Comenzamos la búsqueda en 2009 y luego de unos meses sin novedades nos mandaron a consultar con un especialista y a realizar una gran cantidad de estudios. Allí detectaron que mis trompas estaban obstruidas.
Unos meses después hicimos la primera estimulación ovárica y transferencia de embrión: teníamos esperanzas de quedar enseguida. Eso no ocurrió e hicimos tres intentos más, todos sin éxito. Estábamos decepcionados, sabíamos que había porcentajes de probabilidades pero no podíamos creer que siempre cayéramos en el lado negativo.
Decidimos buscar opciones en Argentina y arrancamos una serie de nuevos estudios (algunos ya empezaban a ser dolorosos física y emocionalmente). En esta segunda estimulación me diagnosticaron trombofilia. De todas maneras, pudimos congelar embriones e hicimos la quinta transferencia que tampoco resultó. Realizamos una más y por fin teníamos buenas noticias. ¡No lo podíamos creer! Se lo comentamos a la familia y pensamos nombres para nene y para nena. Pero la ilusión se desvaneció en pocos días porque tuve una hemorragia y el embarazo no continuó.
Al poco tiempo, fuimos por nuestra séptima transferencia. Cuando llegó el día, los doctores decidieron que mi endometrio no estaba listo y la cancelaron: cabeza gacha, llanto y a casa. Esperamos unos meses y, por octava vez, comenzamos a prepararnos. Lamentablemente, los embriones que descongelaron no siguieron su «proceso» y la intervención se volvió a cancelar. Estas cosas no se pueden anticipar porque son en el momento. Tenía mucha angustia y enojo.
Los tratamientos pasaron a ser parte de mi vida y me costaba organizar mi trabajo ya que viajaba a Buenos Aires muy seguido. Decidí ponerme las pilas en mi casa, pintamos, adopté a mi perra Eva y, cuando sentimos que el hogar ya podía «recibir» a alguien, comenzamos el noveno tratamiento. En este nuevo intento -casi sin esperarlo- tuvimos otro positivo. Lamentablemente a los pocos días tuve un pequeño sangrado y el embarazo no continuó.
Para esa época -año 2013-, mi amiga Micaela de Argentina ya se había ofrecido a gestar a mi bebé pero yo no quería bajar los brazos porque todavía los médicos me impulsaban a seguir adelante. Sin embargo, luego del último intento me dijeron que ya no había posibilidades. ¡Qué mal me sentí al saber que no dependía de mi voluntad!
Pasaron tres años y, finalmente, decidimos con mi marido aceptar la propuesta de Mica. Agarré el teléfono con muchos nervios, imaginado todo lo que se venía.Comenzamos un largo viaje después de ese llamado. Nos quedaba un embrión, así que ahí estábamos en un nuevo intento y lugar: ¡la panza de mi amiga!
Por nosotros y por ellos, por todo el esfuerzo que habían hecho como familia. El día de la transferencia nos fuimos todos a lo de Mica, comimos rico y la cuidamos. Después de la espera de 14 días, supimos que era positivo. Festejé pero con precaución, le decía: «paso a paso». Había que repetir el estudio y los valores no estaban bien. Unos días supimos que el embarazo no había continuado, Mica lloraba a mares y yo realmente aquí me hundí.
Aquí apareció para mí uno de los momentos más difíciles, porque cuando nuestro primer tratamiento falló, hubo que empezar de cero. Pero decidimos volver al ruedo y fuimos a la segunda transferencia. Estábamos felices de volver a intentarlo, sentí que esta vez iba a pasar. Y sí, llegó el ansiado positivo. ¡Qué felicidad! Pero qué felicidad contenida.
Fue como atravesar la segunda etapa superada. Al llegar a los cinco -cuando se empezaron a sentir los movimientos-, sentimos que estábamos más cerca de concretar el sueño. A partir de ahí fue todo más relajado. Cuando íbamos a las ecografías nos recibían con un «solo un acompañante». Ahí explicábamos que yo era la mamá, que mi bebé estaba en la panza de Mica, que mi marido era él y que el otro hombre, era el de Mica, ¡así que todos para adentro!
En uno de los viajes para visitar al doctor, Margarita decidió quedarse sentada, esperando que la saquen. «Ustedes me pusieron, ustedes me sacan», parece que dijo. Y así fue como entramos al quirófano entre nervios y ansiedad: ahí estaba ella, la flor más bella, mirándonos con una carita que es imposible borrar de mi mente. Ese fue el momento más emocionante y maravilloso.
Hablamos con ella de su origen y hasta tenemos una canción de cuna donde le cuento que se formó en otra pancita. Siempre iremos con la verdad y cuando pregunte cómo nacen los bebés le contaremos todas las formas que existen.