«Primero sentí mucho temor porque nadie sabía nada del virus, pero creo que también tuvo que ver con la muerte de papá, porque ser consciente de la finitud te coloca en otro lugar. Después me dieron ganas de aprovechar el tiempo, de capitalizar y hacer cosas productivas y me puse al día con todo el tema médico, hice RPG, tratamientos y esas cosas que se postergan cuando estás con mucho trajín diario. Pero siempre intenté ver el vaso medio lleno porque soy positiva y le meto mucho humor a la vida. Eso hice, mantener siempre la guardia alta», asegura.
En diálogo con LA NACION, la actriz repasa su vasta carrera, habla de amor y de maternidad, su gran proyecto de familia. Y recuerda a su papá, Ignacio, una de las personas más importantes en su vida. «Le decíamos Coco, como la película», se emociona y se permite soltar algunas lágrimas. «No se hubiese bancado esta pandemia, estaba en silla de ruedas y necesitaba enfermeros y mucha atención. Jugó muchos años a la pelota-paleta y tuvo problemas en las rodillas, así que empezó con bastón y terminó en silla de ruedas; estaba con internación domiciliaria. Estaba bastante bien, pero se fue complicando, tenía 87 años y creo que no quiso más. Me parece que las personas parten cuando ellos lo deciden. El día que murió papá se conoció el primer caso de covid en la Argentina y hasta en eso fue sabio. Él amaba mi profesión, le gustaba que fuera actriz. Le daba orgullo que yo llevara el apellido Echegoyen. Sé que siempre está con nosotros, y deseo que esté en paz», se conmueve.
Patricia, o Pata como le dicen todos, nació en Miramar y creció entre las ollas de la cocina del restaurante de sus abuelos. «Aprendí muchas cosas de mi abuela y me encanta cocinar. En esta pandemia aproveché y varié los platos, así que mi familia está feliz», cuenta. De chica quiso ser actriz y a los 20 años se mudó a Buenos Aires para formarse. Y lo hizo con creces, porque es versátil y puede hacer una comedia, un drama o un musical con la misma habilidad. La primera oportunidad se la dio Agustín Alezzo cuando le presentó a un representante y empezó a trabajar en ciclos especiales en Canal 7, con Norma Aleandro y Julio Chavez, y en un musical con Pepito Cibrián. Y no paró más.
Siempre con mucho trabajo, en cuarentena aprovechó para disfrutar de su casa y su familia: «Anduve en bicicleta, salí a caminar, hice clases pero de manera intermitente. Me gustó mucho estar en casa. Por nuestra profesión, pasamos mucho tiempo lejos de la familia y eso también fue un aprendizaje. Mi marido -Rodrigo Pardo, que se dedica al rubro inmobiliario- trabaja de lunes a viernes, se va temprano y vuelve tarde, y los sábados va al club y nos vemos poco en tiempos normales. Acabamos de cumplir 22 años de casados. En cuarentena nos vimos todo el día. ¡Mamita!», ríe con picardía.
-Al principio fue raro, durísimo. Rodrigo es muy activo y estaba como un león enjaulado. Después nos empezamos a acostumbrar y a encontrarle la vuelta y fue muy lindo, sobre todo con mi hija, Lucia, que es adolescente, tiene 15 años. Teníamos todo listo para la fiesta de 15 y tuvimos que suspender. Estaba casi todo pago y ella dice que no le importa festejar los 16 o los 17, pero quiere una fiesta. Se la re bancó, de una manera muy responsable y adulta. No hubo necesidad de confrontar porque se portó bárbaro.
-Fue angustiante no trabajar, pero por suerte hice cosas que me encantaron. Por ejemplo, hice Teatro en cuarentena con un director de Miami. Y también participé de una experiencia alucinante con la producción de Mercedes Funes y dirección de Corina Fiorillo, con Esteban Prol. Fue una obra ideada para hacer cada uno en su casa y se llamó Terapia en cuarentena. No era streaming, sino que filmábamos con celulares en casa y está en la plataforma Contar. No nos veíamos pero interactuábamos. Fue un trabajo impresionante de concentración. Y además hice efemérides para Canal 7, con dirección de Alberto Lecchi. Creo que nunca había parado tanto tiempo. Bueno, paré cuando estaba buscando quedar embarazada, y cuando Lucía tenía 5 meses volví a trabajar. Gran error, me arrepentí porque no quería irme de casa.
