mujer y mamá, es ingeniera y es psicóloga, es co fundadora de Concebir, una asociación sin fines de lucro que agrupa padres que enfrentan la infertilidad. Tiene dos hijas. La primera, Iara, tiene 15 años y es producto de un tratamiento de fertilización in Vitro con óvulos donados. Hoy cuentan su historia y también defienden los derechos de quienes nacen por esta técnica.
“Uno empieza a buscar con toda la ilusión, cada mes es muy triste, por eso es una experiencia tan difícil la infertilidad, porque cada vez que llega la menstruación es un fracaso, una pérdida, un duelo. Ese era mi caso. Por suerte el ginecólogo con el que estaba me derivó rápidamente con un especialista y si bien yo ovulaba y tenía muchos óvulos, no quedaba embarazada por eso después de algunas inseminaciones me recomendaron probar con un in Vitro para ver qué pasaba”, relata Estela Chardon.
La respuesta no tardó en llegar: si bien había muchos óvulos no se formaban los embriones o se formaban embriones de muy mala calidad. “Entonces hice dos intentos y como realmente estaba claro que el problema era de los óvulos, yo sentí que en ese momento la única oportunidad –me lo explicaron así los médicos- era la donación de óvulos, es decir, aceptar los óvulos de otra persona-. Y para mí fue una alegría. Esos óvulos se unen con los de mi pareja, se forma el embrión y después transfieren el embrión a mi útero. Pero no todos lo recibimos igual. Para mí fue una alegría, fue la posibilidad de acercarme a la posibilidad de tener un hijo pero para otros es un golpe tremendo, desde lo genético, sobretodo. Pero no hay que perder de vista que en la ovodonación también está el parto, el embarazo, la lactancia” agrega Chardon.
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