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Por: La Nación | 26/12/19

Familias diversas: atrás quedaron los prejuicios y en vísperas de Navidad celebran que son felices


Nuevas Familias

Hay múltiples formas de tener hijos: historias de hogares que, gracias a las nuevas legislaciones y al cambio social, disfrutan con naturalidad situaciones que hasta hace algunos años eran cuestionadas.

El concepto de «familia modelo» fue quedando en desuso y en cambio ahora se habla de los distintos modelos o tipos de familia, que si bien siempre existieron, hace algún tiempo comenzaron a visibilizarse mucho más.

En los últimos años, con la enorme transformación legislativa en la Argentina que significó la Ley llamada de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género, pero también con el impulso dado por el activismo de distintos grupos que luchan por ampliar sus derechos, el horizonte cambió. Los distintos grupos familiares fueron encontrando sus lugares de pertenencia en una sociedad mucho más conectada con las ideas de género y diversidad, donde armar su proyecto familiar y ser felices.

En la actualidad, la diversidad familiar tiene un sentido muy amplio, no solo son parejas del mismo género, sino también puede ser una familia monoparental, ensamblada, surgida de la coparentalidad, trans, de personas migrantes, de abuelos, tíos, etc. «Siempre que hablamos de familias diversas lo hacemos en relación a un parámetro establecido: una familia nuclear, conyugal y heterosexual, que no es un dato de la naturaleza. Ha sido una construcción social, cultural e histórica. Por eso cuesta tanto hablar de familias en plural, poder entender que hay otras formas muy distintas, que en realidad siempre han existido, pero estaban acalladas», precisa Carla Villalta, doctora en Antropología de la UBA e investigadora del Conicet.

Pero a pesar de este gran marco normativo protector que hay en nuestro país, y de la visibilización cada vez más grande de los distintos colectivos sociales, en la práctica todavía hay un largo camino por recorrer. Andrea Rivas, presidenta de la Asociación Familias Diversas de Argentina , advierte que aun estos avances no están reflejados en instituciones como la educación y la salud, y que por parte del Estado hace falta invertir mucho en diseños de políticas públicas y en campañas de sensibilización que realmente garanticen la no discriminación y la dignidad de todas las personas por igual.

Para los organismos internacionales que defienden los derechos de los niños, niñas y adolescentes, la familia se define como el ámbito donde se encuentra afecto, cuidados y protección. En este contexto, ya lo genético o lo sanguíneo no son variables determinantes para definir qué es una familia, y así lo vincular toma protagonismo.

«Según varios estudios se descarta que el vínculo genético sea una condición para desarrollar el sentido de pertenencia y de identidad en una familia. Ni el parentesco genético con los padres, ni la presencia de dos progenitores, ni la orientación sexual de estos afectan el desarrollo psicológico de los individuos, sino que se comprobó que lo que sí tiene un alto impacto en la calidad del desarrollo psicológico y emocional de una persona es el haber tenido durante la infancia una relación emocional estable con al menos un adulto», define la Licenciada en Psicología Patricia Martínez, coordinadora del departamento de crianza de Halitus.

«De todos los caminos, elegimos el de la adopción»

Dara nació en Avellaneda, estuvo con su familia de origen hasta los 11 años y después pasó tres años en un hogar en Béccar. Faltaba poco para sus 15 y lo que más la ilusionaba era su fiesta, pero también salir de ahí. Hacía tiempo que estaba en adopción, las chicas de su edad se iban yendo y ella sentía que no llegaba su oportunidad. Una tarde de octubre de 2018, pocos días después de su tan ansiado cumpleaños, conoció a Tomás y Edgardo. Ellos le habían preparado un video y un libro con fotos que le entregaron en la primera reunión. Esa noche, Dara se acostó abrazada al libro.

