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Por: Diario La Nación | 14/06/93

Antonio, Néstor y Natán, los bebés llegados del frío


Criopreservación: en ciertos casos de esterilidad, el congelamiento de embriones permite concretar el sueño del hijo propio; en la Argentina, 5 niños dan fe del éxito de este procedimiento.

Al ver los juegos de los mellizos Antonio y Néstor Pennacchio (9 meses) y el sueño entrecortado de Natán Buzny (3 meses) cuesta pensar que los tres estaban condenados a no nacer, ni siquiera a ser concebidos. También cuesta imaginar que los mellizos y Natán fueron concebidos in vitro y luego durmieron a 196 grados bajo cero durante 3 y 8 meses, respectivamente, cuando aún eran embriones.
“A una pareja le resulta muy difícil y doloroso admitir que tiene problemas para lograr un hijo. Después de pasar por eso —cuenta Mónica Caminos de Pennacchio—, los mellizos me parecen un sueño”.
Perla Bezruk de Buzny asiente. “Cuando escucho a algunos de los médicos que se oponen al congelamiento de embriones —dice— me dan ganas de enviarle la foto de Natán”.
Mónica sufría de obstrucción tubaria y endometriosis, y durante seis años una serie de tratamientos, estudios y operaciones jalonaron su búsqueda de un hijo.

“Tras los estudios, el doctor Sergio Pasqualini nos dijo que había posibilidades de éxito con la fecundación in vitro. Como la estimulación ovárica produce muchos óvulos —cuenta Mónica—, se los fecundaría y los embriones que no se transfieran al comienzo se guardarían congelados por si el primer intento fracasaba”.
El primer intento con embriones frescos, en noviembre de 1990, fracasó. Tambien a los cuatro meses, la transferencia al útero de embriones congelados.
En septiembre de 1991 se transfirieron cinco embriones frescos que tampoco prosperaron, y en marzo se recurrió a los cuatro que permanecían criopreservados.
“Conservábamos la esperanza, pero me dije que sería el último intento”, agrega Mónica.

Uno de los embriones no sobrevivió al descongelamiento. Se transfirieron los otros tres, y los dos que progresaron hoy se llaman Antonio y Néstor.
“Tocamos el cielo con las manos”, resume Miguel Pennacchio.

“No quiere ser”

La historia de Perla, de 33 años, es similar. Su esterilidad duraba diez años cuando recurrió al Instituto Halitus. En la tercera transferencia —segunda con embriones congelados— recibió cuatro y hoy Natán confirma la media estadística que de cuatro embriones transferidos uno suele prosperar.
“Cuando fracasamos con la segunda transferencia bajé los brazos y le dije a mi esposa: “Esto no quiere ser, si no vamos a tener hijos, paciencia”, cuenta Enrique Buzny.
“Pero a mí la actitud del médico me inspiraba confianza y eso es fundamental. Pasqualini decía que era posible. Y fue”, agrega Perla.

El procedimiento

El instituto Halitus logró los primeros bebés del país que nacieron a partir de embriones congelados.
Sin este procedimiento, las mujeres tendrían que haberse sometido a varias estimulaciones con hormonas para producir muchos óvulos que se fecundarían in vitro con el semen de los esposos. (…)
“Si la pareja está de acuerdo —explica Pasqualini— es la solución para los embriones sobrantes. Sobrantes porque nunca se sabe cuántos óvulos fertilizarán. Los embriones se colocan en pajuelas debidamente identificadas que, tras un proceso gradual, se sumergen en nitrógeno líquido. Se los transfiere durante el ciclo natural o durante un ciclo inducido con hormonas. Si bien la calidad de los embriones determina el número a transferir, preferimos hacerlo con cuatro o menos para limitar las chances de un embarazo múltiple. No es lo mismo tener cinco hijos de a uno que cinco de golpe”.
¿Qué ocurre con los embriones sobrantes si la transferencia tiene éxito? Es una posibilidad que no se dio en los casos de Mónica y Perla.
“Los hubiera recibido para un nuevo embarazo”, dice Mónica.
“Yo también, porque quiero más hijos y repetiré la experiencia”, responde Perla.
A ellas y a sus esposos no les interesan las objeciones que —casi siempre entre las parejas fértiles— genera la criopreservación.
“No es reemplazar a la naturaleza —afirma Perla—, es ayudarla”.

Jorge Urien Berri