Yo, de 27 años, ya tenía la costumbre con mi novio anterior de utilizar preservativo como protección y para evitar el embarazo. Y cuando nos pusimos de novios con Fabián, de 33, mantuvimos la misma forma de cuidado durante los tres años de relación. A mí nunca me molestó usar preservativo. Tengo amigas que dicen que sienten menos, que no les gusta, que para qué si ya conocés a la persona… Pero yo estaba tan acostumbrada y aunque lo conocía a Fabián, seguimos utilizando el profiláctico, porque me parecía una forma anticonceptiva cómoda. Y así seguimos, aun cuando ya teníamos fecha de casamiento.
Hasta que Fabián recibió una noticia fatal, esa que nadie espera. La de una ex novia que le cuenta que tiene Sida y que le sugiere que se haga los estudios. En un principio, Fabián no me contó nada, estaba distante, preocupado y yo pensé cualquier cosa menos lo que realmente pasaba. Me llamaba la atención que hubiera comenzado con comentarios raros tipo “si me muero, ¿qué vas a hacer vos?” o actitudes extrañas. Un día me quería ver, pero al otro parecía que no y tomaba distancia. También me sugirió que me haga el análisis de HIV, pero no me decía por qué motivo.
Una noche salimos a festejar con el hermano la fecha que nos asignaron para casarnos. Pasé por su casa, -algo raro, porque nunca iba a la casa de Fabián cuando éramos novios- y escuché un mensaje que le había dejado la ex novia. Me planté y le pedí que no me ocultara nada, que aunque nos estábamos por casar no había obligación de nada… Fue ahí cuando Fabián me explicó lo que estaba pasando: su ex novia tuvo que hacerse el análisis porque la iban a operar y saltó que es seropositiva, entonces le avisó a él para que se haga los estudios y consulte con un médico.
En un principio la odié, pero ahora estoy agradecida porque estuvo muy bien en avisarle a Fabián. Además, ¿cómo saber quién contagió a quién, cómo comienza todo? Es imposible de saber. Lo importante es seguir adelante y ver de qué manera. Ese fue nuestro segundo desafío. Ninguno de los dos sabía qué hacer a un mes del casamiento. Sin embargo, admito que en ningún momento pensé en dejarlo. Y cuando Fabián me dijo: «necesito que estés conmigo», me confirmó que debíamos estar juntos. Eso sí: yo le pedí que me asegurara que iba a estar todo controlado.
En marzo del `98 se comenzó a atender en el Hospital Fernández con un médico maravilloso, el doctor Carlos Salas. En abril lo conocí personalmente, porque el doctor sabía que nos íbamos a casar. Noto que la mayoría de los médicos que atienden pacientes con sida son muy especiales, están encima de sus pacientes, les insisten en que se cuiden, que no falten a las citas, que no dejen de tomar los medicamentos. Al principio tenía que tomar 17 pastillas diarias. Yo le armaba los «combos» en esas cajitas plásticas de rollos de fotos, para tener todo organizado y que no olvide ninguna.
Cuando fui a conocer al doctor Salas, él mismo nos habló del tema hijos. Yo ni siquiera me lo había planteado, yo quería estar con Fabián, nunca pensé en no casarme por su enfermedad, tampoco en dejarlo por no poder tener hijos. El doctor nos conectó con el doctor Jáuregui Rueda y la doctora Alejandra Monticelli, del C. I. A.S. (Centro de Investigación y Asistencia en Sida) y los fuimos a ver hace un año y medio, cuando ya estábamos casados. Además yo había leído de este tratamiento de fertilización para parejas serodiscordantes y juntaba recortes de diarios de todo lo que apareciera sobre el sida. El doctor Jáuregui Rueda nos dijo que había que tener paciencia porque en aquel momento había mucha burocracia y eran más los que se oponían a este tratamiento que los que lo autorizaban. Pero nos contó algo que me pegó íntimamente; nos dijo que había parejas que estaban tan bien en su relación que hacían cualquier cosa por tratar de tener un hijo y a veces se exponían al riesgo de contagiar al otro. Valoro mucho toda la información que nos dio y, por supuesto, al doctor Salas, que fue el primero en conectarnos con C. I. A.S. y Halitus para poder tener la posibilidad de tener nuestro hijo.
