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Por: Para Ti | 15/07/05

El donante 929 y sus hijos


Mike Rubino había donado su esperma en Los Ángeles. En Massachussets, una madre soltera y sus dos hijos querían conocerlo. Se encontraron por medio de un sitio de Internet y pasaron un fin de semana de paseos, como una familia cualquiera. El caso activa toda la complejidad de la donación de semen, mientras Hollywood ya quiere filmar la historia de Mike y su curiosa vida familiar.

En la habitación, pequeña y cerrada con llave, Mike Rubino eyaculó. Su producción de semen fue a parar al recipiente de plástico que el técnico le había entregado al llegar. En cualquiera de los cinco «masturbatorios» del California Cryobank había todos los videos y revistas necesarios para lograr una inspiración «contundente». Iba dos veces por semana a uno de los más grandes bancos de esperma de los Estados Unidos, en Los Ángeles. En 1994, luego de entrar en un programa que le brindaba anonimato, Mike se convirtió en el donante 929. Como donante pago, le dijeron en el Cryo -tal como lo llaman- que no tendría responsabilidades legales ni financieras. No le darían información sobre los hijos que nacieran con sus espermatozoides y mucho menos tendría derecho a verlas. El Cryo, sin embargo, sí podía brindar a sus clientes cierta información sobre los donantes de semen de primera calidad, seleccionados, basados en la potencia del esperma y sus características físicas, intelectuales y emocionales.

Cuando un comprador iba al Cryo le daban un perfil del donante. En el catálogo con audio del Cryo, al donante 929 se lo describía como artista, universitario egresado de la Universidad de Berkeley, con ojos azules y altura envidiable, que hablaba francés, le gustaba viajar y escuchar a Puccini. Pero que quede claro: para Mike esto no era sólo una cuestión de dinero, aunque embolsara 400 dólares mensuales por llenar esos recipientes. El tenía deseos de ayudar a las personas con problemas de fertilidad.

Y aunque no debía preguntárselo, ¿cuántos hijos suyos estarían jugando en un parque? Más de una vez se encontró pensando que algún día alguien tocaría su puerta; cuando la abriera, un adolescente le diría que él –Rubino- era su padre. Tal vez fue la fuerza de su deseo, porque ese encuentro se hizo realidad. El mes pasado, el diario norteamericano The Washington Post publicó un extenso reportaje revelando la intimidad del encuentro de Mike con Aaron y Leah McGhee, sus hijos de 7 y 3 años respectivamente. Su madre, una ex asistente social y psicoterapeuta soltera de Massachusetts llamada Raechel McGhee, se había esforzado para hacer contacto con él.

Para quienes leyeron esta historia, una primicia del periodista norteamericano Michael Leahy, la sensación fluctuó entre un conmovedor relato y una película de terror. ¿A todos los donantes les tocarán la puerta en un futuro cientos de chicos que -invocando el derecho a la identidad-los llamarían «papá», ¿exigirían un paseo por la plaza y una visita al McDonald´s más cercano? ¿Provocará esto un panic attack entre los donantes y una caída masiva de la donación? ¿Tienen derecho a conocer su identidad biológica los niños nacidos de esperma anónimo?

El artista y la psicoterapeuta

Mike Rubino nunca se imaginó sin hijos. A principios de los ´90, con cinco años de casado, él y su esposa descubrieron que tenían problemas de fertilidad. «Ella se operó pero nada cambió», contó. Mike, un artista plástico de Los Ángeles, estaba desilusionado, pero -según narra- sentía que podía hacer algo. Un día, él y su esposa vieron en la televisión un programa donde hablaban de los bancos de esperma. Alentado por ella, Mike fue al California Cryobank, donde donó semen hasta sus 35 años. El día que el banco le dijo que ya tenía la cantidad de esperma que necesitaba de él, Mike dejó -en la administración del Cryo- una carta en la cual expresaba su interés en encontrarse con alguno de sus hijos. Lo hizo a pesar de que el Cryobank no haría nada. No hasta que los chicos cumplieran años. No sabía que a 3.000 kilómetros de distancia, en Massachusetts, Raechel McGhee sólo pensaba cómo contactarse con él para que conociera a Aaron y a Leah, los hijos que había tenido gracias a él (y a los 6.000 dólares que ella había desembolsado).