–Doble vida. Yo interpretaba a la mamá de Juanita Viale. Lloraba y sufría cada vez que tenía que ir a grabar y no porque la pasara mal, al contrario, pero me dolía tener que dejar a mi hija.
-Sí. Me costó quedar embarazada. Estuvimos cinco años buscando. Fue duro y muy traumático porque te ponés muy triste cada vez que te viene el periodo. Hacer un tratamiento de fertilización es heavy. Sobre todo cuando lo deseás tanto.
-Siento que volvería a pasar por lo mismo, porque fue el proceso para llegar a mi maternidad. Una no es madre cuando se embaraza o cuando nace el bebé, sino cuando toma la decisión, ya sea por tener un hijo biológico, de vientre subrogado o por adopción. El camino empieza en la decisión. Hoy la ciencia avanzó mucho, pero en ese momento no era tan común. Me acuerdo que no lo podía decir porque si hacías tratamiento, las prepagas no te cubrían el parto. De alguna manera me sentía discriminada, y decían que eras madre añosa. Yo quería ser actriz y quería formar una familia, no ser madre con cualquiera. Y nadie te dice que el reloj biológico te corre y no es fácil quedar embarazada cuando te da la gana; ya a los 38 años la calidad de los óvulos había bajado. Por suerte ahora hay mucha más información y la ciencia avanzó. Además, también tuve que hacer tratamiento para la trombofilia, y todo era en secreto.
-Me hubiese gustado tener otro hijo. Intenté pero no quedé, y un día el doctor Sergio Pasqualini me dijo: «Bueno, basta». Vengo de familia numerosa y quería que mi hija tuviera hermanitos. Sin embargo hoy mi hija me dice: «Mamá, yo no me hubiera bancado tener hermanitos». La vida es sabia (ríe).
-Si todo sale bien, vamos a estrenar la comedia Inmaduros en El Nacional, con Diego Peretti, Adrián Suar, Fernanda Metilli, Carla Pandolfi y Jesica Abouchain, con dirección de Mauricio Dayub. Habla de dos hombres muy amigos, inmaduros en lo afectivo, con personalidades opuestas, y sobre cómo se relacionan con el mundo femenino. Muy actual. Íbamos a estrenar este año, en mayo, pero sucedió la pandemia.
-No sé si me bancaría tanta presión. Me gusta cocinar: mi abuelo y mi padre tenían restaurante, mi abuela era cocinera y aprendí muchas cosas de ella, porque me pasó sus secretos. Me crié en la cocina de un restaurante y conozco todos los pormenores. Y soy rápida cocinando, como mi abuela. Me acuerdo que antes de ir a la escuela íbamos a comer y en cinco minutos nos preparaba algo rico. Hacia magia. Pero no me bancaría la presión. Me gusta cocinar tranquila, con placer. De todas maneras, me gusta ver el programa y soy del team de Claudia Villafañe, porque la conozco, y la quiero. Y también me gusta Belu Lucius.
– Sí, claro. Confío plenamente. Las cosas son por algo, tengo esa filosofía. Mi maestro, Agustín Alezzo, que fue mi segundo papá y a quien también perdí en esta pandemia, siempre decía que te convocaban por algo que emanás, y eso se traslada a la vida. Por algo nos tocó atravesar esta pandemia en el mundo, y quisiera pensar que nos dejó algo, que aprendimos algo, quizá a ser más solidarios, a mirar más al otro. Hay que dar una mano. Siempre tuve eso pero ahora más que nunca. Sé que es idealista pensar que la pandemia nos va a cambiar la forma de ver la vida; la realidad a veces te cachetea, pero me gustaría seguir pensando que nos modifica, y que podemos dar una mano si vemos a alguien en situación de calle. Un granito de arena siempre suma. Ojalá que la vacunación sea el principio del fin de esta pesadilla y que nos haya modificado en algo. Aprendimos que lo material no es tan importante y que necesitamos abrazos.