Se conocieron, se pusieron de novios, se fueron a vivir juntos, se casaron. Todo era de lo más normal en la vida de Marcela y Tomás. Hasta que un día, de vacaciones en el sur, él se sintió mal. Era una esofagitis candidiásica, así que volvieron a Buenos Aires. La enfermedad era una clara señal de algo mucho peor. Tomás tenía Sida. No había dudas. Diversos exámenes lo confirmaron. La paz conyugal se desmoronó. La enfermedad caló hondo en la pareja, que trastabilló como nunca lo había hecho. Pero lo superaron. Y hoy son papás de una hermosa beba, que no tiene ningún signo de la enfermedad de su papá. Tomás lo pensó una y mil veces… ¿Cómo se habría contagiado? Una posibilidad, dice, es que tal vez fue cuando estudiaba medicina y se pinchó en un hospital y tuvo hepatitis. Eso fue a comienzos de los 90. Y como ya se hablaba del Sida, se hizo el test, que entonces dio negativo. La otra posibilidad tiene que ver con alguna relación sexual pasajera. De cualquier forma, la noticia fue una bomba en la familia. Empezaron las sesiones de terapia psicológica y neurológica, ya que —más allá de los tratamientos médicos— la toma del "cóctel", en el caso de Tomás, le hace doler los brazos y las piernas. Lo del viaje al sur fue hace tres años. Un poquito más atrás en el tiempo, la pareja ya había empezado a buscar un bebé. Incluso Marcela había logrado quedar embarazada, pero lo perdió. Los intentos siguieron, sin éxito. Al saber lo del Sida, enseguida tuvieron la explicación de la mala suerte para los embarazos. Tras el cimbronazo de la noticia, la pareja tuvo su tiempo de reacomodamiento, un trabajo complejo, sostenido por un amor muy profundo que se pone a prueba cada día. Ese trabajo es el que llevó a la pareja a retomar la búsqueda de un hijo. "No es fácil. Uno piensa que en cualquier momento puede aparecer la muerte. La idea de la muerte frente a la vida de un hijo es muy fuerte", dice Tomás a Clarín. La pareja no da su identidad, y explicita que si bien está en contra del anonimato, la sociedad en la que vivimos es muy cruel: lo cierto es que ella teme perder su trabajo (un buen puesto), él ni siquiera lo tiene. Así, hace un año se sometieron a un tratamiento en Halitus, previo lavado de esperma (Ver "Cómo…"). Se hizo una in vitro y Marcela finalmente quedó embarazada. Las palabras de agradecimiento para Agustín Pasqualini, el doctor que los acompañó desde entonces hasta el parto son muchísimas, imposible transcribirlas. El embarazo tuvo una complicación extra que nada tenía que ver con el VIH: ella tenía un problema de coagulación en la sangre, con lo cual tuvo que darse una inyección en la panza cada uno de los días que duró el embarazo. Pero todo terminó bien y la beba llegó un día de setiembre. Fue una cesárea. Pesó tres kilos. Y desde entonces se alimenta con la teta de su mamá. "La beba es absolutamente sana. Igual, yo quise sacarme todas las dudas y le hicimos el test del VIH", confiesa Tomás. Es que para él, esa beba que se acomoda en sus brazos, que lo mira, que lo toca, es sencillamente un milagro: "Nací otra vez con ella. Mi vida ahora tiene otra perspectiva". Y, sí. | |