En 1997, Raechel lloró cuando escuchó el audio que el banco le dio del donante 929. «Seguramente nunca podré tener hijos. Me siento privilegiado por ayudar a quien sí pueda tenerlos», recuerda que decía. Obesa, con baja autoestima y ningún candidato que se le acercara, Raechel había llegado a la conclusión de que sería madre soltera y que -gracias al Cryobank- eligiría por primera vez en u vida qué tipo de hombre quería como padre para sus hijos.

El perfil del donante 929 le cerraba. «El es para mí», recuerda que dijo. Aaron nació en 1998 y Leah, en 2001.

«Muchas mujeres no quieren saber nada con los hombres. No era mi caso. Después de tener a Aaron me di cuenta de que sería importante para mi hijo que tuviera una relación con un hombre. Más que nunca quise encontrarme con el donante», razonaba Raechel, cuyo padre había muerto años atrás y no tenía hermanos ni cuñados: «Estaba agradecida por la familia que tenía y quería expresar mi gratitud al hombre que me había ayudado». Ella nunca les ocultó a Aaron y a Leah cómo habían sido concebidos. Como si el donante fuera un familiar ausente, les decía cosas del tipo «¿Saben que el donante vive en California?» o «El rojo es el color favorito del donante». Cada Día del Padre, lograba que sus hijos le mandaran besos y abrazos al donante.
En 2003, viendo un programa de Oprah Winfrey se enteró de la existencia de una web (ver Gente que busca gente) para que las mujeres inseminadas pudieran mandar mensajes a los donantes y a los «medio hermanos». Y Raechelle escribió: «Gracias, donante 929. Estos chicos son el mejor regalo de mi vida. Estamos muy abiertos al contacto».

A mediados de 2005, Mike partió hacia el aeropuerto de Los Ángeles. Tenía que encontrar a una mujer de 44 años -cuyo aspecto distaba mucho del que había imaginado- con dos chicos con pilotos. En la semana que pasaron juntos en su casa vieron televisión, Aaron se durmió en su falda, llevó a Leah a upa a la cama, jugaron con el perro y el gato de Mike, fueron a Disneylandia y a ver el Océano Pacífico. Dentro del itinerario de «vacaciones familiares», también hubo una visita al California Cryobank.

Si alguna vez Mike Rubino -que hoy tiene 45 años y está divorciado desde fines de los ´90- dijo «no me imagino como un hombre de familia, criando chicos», quizás ya no piense lo mismo. De hecho, estuvo de acuerdo cuando Raechelle comunicó que le dará a él la custodia de los chicos en caso de que le pase algo, que está tramitando el cambio de apellido (serán Rubino McGhee) y que se mudará con los chicos a una casa cerca de él. Además, Aaron y Leah le dicen (porque él lo quiso así) «papá».

