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Por: Revista Noticias | 08/06/02

Corazones que laten


Una pareja sin hijos ni recursos para un tratamiento de fertilidad. Cuando la tevé sirve.

La primera vez que vi a Mónica Laime (38) y a Guillermo Bruno (35) fue en su modesta casa de Hurlingham. Los invadimos con camarógrafos, luces y micrófonos. Yo estaba haciendo una nota para el programa «Latidos», que se llamó «El deseo de ser padres». Fue el año pasado. Charlamos sobre el drama de la infertilidad.
Ella es una morocha argentina hija de un obrero ferroviario salteño, de quien heredó unos ojos gigantes. Fue obrera del calzado, trabajó en un despacho de pan y en una fábrica textil, y le gusta la música romántica.

Él tiene un padre italiano y albañil, y un lomazo tipo camionero, pinta de muchacho pesado pero de mirada tierna y pelo largo como Juampi Sorín. Muere por el heavy metal, tal vez porque de chico se crió en la herrería de un vecino. Sus primeros juguetes fueron una agujereadora manual y una guillotina para fierros. Después fue «service» de balanzas industriales y trabajó en una metalúrgica hasta que la crisis se llevó puesta la empresa, que tuvo que reconvertirse en fábrica de jugos y soda. Ahora trabaja en el depósito y se encarga del reparto a los supermercados y los almacenes.
Mónica y Guillermo se aman. Eso se nota a primera vista. Andan todo el tiempo de la mano. Se casaron el 20 de enero del ´90. Son tan compañeros que a las 7 de la tarde van juntos a la nocturna. Pero en tantos años de casados una sola cosa los mortificaba: no podían tener hijos. Buscaban y nada. Los padres reclamaban nietos, y nada. Daba para la broma («¿qué pasa, che?»), aunque con el tiempo se convirtió en una pesadilla. «¿Por qué, Dios mío?» Todos los días el mismo dolor.

Son padrinos de su sobrino, Maxi, a quien adoran. Es muy parecido a ellos porque es doblemente sobrino. Maximiliano es hijo de la hermana de Mónica y del hermano de Guillermo. Un día lo llevaron al cine y una señora los felicitó por el hijo. Sólo pudieron llorar en silencio.
«En un instituto le dieron 25 por ciento de posibilidades, pero la chance valia 3800 pesos. Querían vender todo, aunque durmieran en un colchón. »
UNA MANO. El doctor Pasqualini donó el tratamiento de fertilización para que Guillermo y Mónica sean padres.

Esta es la historia de tantas parejas argentinas que no tienen hijos ni los recursos para los tratamientos de fertilidad. Las obras sociales consideran a la fertilización un tema estético. Aunque parezca mentira, para la legislación argentina la imposibilidad de tener un hijo es igual a un lifting.
Mónica puso el cuerpo, el esfuerzo y una voluntad sobrehumana. Empezó a recorrer hospitales. Le pasaron las cosas más crueles. Por ejemplo: después de un año de estudios en el hospital Zubizarreta, después de un año de madrugar para pedir turnos, de largas esperas, de viajes interminables en tren y en micro, des
pués de un año de ilusiones, una doctora le confesó que había perdido su historia clínica.
NO AFLOJARON. Ella anotó todo prolijamente en un cuaderno de tapas duras. En un instituto privado le dieron un 25 % de posibilidades, pero la chance costaba 3.800 pesos. Quisieron venderlo todo, aunque durmieran en un colchón sobre el suelo.
Lo único que los calmaba era la paz y la esperanza que les daba la Virgen de la Dulce Espera. Todos los días 15 van al barrio de Devoto, a la iglesia de La Inmaculada Concepción, donde está la «panzona», como le dicen. Un maestro de la solidaridad, como es el padre Pablo Molero, bendice a todas las parejas que quieren tener hijos, a las panzas de las que van a agradecer y a los chicos que corren por la iglesia y que alguna vez fueron una plegaria que duró nueve meses.
Mónica y Guillermo ya habían empezado los trámites para adoptar un hijo. Todavía soñaban con tener uno biológico, pero ya había pasado demasiado tiempo.
Ahora Mónica está embarazada de mellizos. «Tengo dos bolsitas en la panza», me dijo. «Siento los latidos». Pensé que la tele, que tantas veces sirve para tanta basura, esta vez había servido para algo maravilloso. Porque el doctor Sergio Pasqualini había visto el programa. Se comunicó y les ofreció gratis el tratamiento. Por eso, si esas dos bolsitas que laten en la panza de Mónica se transforman en un varón y en una nena, se llamarán Sergio, por Pasqualini, y Gisella por Gisella Marziota, quien hoy trabaja en Hora Clave, pero entonces fue la productora de «Latidos». Marziota siguió el tema como si Mónica fuera su amiga. Se comprometió. Hay que festejar, entonces, porque la vida de los hijos que vendrán, es la única patria que tendremos para siempre.