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Todo el esfuerzo y todas las lágrimas hoy significan para nosotros un pequeño escalón ante la grandeza de haber sido papás


El 29 de abril de 1999 nacieron nuestros hijos Tomás y Camila. Fue el día más esperado y más hermoso de nuestras vidas después de haber buscado el embarazo durante 4 años.

Nos casamos en el mes de junio de 1994 y en poco tiempo empezamos a buscar nuestro bebé. Pero los meses pasaban y el embarazo no llegaba.
Al principio no nos preocupábamos demasiado, creíamos, como creen muchas parejas a las que les pasa lo mismo, que era por estar ansiosos. Y así, buscando mes a mes, pasó todo un año.
En junio de 1995, ya preocupados, decidimos consultar a un profesional. Y entonces, a partir de ese día, empezó lo que sería una larga lucha.
Recorrimos muchos lugares y visitamos infinidad de médicos, pero las respuestas nunca llegaban, los estudios de ambos daban resultados normales, no había causa aparente para no lograr el embarazo.
Intentamos durante mucho tiempo con ciclos de estimulación ovárica y luego con inseminaciones, pero no lo logramos. Seguía pasando el tiempo y a pesar de ser jóvenes, de tener toda una vida por delante, como nos decían nuestros familiares y amigos, nuestra desesperación era cada vez mayor. Para nosotros, la necesidad de tener un hijo, de formar nuestra propia familia, no era una cuestión de edad, un bebé era lo más importante en nuestra vida.
La infertilidad era un tema difícil de sobrellevar para nuestra pareja. A veces, ese dolor que sentíamos en vez de unirnos nos distanciaba, pero por suerte tuvimos la fuerza necesaria para seguir adelante, para seguir intentando y nuevamente nos prometíamos no bajar los brazos. Fue así como un día llegamos a Halitus, en junio de 1998, y una nueva luz de esperanza se encendía para nosotros.
Luego de algunas consultas y teniendo en cuenta lo hecho anteriormente, decidimos hacer una fetilización in vitro que se llevó a cabo en el mes de septiembre. El día 17 precisamente se llevó a cabo la aspiración de los óvulos, después de haber pasado por un ciclo de estimulación.
De doce óvulos que me extrajeron se obtuvieron diez embriones, de los cuales me transfirieron cinco, unos días después. Todas nuestras esperanzas estaban depositadas en los embriones transferidos porque no pudieron criopreservarse los cinco restantes. Todo estaba hecho, debíamos esperar diez días más para saber si lo habíamos logrado. Fueron los más difíciles de todo el tratamiento porque cada hora era interminable.
Y llegó el 1 de octubre, cuando el análisis nos confirmó felizmente el embarazo. No podemos explicar con palabras la felicidad que sentimos. Luego de ocho semanas, la ecografía nos mostraba dos embriones que se desarrollaban perfectamente y nosotros empezamos a disfrutar de un sueño que comenzaba a realizarse. Mi panza crecía mes a mes, los bebés se hacían sentir cada vez más y esperamos con mucha emoción el día de su llegadas.
Ahora estamos frente a ellos, observándolos jugar y sonreír, disfrutando de verlos crecer y lo único que nos queda decir es que todo el esfuerzo, todas las lágrimas y todas las veces que tuvimos que volver a empezar hoy significan para nosotros un pequeño escalón en nuestras vidas ante la grandeza de haber sido papás.

Paula Fregonese y Marcelo Chernopoloff
29 de abril de 1999