En sus días de estudiante universitaria, poco antes de cumplir 25 años, Rachel Hills se sorprendió al escuchar de boca de su amiga Mónica -«quien representaba para mí todo lo que una mujer debe ser»- palabras que reflejaban sus propias vivencias en torno del sexo, esas que guardaba en secreto y con algo de vergüenza. Habiendo sido virgen hasta bien entrados los 20, Rachel creía que ella era una chica ajena a los mandatos sexuales de su generación, pero aparentemente no era la única…
«Voy a cumplir dos años sin tener sexo», le dijo Mónica, para luego agregar: «Y no besé a nadie en un año».
Rachel, periodista australiana que hoy vive en Nueva York, acaba de publicar el libro The Sex Myth, que encuentra su germen justamente en aquella revelación: «Si alguien como Mónica no era sexualmente activa, entonces el sexo quizá no era algo tan ubicuo», pensó. «Mis preocupaciones eran producto de una cultura que nos dice que debemos ser sexy, sexualmente activas y hábiles en la cama, y que la verdad de quienes somos se encuentra en nuestra vida sexual».
The Sex Myth es el resultado de una investigación en torno de la vida sexual de su generación -los millennials, aquellos nacidos entre comienzos de los 80 y mediados de los 90-, realizada a través de más de 200 entrevistas personales y una laboriosa revisión de la bibliografía especializada, que concluye en apuntar todas las armas contra lo que Hills identifica como «mitos centrales en torno de la sexualidad de Occidente». El primero de ellos es la imagen de una sociedad hipersexualidad tal cual la pintan los medios. «El segundo, menos obvio, es el valor emocional del que está investido el sexo -advierte Hills-, la creencia de que es la más especial y significativa fuente de emociones y del placer más perfecto que cualquier otra actividad humana».
Ahora bien, en su investigación, Hills se topó con una brecha: la que separa la verdadera vida sexual de las personas de lo que las personas dicen o creen acerca de su propia sexualidad y la de los otros. Su propia percepción de la vida sexual de sus compañeros de facultad, ejemplificada a través del caso de Mónica, no dista demasiado de las creencias populares al respecto.
De eso da cuenta un estudio realizado por el sociólogo Michael Kimmel, que preguntó a estudiantes universitarios qué porcentaje de sus compañeros creen que tienen sexo durante el fin de semana. El 80%, respondieron los entrevistados, una cifra que dista mucho del porcentaje real de universitarios que tiene sexo durante un fin de semana, que oscila entre el 5 y el 10%, según muestra el estudio Online College Social Life Survey, realizado sobre 24.000 estudiantes universitarios en los Estados Unidos.
Por supuesto, esa distancia entre lo que se piensa del sexo y el lugar que tiene en la vida real no sólo se aplica a los estudiantes universitarios norteamericanos. «La gente no tiene tanto sexo como dice o como se dice -sostiene Andrea Gómez, psicóloga y sexóloga, autora del libro Sexualidad, pareja y embarazo. Mitos y verdades-. El problema es que a veces hay personas que por querer cumplir con ese mandato sienten que tienen un problema, cuando en realidad el no tener relaciones sexuales o tenerlas con cierta frecuencia, si es una elección de pareja, no debería ser un conflicto».
De hecho, un reciente estudio realizado durante cuatro décadas sobre más de 30.000 personas, y cuyos resultados se conocieron esta semana, afirma que tener sexo una vez por semana es suficiente para asegurar el bienestar de la pareja (al menos en ese aspecto).