Tomás (42) siempre tuvo la idea de ser papá. Hace 15 años que están juntos con Edgardo (51) y poco a poco empezaron a hablar sobre concretarlo. Tuvieron en cuenta todas las posibilidades, entre ellas la subrogación pero la descartaron porque en la Argentina no está regulada y no tenían los medios para hacerlo en el exterior. También había algo que siempre supieron: que no les convencía mucho la idea de un bebé, no se veían para nada con el tema de los pañales.

«La mayoría de la gente quiere un bebé, pienso yo, porque así se quedan tranquilos de que va a crecer siguiendo un modelo que uno tiene como el ideal, después uno se da cuenta que no necesariamente es así», aclara Edgardo. Además habían tenido dos muy buenas experiencias de intercambio con adolescentes alemanes que vivieron con ellos durante un año cada uno, a través de la ONG Youth for Understanding (YFU) con la que Tomás había viajado de joven y donde luego fue voluntario.

Después de presentar todos los papeles y quedar inscriptos en el registro nacional, con la ayuda del juzgado definieron el rango de edad. «Siempre fuimos muy flexibles, quizás porque entendíamos que no es solo una cuestión de edad. Nos llamaron de Posadas, Junín, General Sarmiento, pero no llegamos a conocer a los chicos porque sabíamos nuestras limitaciones y que no podíamos vincularnos a distancia«, cuenta Tomás.

Luego de esa tarde en que conocieron a Dara, enseguida empezaron a construir el vínculo, se veían seguido, cuando Tomás y Edgardo salían de sus trabajos en el centro pasaban a buscarla por Béccar para ir al cine o a comer. Luego los autorizaron para que conozca su casa en Tigre y más tarde para que se quede a dormir. Así estuvieron de octubre hasta diciembre, y como Dara había terminado el colegio, venían las Fiestas y estaba cerca la feria judicial, junto con el juzgado decidieron que se mude.

Le hicieron una despedida en el hogar, decoraron la habitación todos juntos, la anotaron en una colonia en Benavídez y confirmaron la vacante que ya habían pedido hace tiempo en un colegio de pedagogía Waldorf de la zona. Tomás trabaja en Tribunales y tuvo tres meses de licencia por paternidad, que les vinieron muy bien para acomodarse y compartir tiempo juntos.

Un año después, Dara acaba de terminar cuarto año, está fascinada con el inglés y muy agradecida por la escuela que le eligieron sus papás. Tuvo muchísimas fiestas de 15, retomó taekwondo, ganó medallas, viajó con el colegio, por primera vez en avión con su nueva familia, le gusta bailar salsa, quiere ser abogada y también se convirtió, aunque ya lo era, en hermana mayor, porque Tomás y Edgardo acaban de adoptar a una de las hermanas biológicas de Dara, que tiene 9 años.

Los tres coinciden en que fue un año intenso, de mucho aprendizaje. Entre muchas otras cosas por supuesto, Tomás aprendió a pasar la planchita y Edgardo se volvió un experto de tanto acompañar de compras a una adolescente. Dara, por su parte, está aprendiendo a desandar un camino, en el que por tanto tiempo tuvo que sobrevivir.

Tomás y Edgardo siempre quisieron ser padres. Este año, adoptaron a Dara, que tiene 15 años y hace tiempo esperaba una familia.

«El hecho de ser dos chips maternos es una ventaja»

Mel y Cecilia se conocen de toda la vida, las dos tienen 36 años y pasaron 20 desde que, mientras cursaban cuarto año del secundario, la relación dio un paso más. El quiebre en su historia se dio con la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario en 2010, que les dio el empuje y el marco para contarle a todo el mundo, planear un casamiento inolvidable y concretar el deseo de ser madres.

Mel y Cecilia se conocen de toda la vida y luego de un casamiento inolvidable, pudieron concretar su sueño de ser madres.

Mi familia tiene mucho respeto por mis decisiones

En el departamento de Villa Ortúzar donde viven Cristina (54) y Liliana (47) todo está muy organizado, las dos trabajan como docentes, se turnan para hacer las compras, llevar al colegio a las chicas y también para cocinar. La armonía solo se altera un poco cuando las cinco mujeres que viven allí necesitan a la mañana el baño, y la que pierde el turno no tiene otra opción más que esperar. Pasa como en cualquier familia cuando son tantos.