Intimidad versus anonimato

«En los Estados Unidos, el negocio del esperma se basa en los deseos de los adultos que pagan por el semen y de los anhelos de otros adultos que lo proveen. Los chicos creados en el proceso no tienen voz, en especial en lo que se refiere a la posibilidad de encontrarse con el donante», consignó el Washington Post. En los Estados Unidos, continuaba el artículo, nadie sabe a ciencia cierta cuántos chicos concebidos por este método hay. Pero «si la Food and Drug Administration (FDA) estima que se realizan anualmente entre 80.000 y 100.000 inseminaciones con donantes de esperma entonces es posible pensar que hay un gran número de chicos que están buscando encontrarse con sus padres biológicos». Para algunos, la única manera que estos chicos tienen de hacer valer su derecho a la identidad es terminar con el derecho al anonimato de los donantes. Al cumplir 18 años, en Inglaterra, una ley recientemente aprobada les da el derecho a todos los chicos concebidos de esta manera a conocer la identidad del donante.
La legislación es similar en Suiza, Suecia, Holanda y Nueva Zelanda, aunque con diferentes grados de identificación. «En el país no hay leyes que regulen los tratamientos. Por un lado, están los dadores y los receptores, que invocan un derecho a la intimidad. Por el otro, el derecho a la identidad de los hijos nacidos con este método. Ambos derechos están claramente contrapuestos «, explica Mauricio Mizrahi, doctor en Derecho de Familia de la UEA. Con respecto al derecho al anonimato, la experta en el terna de fecundación asistida y sus efectos jurídicos Adriana Waigmaster sostiene que el criterio del anonimato es universal: «en la mayoría de los países donde está regulado, el anonimato se da por sentado. Incluso en nuestro país, la donación de material genético (óvulos o esperma) es por ahora anónima».

En los países en los cuales se optó por flexibilizar (y hasta levantar) la figura del anonimato, se pensó que el número de donantes disminuiría. Sin embargo, eso no pasó: sólo se constató un aumento en la edad. «El único derecho que tiene el donante es -por ahora- a ser anónimo. Las leyes no lo obligan a la paternidad. Eso confundiría su rol: lo único que él hace es darle a una pareja la célula que le falta para que pueda tener un hijo. La vincularidad podría traer actitudes extorsivas o reclamos entre las partes», continúa Waigmaster, titular de Derecho de Familia (UNLP). Según la psiquiatra Luisa Barón, presidenta de la Fundación para la Investigación Científica y Psicológica (IMPSI), en este momento hay países que progresivamente están produciendo un cambio en sus leyes para lograr una apertura. «Así como en algunos países el anonimato seguirá vigente, en otros puede no ser un requerimiento. Una buena opción sería que los bancos brindaran a los receptores la posibilidad de elegir entre donantes anónimos y donantes abiertos a revelar quiénes son. Pero esta apertura recién está empezando y no hay una definición clara sobre qué pasará ni sobre sus consecuencias», sugiere esta especialista en temas reproducción asistida.

Pero ¿qué pasa cuando ese chico quiere saber quién le dio el 50 % de su material genético? Para Mizrahi, este es un tema polémico que -al menos en nuestro país- debería ser materia de regulación. «Mientras el dador no tiene derecho a saber dónde se instaló su aporte, es posible que el chico sí pueda conocer quién fue el donante. Indagar estos datos, sin embargo, no le da al chico derecho de acción filiatoria. Ciertas legislaciones, además, puntualizan que la relación entre hijos y donantes tiene que estar acotada, para que no haya conflicto entre los grupos familiares», dice Mizrahi.

La cuestión, entonces, es ¿saber o no saber? Según Barón, «la experiencia indica que es bueno que los chicos nacidos por donación sepan de dónde vienen». Sergio Pasqualini, director médico de Halitus Instituto Médico, coincide: «aunque lo ideal sería que todos los hijos lo supieran, contarlo es una decisión muy personal de cada pareja».

Hay, para Pasqualini, una diferencia con la adopción: «en la adopción no hubo panza y existen contrastes físicos entre padres e hijos. En la donación, los caracteres físicos son similares; además, está el 50 % genético del otro miembro de la pareja. El chico adoptado tiene, muchas veces, una necesidad de enfrentarse con el padre/madre que lo abandonó.

