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Crece la donación de óvulos para tratamientos de fertilidad


Donante y receptora no sólo no se conocen, sino que la primera tampoco sabrá si sus óvulos conducirán o no a un embarazo. La edad promedio de la gente que recurre a esta práctica ronda los 36 años. En Argentina, se utiliza hasta en el 30% de los tratamientos.

Dos décadas después del nacimiento del primer bebé concebido por la donación de óvulos en Australia, está práctica está en franco crecimiento y en la Argentina se utiliza hasta en el 30% de los tratamientos

‘Creció muchísimo -admite el doctor Sergio Pasqualini, director de Halitus-. Si se tiene en cuenta que la edad promedio de consulta en nuestro instituto ronda los 36 años, y que por ahí uno ve mujeres de 39, 40 o 42 años, es comprensible que muchas de ellas lleguen a la necesidad de una ovodonación si quieren concebir.’

‘La ovodonación creció al compás de los matrimonios tardíos’, coincide Roberto Coco, director de Fecunditas. Por su parte, Gabriel Fiszbajn, del Centro de Ginecología y Reproducción (Cegyr), agrega: ‘Está creciendo mucho, pero aparte se está aceptando mucho. Hace cinco años se utilizaba en el 10% de los procedimientos y ahora esa cifra alcanza al 30 por ciento’.

Según los especialistas, la donación de óvulos es una necesidad derivada en gran medida de cambios sociales, como el ingreso masivo de las mujeres en el mundo laboral.

‘El ovario tiene una vida útil corta, lo que pasa es que los humanos hemos hecho macanas y arruinamos lo que nos dio la naturaleza -filosofa Pasqualini-. Años atrás, la mujer llegaba a la pubertad, venían las hormonas, la mujer tenía relaciones y tenía todos los hijos que su naturaleza le daba. Llegaba a los 40 y dejaba de tener chicos. Hoy, el inconveniente para marcar el éxito de un tratamiento de fertilidad es el óvulo, porque incluso con un espermatozoide no muy bueno, uno inyectándolo dentro del óvulo puede lograr la fecundación. Las técnicas son excelentes, pero dependen de la materia prima.’

‘Las normativas internacionales consideran la donación de óvulos (y espermatozoides) como un tópico especial -dice Coco-. La donante debe ser normal desde el punto de vista psicológico, infectológico [se descartan hepatitis B o C, HIV, clamidia, etcétera] y desde el punto de vista genético, dependiendo de los centros de tratamiento. Nosotros chequeamos si es portadora de la premutación FRAX [riesgo de tener varones con retardo mental] o si tiene mutaciones para fibrosis quística.’

Por otro lado, si bien los óvulos son células, están dotadas de una potencialidad particular, lo que hace que el procedimiento esté rodeado de un halo de conflictos potenciales, tanto psicológicos como morales o legales. Para sortearlos, a diferencia de lo que ocurre en otros países, como Gran Bretaña, en la Argentina la ovodonación es anónima.

‘Se trata de un acto muy privado y muy íntimo -explica Pasqualini-. Donante y receptora no sólo no se conocen, sino que la primera tampoco sabrá si sus óvulos conducirán o no a un embarazo.’

Sin embargo, para Susana Sommer, bioeticista de la UBA, el punto más conflictivo reside en los riesgos potenciales del tratamiento: ‘Una cosa es que una se someta a todo esto porque quiere tener un hijo -reflexiona-, y otra que lo haga para donar. No es lo mismo donar óvulos que espermatozoides. Las donantes son tan pacientes como las receptoras, de modo que habría que tomar todos los recaudos necesarios y tratarlas como sujetos de experimentación clínica. Como sociedad, tendríamos que tener una ley de fertilidad asistida, pensar si estamos de acuerdo con la donación de gametas, y reglamentarla.’