El año pasado llegó el momento en que se pudo hacer el tratamiento. Una vez que Jáuregui Rueda nos dijo que la carga viral del esperma de Fabián había bajado y estaba en perfectas condiciones para hacer el tratamiento, fuimos a ver al doctor Pasqualini para la fertilización. Estoy muy agradecida porque se adaptó a nuestra situación económica, nos bajó los costos. Alicia nos facilitó hacer las ecografías con aranceles institucionales, porque no teníamos obra social que nos cubra la atención en Halitus. En fin, fuimos tratados de una manera que nos hizo sentir muy bien.
El tratamiento consistió en una inseminación intrauterina. Primero me controlaban la fecha de ovulación con ecografías y análisis de sangre. Luego, el día «D» llevamos la muestra a un laboratorio de infectología. Había que esperar hasta el día siguiente para ver si la carga viral daba bien.
La primera inseminación no funcionó. Fue terrible. El 12 de enero el análisis de embarazo dio negativo, fue un día muy feo. Hacer el segundo intento fue todo un tema. Mi marido estaba muy nervioso, tenía mucho miedo de que yo me contagie, a pesar de que los médicos nos decían que es prácticamente imposible. Fui a ver al doctor Pasqualini y me tranquilizó cuando dijo que es normal, que en cada inseminación hay un 20% de posibilidades de quedar embarazada y que en nuevos intentos el porcentaje es acumulativo. Nos fuimos de vacaciones contra mi voluntad -porque estaba obsesionada, quería volver a intentarlo ya mismo-. Esperamos hasta fines de marzo de este año y luego del mismo proceso en el laboratorio de infectología, el mismo Pasqualini me hizo la segunda inseminación.
No sé si eso me dejó más tranquila o yo estaba más relajada, o tal vez porque el doctor lo integró a Fabián, pero esa vez resultó y ahora estoy embarazada. El doctor lo hizo pasar a Fabián, le mostró la imagen de la muestra en el microscopio.
-¿Ves qué linda está la muestra? Está todo bien.- le dijo el doctor.
Es que los que no tenemos la enfermedad estamos más inconscientes de esto. Pero Fabián tiene más conciencia, se preocupa más de los controles que llevamos, tenía miedo de contagiarme.
Hoy, luego de haber pasado por todos los momentos tan duros que vivimos, pienso que cuando en una pareja o familia aparece el tema del sida lo más importante es no desesperarse. Con los tratamientos actuales, los pacientes son crónicos, ya no tienen recaídas o peligros de muerte como antes. Pueden llevar una calidad de vida muy buena.
Con Fabián queremos transmitir a las parejas que estén por esta situación que a nosotros todo el grupo de médicos nos contuvo.
Además, si una pareja llega a la determinación de tener un hijo es porque está muy unida. Respeto a las parejas con sida que deciden no tener hijos. Pero los que desean ser padres, no deben rechazar la idea porque es posible. Es cierto que la relación de una pareja cambia cuando uno de los dos tiene sida. Es inevitable que la relación no sea tan apasionada como en una situación normal. Hay que enfriar la cosa si no hay preservativos a mano, es todo más controlado. Pero sigue habiendo momentos de sexo y mucho amor que nos une. Lo importante es seguir con los controles y que el paciente de sida no deje el tratamiento.
Me causa gracia -y me tranquiliza- que cada vez que hablamos con el consultorio del infectólogo o, por ejemplo, ayer que me llamó la secretaria de Jáuregui Rueda para avisarme que me iban a llamar para dar este testimonio, también aprovecharon para hablar con Fabián y decirle “acordate que tenés que venir en dos semanas para los estudios” o cosas así. Nos cuidan mucho.
Hoy Fabián está feliz, esto de ser padre le hace bien, tiene más ganas de vivir, más ganas de cuidarse y seguir con los controles. Después de todo, no es tan malo lo que nos está pasando. Y además vivimos la inmensa alegría de que vamos a tener un hijo.
4 junio de 2001