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Crece en el país la donación de óvulos


Estos se emplean en entre el 12 y el 30% de los procedimientos de fertilización asistida, estiman los especialistas

El primer bebe de la historia concebido por donación de óvulos nació en Australia, en 1984. Como ocurría frecuentemente con los frutos de la fertilidad asistida, se lo llamó ‘bebe de probeta’ e inspiró encendidas controversias. Dos décadas más tarde, la donación de óvulos (y de espermatozoides) no sólo es una práctica ampliamente admitida, sino en franco crecimiento. En la Argentina, los centros que la emplean afirman que se utiliza en entre el 12 y el 30% de los tratamientos.

‘Creció muchísimo -admite el doctor Sergio Pasqualini, director de Halitus-. Si se tiene en cuenta que la edad promedio de consulta en nuestro instituto ronda los 36 años, y que por ahí uno ve mujeres de 39, 40 o 42 años, es comprensible que muchas de ellas lleguen a la necesidad de una ovodonación si quieren concebir.’

‘La ovodonación creció al compás de los matrimonios tardíos’, coincide Roberto Coco, director de Fecunditas. Por su parte, Gabriel Fiszbajn, del Centro de Ginecología y Reproducción (Cegyr), agrega: ‘Está creciendo mucho, pero aparte se está aceptando mucho. Hace cinco años se utilizaba en el 10% de los procedimientos y ahora esa cifra alcanza al 30 por ciento’.

Según los especialistas, la donación de óvulos es una necesidad derivada en gran medida de cambios sociales, como el ingreso masivo de las mujeres en el mundo laboral.

‘El ovario tiene una vida útil corta, lo que pasa es que los humanos hemos hecho macanas y arruinamos lo que nos dio la naturaleza -filosofa Pasqualini-. Años atrás, la mujer llegaba a la pubertad, venían las hormonas, la mujer tenía relaciones y tenía todos los hijos que su naturaleza le daba. Llegaba a los 40 y dejaba de tener chicos. Hoy, el inconveniente para marcar el éxito de un tratamiento de fertilidad es el óvulo, porque incluso con un espermatozoide no muy bueno, uno inyectándolo dentro del óvulo puede lograr la fecundación. Las técnicas son excelentes, pero dependen de la materia prima.’

Una gema preciosa

A través del microscopio, el óvulo impresiona por su tamaño: es 25 veces más grande que el espermatozoide, y tan voluminoso como un embrión de cinco días. Como una gema preciosa, cada mes uno solo madura en el ovario y otorga a su dueña la incomparable posibilidad de la procreación.

Pero el mecanismo es no sólo poco reproducible para la ciencia, sino de corta duración. En general, a partir de los 35 años se va haciendo menos efectivo, hasta cancelarse con la menopausia. Se estima que las mujeres mayores de 35 años tienen un 60% de sus óvulos con anomalías; las mayores de 40, un 80%, y el porcentaje sigue en aumento a medida que progresa la edad.

El problema es que, a diferencia de los espermatozoides, los óvulos no son sencillos de obtener. La donante no sólo tiene que someterse a numerosos estudios -infectológicos, genéticos y psicológicos-. Además, será estimulada hormonalmente durante un mes para que en su ovario maduren excepcionalmente 15 o 20 óvulos en el mismo ciclo y finalmente deberá someterse a un procedimiento transvaginal que le permitirá al médico ‘aspirarlos’.

‘Las normativas internacionales consideran la donación de óvulos (y espermatozoides) como un tópico especial -dice Coco-. La donante debe ser normal desde el punto de vista psicológico, infectológico [se descartan hepatitis B o C, HIV, clamidia, etcétera] y desde el punto de vista genético, dependiendo de los centros de tratamiento. Nosotros chequeamos si es portadora de la premutación FRAX [riesgo de tener varones con retardo mental] o si tiene mutaciones para fibrosis quística.’

Y en seguida agrega: ‘En realidad, sólo quienes acceden a estimulaciones ováricas saben lo que cuesta esto. Se pueden hacer a lo sumo dos o tres donaciones. La donante se convierte en una paciente, pero no es ella la que quiere quedar embarazada… De modo que se presenta un dilema’.

Por otro lado, si bien los óvulos son células, están dotadas de una potencialidad particular, lo que hace que el procedimiento esté rodeado de un halo de conflictos potenciales, tanto psicológicos como morales o legales. Para sortearlos, a diferencia de lo que ocurre en otros países, como Gran Bretaña, en la Argentina la ovodonación es anónima.

‘Se trata de un acto muy privado y muy íntimo -explica Pasqualini-. Donante y receptora no sólo no se conocen, sino que la primera tampoco sabrá si sus óvulos conducirán o no a un embarazo.’

Las primeras donantes de óvulos fueron las pacientes jóvenes que recurrían a un tratamiento de fertilidad. ‘Se preveía que podían dar una muy buena respuesta a la estimulación ovárica y entonces se les preguntaba si querían ser donantes. Y, sorpresivamente, muchas aceptaban’, recuerda el especialista. Pero en la actualidad cada centro se preocupa por establecer una red informal de posibles donantes.

‘Empezó el boca a boca. Hoy es más conocido y a veces se reciben correos electrónicos con ofrecimientos.’

Otro tema discutible es el pago. Por sus molestias y disponibilidad, las donantes reciben una suma en concepto de lucro cesante o compensación que ronda los 1500 pesos. ‘Tratamos de que no haya pago de por medio -dice Ramiro Quintana, director del IFER-, aunque en algunas ocasiones existe. Pero aquí no ocurre lo de Beverly Hills -donde se pueden pagar 50.000 dólares por un útero subrogado [en California es permitido]-; por eso, una paciente a veces tiene que esperar varios meses. Por otro lado, se trata de que no repita la donación más de dos veces.’

Fiszbajn y su equipo hicieron un trabajo de investigación que se presentará en el Congreso Americano de Fertilidad sobre las motivaciones que llevan a la donación de óvulos. ‘Uno podría pensar que se hace por dinero -dice-. Sin embargo, el 60% dijo que donaría aunque no hubiera una compensación. La mujer tiene otras motivaciones. Por supuesto, es un elemento importante, pero no el único.’

Además, hay otras limitaciones: ‘No se pueden producir óvulos, óvulos, óvulos -dice Coco-. Eso daría la posibilidad de encuentros futuros y conflictos de consanguinidad.’

Sin embargo, para Susana Sommer, bioeticista de la UBA, el punto más conflictivo reside en los riesgos potenciales del tratamiento: ‘Una cosa es que una se someta a todo esto porque quiere tener un hijo -reflexiona-, y otra que lo haga para donar. No es lo mismo donar óvulos que espermatozoides. Las donantes son tan pacientes como las receptoras, de modo que habría que tomar todos los recaudos necesarios y tratarlas como sujetos de experimentación clínica. Como sociedad, tendríamos que tener una ley de fertilidad asistida, pensar si estamos de acuerdo con la donación de gametas, y reglamentarla.’

Por Nora Bär
De la Redacción de LA NACION

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