Sobre el 40 aniversario de Louise Brown. Por el Dr. R. Sergio Paqualini
El 25 de julio de 1978 nació Louise Brown, su gestación revolucionó la ciencia y el área de reproducción asistida. Desde entonces, los avances científicos en este campo no han dejado de sucederse y se intensifican con los cambios sociales y culturales que experimentamos en los últimos años.
Luego de 9 años de búsqueda y gracias a las investigaciones llevadas a cabo por el Dr. Patrick Steptoe y el Dr. Robert Edwards – este último galardonado con el Premio Nobel de Medicina por estos descubrimientos-, el matrimonio Brown, pese a un problema tubárico de ella, veía nacer a su primera hija, Louise (tendrían más tarde una segunda hija por el mismo método). En aquellos años el tratamiento era experimental y consistía en fecundar dentro de una probeta el óvulo extraído de la mujer con el esperma de su marido para, luego de dos días, devolverlo al útero materno.
Lo que hoy es una realidad para muchísimas parejas, fue un acontecimiento vivido como un milagro no exento de controversias y debates. Hoy, se cree que más de 7 millones de niños en el mundo, nacieron bajo estas técnicas.
En la actualidad, el desafío más importante que encontramos es el que las regulaciones puedan acompañar los grandes avances científicos. Se necesitan leyes que otorguen un marco adecuado al uso de las técnicas de fertilización asistida sin coartar posibilidades a las personas que buscan un hijo.
Los grandes desafíos en los que estamos investigando son la estimulación ovárica personalizada, es decir, adecuada a cada paciente; intentar mejorar la calidad de los óvulos; descubrir cuál es el mejor embrión, y si la receptividad del endometrio, que es donde va a implantar el embrión, es la adecuada.
Sin embargo, lo más interesante de estas técnicas es que generan nuevas posibilidades sociales dándole acceso a cada vez más personas de tener un hijo. En este sentido, el método ROPA y el útero subrogado se erigen como las más novedosas.
El método Recepción de Óvulos de la Pareja (ROPA), es cuando una pareja igualitaria de mujeres decide tener un hijo y participar ambas de manera activa del proceso. Se la conoce también como maternidad compartida porque se utilizan los ovocitos de una de las mujeres, se fecunda en laboratorio con semen de banco, y el embrión resultante será transferido al útero de la otra mujer. Es decir, permite que ambas puedan “poner el cuerpo” para esperar la llegada del hijo.
La pareja puede decidir hacerlo por deseo o por alguna condición médica, como: mala calidad ovocitaria o enfermedades hereditarias; algún impedimento con los ovarios o aquellas con fallos repetidos en Fecundación in Vitro o ICSI por baja respuesta o mala calidad ovocitaria.
La elección de quién aporta el material genético y quién el “nido” en el cual el bebé se va a gestar se regirá, en primer lugar, por criterios médicos y por fuera de lo médico, será una discusión en el seno de la pareja.
La subrogación de útero se trata de una manifestación de voluntades donde una mujer lleva adelante un embarazo para otra persona o pareja. Se aplica como terapia para toda persona que deseen tener un hijo y que no tengan posibilidad de llevar adelante el embarazo, por ejemplo, un hombre, dos hombres, o en mujeres por ausencia del útero, por estar afectado o por riesgo de vida para llevar adelante un embarazo.
No es necesario como quienes recomiendan que haya que solicitar primero una autorización judicial para acceder a estas prácticas. No hay tampoco incertidumbre jurídica hacia el pequeño, quienes trabajamos a diario con esta práctica sabemos que no es así. Además ¿por qué pedir autorización para algo que no está prohibido? Lo importante es trabajar seriamente y estar bien asesorados y acompañados desde lo médico, psicológico y jurídico, porque es en la interdisciplinariedad donde manifiesta la variable diferencial para llevar estos casos a buen puerto.
Estos avances, sobre todo el último, ponen de manifiesto que a pesar de la seriedad con la que se trabaja el tema en el mundo, sigue despertando detractores y genera debates. Pero tal como pasó con la primera niña de probeta, Louise Brown, 40 años atrás, no puede negarse el futuro a la ciencia.