Sin embargo, el «deber ser» que plantea una sociedad que se presenta como hipersexualizada genera nuevos tabúes. «Lo que antes era el tabú de la virginidad, como exigencia previa al matrimonio, ahora se ha convertido en el tabú a la virginidad en el sentido de que no está bien visto que esta se prolongue en el tiempo», advierte Juan Eduardo Tesone, médico psiquiatra, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Beatriz Literat, médica sexóloga clínica de Halitus Instituto Médico, señala a la aparición del Viagra como momento bisagra: «El tabú del silencio y de guardar la sexualidad como un secreto de la pareja comenzó a desvanecerse. De pronto la gente ya no se quería perder de nada más, ya era mucho lo que había quedado reprimido en las décadas anteriores. Esto produjo que, en muchos casos, la sexualidad y su ejercicio a ultranza se convirtiera en protagonista, dejando a la persona en un plano secundario».
Adrián Helien, médico psiquiatra que preside el Capítulo de Sexología de la Asociación de Psiquiatras Argentinos y autor del libro Cuerpos equivocados, señala que existen dos agendas que marcan en la actualidad lo que «deber ser» el sexo en las personas y las parejas: «Una agenda es la de la novela, donde todo funciona de maravillas -describe-. El amor romántico lo soluciona todo. En este modelo la sexualidad es una continuidad de ese amor y la pareja es un ensamble perfecto de ese amor en la cama. Generalmente, esta agenda plantea modelos genéricos de varón y mujer clásicos: no hay mucho más que varón-mujer hetero, y la penetración es el centro de la sexualidad».
La otra agenda es la que plantea la pornografía: «Destreza a todo trapo, maravillas acrobáticas, cuerpos perfectos contorneándose al compás del sonido de gemidos y orgasmos múltiples. Sólo placer sin límites», describe Helien, quien advierte que ambas agendas son dos caras de la misma moneda deshumanizada de las relaciones humanas. «Los seres humanos somos muy complejos y el erotismo también lo es. La novela y lo porno son espejos que distorsionan la realidad. La idealizan, la encorsetan y le dan forma de ser el modelo a alcanzar», resume, y concluye: «El resultado es que si no funciono como en la novela o lo porno, entonces, algo anda mal».
Ese «algo anda mal» asume diversas formas, que van desde el sufrimiento silencioso hasta la sobreactuación del sexo, e incluso muchas veces desemboca en el consultorio. «El mandato de que hay que tener siempre relaciones sexuales, y que éstas tienen que ser numerosas y satisfactorias, hace que hoy uno vea en el consultorio casos de varones, por ejemplo, que apurados o empujados a cumplir con este mandato creen que siempre tienen que estar listos y dispuestos para una relación sexual. Así, les cuesta mucho entender y aceptar que cuando se presenta una disfunción sexual (como una dificultad en una erección) muchas veces tiene que ver con factores psicológicos, emocionales, con ansiedad y con la falta de conocimiento de cómo se genera la excitación y el placer, o de cómo se desencadena el orgasmo o la eyaculación».
En otros casos, la respuesta al mandato del sexo a toda hora genera rutinas que poco tienen que ver con el placer. «En un 2015 de fast food, estrés y tantas preocupaciones, en numerosas parejas consumadas, el sexo se ha transformado en un mero acto genital cuasiobligatorio para preservar el matrimonio, dejando de lado el verdadero disfrute», comenta Mariela Tesler, especialista en pareja y sexualidad, y directora de Isabellina.
A la hora de analizar la propia vida sexual, Tesone sugiere tener en cuenta que no existen patrones de conducta sexual en lo que hace a la frecuencia, como sí lo sugieren los mitos advertidos por Rachel Hills. «La publicidad que apunta a una hipersexualización de las formas de comunicación genera un modelo de conducta que no se condice con la realidad de la sexualidad humana -afirma-. Se responde así a estereotipos de la sexualidad en Occidente, como si fuera un valor supremo que excluye a aquel o a aquella que no la vive de ese modo. El sexo ha pasado a ser presentado por esa lógica como otro modo de consumo que permitiría alcanzar la felicidad, desconociendo que la sexualidad humana, más allá de sus distintos modos de expresión, no logra nunca ser plenamente satisfecha».
http://www.lanacion.com.ar/1847361-entre-la-realidad-y-el-mito-el-sexo-esta-sobrevalorado