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Por: Diario El Cronista, suplemento Tecnovida | 11/08/99

El hijo que no llega


Asistir la fecundación de un embrión no es lo mismo que manipularlo
genéticamente. Esta desafortunada confusión es responsable en gran medida de
los temores que alejan la posibilidad de una ley que regule favorablemente las
técnicas.

Hace 21 años nació Louise Brown, la primera bebé concebida a través de una fecundación in vitro en el mundo. Desde ese momento han nacido cerca de medio millón de bebés gracias al uso de la fertilización asistida, niños que ya no reciben el estigma “bebé de probeta” como en su momento se ha quejado la pequeña Louise.
Las técnicas se han ido perfeccionando y muchos de los prejuicios con respecto a la reproducción asistida han sido superados, sin embargo, a despecho de la gran cantidad de parejas que recurren a estos métodos, aún hay sectores de la sociedad que interfieren en el desarrollo de una ley que favorezca y regule estas prácticas.
Una de cada cinco parejas tiene problemas para engendrar un hijo. De todos ellos sólo la quinta parte deberá recurrir a métodos de alta complejidad como la

fecundación in vitro —FIV—, o la inyección intracitoplasmática —ICSI—. El resto puede lograr el embarazo con tratamientos sencillos como la inseminación intrauterina. (…)
Los FIV tienen un procedimiento básico. La mujer recibe una medicación hormonal para estimular la producción de folículos, cada tres o cuatro días se monitorean sus diámetros por ecografía. (…) El proceso continúa en el laboratorio de embriología, donde se ponen a madurar junto con los espermatozoides, esperando la fecundación.

Hormonas recombinantes

La medicación utilizada es otra protagonista en el juego de posibilidades. “Este tipo de medicación hormonal se extraía de la orina —explica el doctor Gustavo Samojeden, del laboratorio Serono— pero desde hace menos de dos años se produjo un cambio tecnológico que revolucionó la producción: ahora se obtiene de una manera más pura, recombinante”.
La biotecnología posibilitó fabricar esta sustancia de características casi humanas. “Se clonan células de ovario de hámster chino —explica el doctor Héctor Casado de laboratorios Organon—, esto significa que se les introduce en su ADN el gen humano que ordena fabricar la FSH, por ejemplo. De esta manera se obtiene una hormona extremadamente pura e idéntica a la que segrega la hipófisis”.
Los nuevos medicamentos recombinantes —llamados así porque se hace una recombinación del código de ADN de las células clonadas— mejoraron las tasas de éxito, según comenta el doctor Casado. “Los tratamientos se realizan durante menos tiempo, con dosis más bajas que con las hormonas de producción urinaria y con mayor efectividad”. Para comprender mejor el aumento de calidad que esta innovación tecnológica produjo en la medicación, Samojeden explica que “la FSH de origen urinario posee sólo el 5 por ciento de la hormona, y un 95 por ciento de impurezas, mientras que la recombinante contiene más del 99 por ciento de FSH pura”.

En espera de una ley justa
El vacío legal que existe en nuestro país perjudica fundamentalmente a los pacientes. Sin embargo, la ausencia de ley no significa que no exista un marco ético. “Los médicos nos regimos —explica el doctor Pasqualini, del Instituto Halitus— por las pautas de la Sociedad Argentina de Esterilidad y Fertilidad, que regulan esta actividad. El país que tiene una de las leyes más permisivas es España, y sin embargo nunca se les presentó algún hecho lamentable que los haga arrepentirse de esa permisividad”.
También está contemplado “el derecho de la mujer sola a formar la familia que ella considere libre y responsablemente”, según firma el Rey Juan Carlos, y no hay restricticciones con respecto a la donación de gametas.

Tomar una decisión en cuanto a la donación de óvulos o espermatozoides es uno de los puntos más conflictivos. “Donar óvulos o semen en definitiva es donar vida, no veo por qué tiene que ser cuestionado este punto, cuando la donación de órganos está permitida y fomentada”.
En otros países el conflicto de debate se centraliza en lo que se considera “el status del embrión”. Como unidad de medida se utiliza el tiempo transcurrido desde la fecundación hasta el grado alcanzado por el embrión en su desarrollo.
“El proceso de fertilización —dice el doctor Carlos Quintans, jefe del laboratorio de embriología de Halitus— es continuo. Alguien arriesgó una vez la idea de que el estadio de pronúcleo, cuando el material genético de la madre y del padre aún no se juntaron, todavía no tiene status humano. Pero creo que hicieron esta definición como para sacarse de encima problemas religiosos”.
En unos pocos países han prohibido el desarrollo del embrión hasta el quinto día, o blastocisto. (…)
“Creo que debería haber una ley que no perjudique a las parejas —dice Pasqualini— ni les reduzca las chances de embarazo con medidas limitantes. De lo contrario podríamos volver al ‘turismo reproductivo’, provocando que la gente de mejores recursos viaje al exterior, y los que no tienen dinero se queden sin posibilidades de concretar el embarazo deseado”.
La ausencia de una ley afecta también en un sentido económico a las parejas porque como no está regulada no figura tampoco en los nomencladores de obras sociales ni sistemas prepagos de salud. “Es necesaria una ley que reconozca a la fertilidad como una enfermedad. En este momento los centros estamos resolviendo la falta de cobertura social para facilitar un poco las cosas. Todos los meses recibimos 20 parejas con problemas económicos para que no se vean imposibilitadas de hacerlo”.
La polémica muchas veces es confusa. La Iglesia presiona para evitar que se realicen estos tratamientos, lo cual es respetable desde el punto de vista del dogma católico. Sin embargo ¿por qué hacer extensivo a todo el país una exigencia que está determinada por una particular creencia religiosa?

Mamaderas en el laboratorio

Los pocos días que los embriones pasan en el laboratorio son fundamentales para su supervivencia. El proceso es sutil y preciso. “El primer día, cuando se colocan los óvulos junto al esperma, se agrega un medio de cultivo con glucosa porque mejora la movilidad de los espermatozoides. Luego hay que cambiar las sustancias y agregar sales porque la glucosa puede producir alteraciones en el desarrollo del embrión. Y a partir de las ocho células vuelve a necesitar glucosa y otras cosas más”, explica el doctor Quintans.
Evidentemente el frío laboratorio y la actividad de los médicos que intervienen en el nacimiento de un embrión se acercan bastante a la tarea nutritiva de una madre, eligiendo cada día el alimento que necesita según el momento de su desarrollo.
Hay que creerles cuando ellos confiesan que se sienten también los padres de la criatura.

María Fernanda Barro Gil