Con una pareja anterior, Cristina tiene una hija de 19 años que se llama Érika y estudia Sociología. Liliana es madre de Alexis (24), Ailén (19) y Ailín (13). Las dos tuvieron juntas a Abril hace 11 años. También tienen dos nietos de parte de Alexis, de 1 y 3 años, que viven en Loncopué.

En este pequeño pueblo neuquino Cristina y Liliana se conocieron en el 2005, cuando Lili buscaba el asesoramiento de un abogado porque el papá de los chicos no le pasaba la cuota de alimentos. Hoy Cristina sigue ejerciendo la profesión en forma independiente, ahora enfocada en ayudar a personas trans en sus reclamos ante las obras sociales y en temas de salud.

En 2016 Cristina y Liliana se casaron por iglesia, para reafirmar el amor inmenso que se tienen y también porque siempre había sido el sueño de Lili. Ya en plena transición, que se concretó en 2017, Cristian Carlos Eduardo eligió llamarse Cristina Monserrat, por la Virgen de Cataluña, una de las pocas vírgenes negras, que estuvo escondida durante años en una cueva y cuando salió, cantó durante siete días.

La comparación con su vida es evidente, después de años y años en transición, prácticamente desde que tiene uso de razón y recuerda lo feliz que era en la casa de su abuela donde jugaba con su prima a «las señoras» y podía usar tacos, abanicos y pintarse las uñas, al fin se completaba el ciclo de metamorfosis, como sucede con las mariposas. Como broche, tramitó su nuevo DNI gracias a la Ley de Identidad de Género, sancionada en 2012 y pionera en el mundo.

De Loncopué la familia ya se había mudado a Zapala y por consejo del terapeuta que visitaban, es especial pensando en sus hijas, decidieron venirse a la Ciudad de Buenos Aires, donde están muy contentas y sienten el respeto de todo el entorno.

«No fue nada sencillo al principio en la relación de pareja. Hubo que hacer el duelo por la ‘muerte’ de Cristian, pero Lili valoró la persona y no el aspecto exterior. Le dije que si le molestaba yo no tenía problema en seguir siendo Cristian, que lo había sido por 50 años, pero ella dijo que tenía que ser yo», cuenta.

La preocupación entonces era cómo decírselo a las chicas, pero lo tomaron con total naturalidad, sin hacer demasiadas preguntas y poniendo ante todo la necesidad de Cristina de ser feliz, incluso Ailén ya había interpretado las pistas y lo venía venir, y Érika le cuenta a sus amigas con orgullo que tiene una mamá trans.

Aunque vamos hacia la construcción de una sociedad más inclusiva, el caso de Cristina, la aceptación de su familia, el apoyo de sus seres queridos y sus oportunidades laborales, no suele ser lo habitual: las mujeres trans continúan siendo uno de los grupos más violentados y marginalizados. Y para muchas, la primera expulsión es la del hogar.

«Mi familia tiene mucho respeto de mis decisiones. Antes todos me decían papá, pero ahora me dicen Montse, no me dicen mamá para no confundirse con Lili», aclara. Para estas fiestas, planean viajar a la Costa y pasar parte del verano allí, todos juntos como una gran familia ensamblada.

Cristina y Liliana se casaron por iglesia, para reafirmar el amor inmenso que se tienen y también porque siempre había sido el sueño de Lili.

«Para mi, los deseos van por encima de los mandatos»

El sueño de Pía (51) siempre fue tener gemelos y de chiquita preguntaba si había antecedentes en la familia. Quién iba a decir que a los 48 años, Beltrán y Bautista, los gemelos que tuvo sin pareja a partir de la donación de gametos, iban a cumplir finalmente su deseo de completar la familia que ya tenía junto a su hija, María Elena (15).

María Elena (15) y Pía (51) junto a los gemelos, Beltrán y Bautista.


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