Poder traer un hijo al mundo también es un derecho humano inalienable. Con este leit motiv, una veintena de especialistas y voluntarios han dado vida a la Fundación Halitus, una entidad sin fines de lucro que atiende a pacientes de muy diverso origen social y que incursiona, afrontando arduos escollos económicos, en el campo de la investigación.
“La esterilidad, definida por el Centro de Fertilidad de Baltimore Medical Center como ‘la imposibilidad de concebir un hijo tras un año de relaciones sexuales libres de medios anticonceptivos’, afecta a casi el 15 por ciento de las parejas —afirma el presidente de la entidad, doctor Rodolfo Sergio Pasqualini—. Del un 30 al 40 por ciento de los casos, la causa es exclusivamente masculina o femenina, pero hay un margen del 20 al 30 por ciento de parejas estériles en las que el problema tiene origen en ambos integrantes. En tanto, un diez por ciento de estas parejas pertenece a la categoría denominada ESCA (esterilidad sin causa aparente). Los estudios más exhaustivos no encuentran ningún problema físico, pero los hijos no vienen. En ese sentido, el componente psicosomático del problema es imposible de cuantificar estadísticamente”.
“Esto demuestra —subraya Pasqualini— que los fenómenos de la esterilidad tienen una complejidad tal que a veces apenas llegamos a sondearlos superficialmente. Por eso nos parece imprescindible establecer una escuela de investigación argentina”.
En ese sentido, Halitus avanza más allá del aspecto asistencial: los diversos tipos de diagnósticos y de fertilización asistida suelen vincularse con los avances técnicos en el campo del congelamiento de embriones.
“Los modernos esquemas de estimulación ovárica —explica su vicepresidente, el doctor Rubén Vicente Damasco— nos permiten obtener mayor cantidad de óvulos, lo que amplía la eventual cantidad de embriones por lograr en el proceso de fecundación. Supongamos que se han obtenido ocho embriones. Transferirlos todos de golpe es peligrosísimo: un embarazo múltiple puede ser mortal para la madre y las futuras criaturas. ¿Hay que conformarse, entonces, con colocar tres o cuatro? ¿Y qué hacemos con el resto?”
“Muchos profesionales —admite Pasqualini— descartan los embriones no transferidos por razones éticas. Nosotros proponemos que esos embriones no se desperdicien: tienen un alto costo afectivo y económico para la pareja. Consideramos que deben permanecer congelados a la espera de otros intentos a lo largo del año. Cada uno contiene un ser humano en potencia y existe gracias a que un hombre y una mujer siguen luchando por tener su familia”.
Ambos especialistas temen que su tarea quede trunca si no media la ayuda de la comunidad. “Trabajamos con aparatos de alta sofisticación, que no resultan amortizables con su uso —señalan—, por cuanto nuestros pacientes no podrían soportar que traslademos los costos al tratamiento. También necesitamos de un centro especial, con grupos electrógenos que nos quiten la amenaza de un corte de luz, suscripciones a revistas internacionales y, fundamentalmente, gente con inventiva que aporte ideas para poder obtener recursos. Quienes deseen externos la mano, pueden acercarse a Tte. Gral Juan D. Perón 2150, teléfonos 47-6674, 48-0216, 953-5624/26/27”.
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