En la donación hay curiosidad, pero no abandono». Waigmaster, por su parte, dice: «el derecho a la identidad es un derecho constitucional y está previsto que el niño nacido con el material genético de un tercero pueda acceder a sus datos en caso de una enfermedad. Pero de ahí a saber su nombre, apellido y domicilio e ir a buscarlo para tener un vínculo, es otro tema». A su entender, lo que caracteriza la historia de Mike Rubino y Raechel McGhee es que hubo voluntad de empezar una relación. Consentimiento no es lo mismo que paternidad. «Ser donante no significa ser padre. El donante puede ser visto como parte de la familia sólo en el sentido de que sin su contribución no habría familia», puntualiza -desde Nueva Zelanda- el profesor Ken Daniels, que acaba de publicar Construyendo una familia con la ayuda de la inseminación, su nuevo libro. Agrega Barón; «el donante es alguien que permite que determinados procedimientos biológicos se realicen. Dona por motivos económicos o altruistas, pero nunca porque quiere un hijo real. Pensar, soñar y criar un hijo es algo que hacen los padres y las madres. La procreación por medio de gametos no es una situación emocionalmente fácil: dadores y receptores deberían tener un espacio de reflexión previo para evitar fantasías. Salvo excepciones, no hay confusión».

Gente que busca gente

En noviembre de 2004, Mike Rubino se conectó a www.donorsiblingregistry.com. Había escuchado sobre este sitio que conecta a las receptoras y sus hijos con los donantes en un programa de Oprah Winfrey, emitido en 2003. Cuando entró al sitio, se identificó con su número de donante. Una vez registrado, Mike descubrió que había un mensaje para él: «Gracias. Esos chicos son el mejor regalo de mi vida». Como no tenía remitente, Mike también dejó una nota: «Hola. Soy el donante 929. Soy Mike y vivo en Los Angeles». Con el corazón latiéndole frenéticamente, Raechelle escribió otro e-mail al donante y le dejó su número telefónico. Ese día fue el primero de una interminable serie de conversaciones telefónicas entre Mike y Raechel. Aaron y Leah también le mandaban e-mail: «Para papá», escribían. Luego, llegó la invitación para encontrarse en California.
Y todo gracias a este sitio creado en 2000 por Wendy Kramer y su hijo Ryan. A finales de la década del ‘80, Kramer se inseminó y tuvo a Ryan, quien hoy tiene 15 años. «Luego de que mi marido y yo nos divorciáramos, Ryan empezó a sentir curiosidad por el donante. Cuando empecé a preguntar, el banco no quiso ayudarme», cuenta Kramer, cuya creación ya ha facilitado el encuentro de 984 medio hermanos. Ryan todavía no tuvo suerte, sabe que su «papá» es un ingeniero, y dice: «Quiero conocerlo porque él tiene una parte de mí. Verlo me completaría».

«En la Argentina, el derecho a la identidad es más fuerte»
Por Claudio Chillik (*)

A pesar de que se vienen desarrollando desde hace más de veinte años, en la Argentina no hay legislación que regule la aplicación de las técnicas de reproducción asistida. Hoy por hoy, la donación se hace en el marco del anonimato. Aunque muchas parejas tengan, en un principio, curiosidad sobre quién ha sido su donante, esa fantasía desaparece cuando viene el bebé. Nunca hemos tenido un caso de una pareja obsesionada con conocer la identidad del donante. Los bancos nunca revelarán la identidad de los donantes a menos que medie un pedido judicial. Cada vez que un donante se acerca a los bancos, se le informa que «hasta ahora» la donación es anónima, pero también se le dice que en la Argentina -con el antecedente de la desaparición de personas- es alta la posibilidad de que un juez autorice a dar los datos. A pesar de que no se puede homologar el hijo de un desaparecido con una persona nacida con donación de gametos, el derecho a la identidad es más fuerte.
En este momento hay un anteproyecto que está siendo analizado en la Cámara de Diputados que dice que si a los 21 años este chico quiere recibir información, puede hacer lo. Acceder a ella no modificará en absoluto la relación con sus padres. En la crianza de un hijo, lo genético pasa a un segundo plano. Del otro lado, la persona que dona deberá saber que, tal vez, en un futuro le puedan tocar el timbre de su casa, pero no para exigir una herencia o manutención sino más bien para ver de dónde vienen sus genes.

(*) Presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva.

Texto M. F. Sanguinetti
Fotos Sarah Ross Wauters (desde Los Ángeles, California)