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Por: El once | 22/07/20

Conmovedora historia: Prestó su vientre para que su amiga pudiera ser madre


Santino nació en enero, en Buenos Aires, gracias al método de maternidad subrogada. La historia de dos mujeres hermanadas por el dolor y la esperanza, que es todo un símbolo en el Día del Amigo.

La primera vez que Lorena Moratelli (44) preguntó por un vientre subrogado lo hizo en voz baja y con miedo a ir presa. Fue en la oficina de la doctora Fabiana Quaini, una abogada que había visto en televisión. Tenía 38 años y había perdido tres hijos: dos habían muerto con cinco meses de gestación y la tercera había llegado al sexto mes, pero había sobrevivido fuera del útero sólo diez días. «Estaba desesperada. Le decía a mi marido que se fuera con otra que le pudiera dar un hijo. Yo lo amaba y no podía hacerlo padre», cuenta Lorena, que mucho antes había tenido como madre soltera a Ignacio, que hoy tiene 18 años.

Lorena conoció a Carlos Corzo, Lolo, para todos, en 2006, porque era amigo de su cuñado. Ella trabajaba en el Bingo de Avellaneda -como ahora- y criaba a Nacho. El flechazo fue absoluto. Se fueron a vivir juntos y Lolo pasó ser como un padre para su hijo. Al año de estar en pareja, quedó embarazada de una nena. Pero al quinto mes empezó con contracciones, fue a la guardia y la bebé murió en el parto. «La gente te dice que ya va a pasar. Que sos joven. Y que vas a tener otro hijo. Pero a mi me dolía ese hijo», cuenta Lorena, que se pasaba el día llorando.

En ese entonces, su obstetra le dijo que «no había nada que estudiar y que le pasaba a muchas». A los dos meses, Lorena quedó embarazada de nuevo. Porque no le costaba quedar, sino retener. Le hicieron un cerclaje -sutura del útero para que quede más cerrado- y le indicaron reposo. Hasta que una madrugada volvió a tener contracciones, una gran hemorragia y tras llegar a una clínica, su bebé murió en el parto. Una vez más? «Fue en la Estrada, la clínica del terror. Me trataron peor que a un animal. Yo tenía una buena cobertura médica, pero caí en el lugar equivocado», se lamenta.

Decidida a llegar al diagnóstico, Lorena encontró un buen médico y empezó a hacerse los estudios. Pero -«por estúpida e imprudente», dice- volvió a quedar embarazada al año. La historia se repitió: volvieron a hacerle un cerclaje, volvió a empezar con contracciones al quinto mes y además, fisuró bolsa. Sin embargo, pudo retener a su hija un mes más en la panza, internada en el IADT y haciendo reposo absoluto. Lola nació seismesina. «Le dimos un besito y la tuvimos diez días con vida, pero murió en mis brazos. No se lo deseo a nadie. Tan chiquita e inocente? Hasta los médicos lloraban conmigo cuando nos despedíamos. Y mi marido? ¡lo que sufrió Lolo! Porque muchos piensan que perder un hijo sólo nos duele a nosotras, pero a los papás también», recuerda.

Devastada y atendida por psiquiatras y psicólogos, Lorena empezó a pensar en que otra panza pudiera retener a su bebé. Pero todo lo que leía o veía en la televisión era en dólares, y se hacía en Texas o la India. Hasta que una tarde, un amigo la llamó para decirle que prendiera la TV, que estaban hablando de vientre subrogado en la Argentina. «Agarré el final de una entrevista con la doctora Fabiana Quaini, abogada especializada en derecho internacional de familia. La fui a ver a su estudio y ella me habló del doctor Sergio Pasqualini y de Halitus. Me hicieron todos los estudios y me confirmaron que mi útero estaba partido en mil pedazos después. Me dijeron que era muy posible que volviera a pasar lo mismo. Subrogar un vientre era la única opción», asegura y agrega que gracias a que el especialista achicó los costos, Lorena y su marido, pudieron afrontar el tratamiento con esfuerzo.

Sin embargo, lo primero sería encontrar una subrogante. Entonces una vecina se ofreció a prestar su panza y así ayudar a Lorena. Pero después de dos años de estudios médicos, psicológicos y tratamientos, se enfermó y todo volvió a foja cero. Después, otra conocida, una chica muy joven, se ofreció a hacerlo. Lorena la ayudaba con los gastos de la casa y le pagaba la obra social, pero tampoco funcionó. «Ser subrogante es cosa seria. Hay que tomarlo con mucha responsabilidad», asegura Lorena, que por ese entonces no quería ni pensar en esa ayuda que debió haber aceptado en un principio?

Un acto de amor supremo

Desde Gualeguaychú, Analía Paniagua (46), que es de Avellaneda pero vive en Entre Ríos hace más de 20 años, sintió una profunda tristeza cuando murió Lola. «Mi panza está disponible. Contá conmigo», le dijo por teléfono a Lolo después de darle el pésame. Analía y Lorena no eran íntimas amigas, pero tenían muy buena relación. Lolo era muy amigo de Claudio, el ex marido de Analía. «No sé por qué se lo ofrecí. Ni cuánto sabía de subrogación. Sólo sé que se lo dije», recuerda Analía, con la voz calma y una sabiduría de otro tiempo. Pero el ofrecimiento quedó ahí?

Licenciada en nutrición, Analía es mamá de Lucila (20), Martín (16) y de Sara, que falleció en junio del 2017, cuando tenía sólo once años. «Tenía una enfermedad del espectro autista. Un invierno se agarró laringitis, tuvo un infarto masivo y no hubo manera de salvarla», relata Analía, que trabaja en el bioabordaje nutritivo de niños con esta condición.

«Con su sonrisa enorme, Sarita me enseñó un mundo nuevo. Con ella aprendí a ver, escuchar y sentir distinto. Hoy creo en un Universo que se rige a través del amor. Nuestras metas están en cada esquina. Es el camino que me marca mi hija. Vivo lo más feliz que puedo, hasta que vuelva a encontrarme con ella», asegura la mujer que sintió -y no razonó- ese llamado espiritual a ofrecer su cuerpo para ayudar a sus amigos.

«No podíamos pedirle a Anita que nos hiciera semejante favor. Ella ya tenía muchísimo con el cuidado de Sara», recuerda Lorena sobre aquel primer ofrecimiento que había quedado latente. «Pero cuando falló la segunda subrogante, Analía volvió a llamarme y me dijo: ‘Acá estoy’. Sarita había fallecido hacía ocho meses? Entonces aceptamos y lloramos juntas en el teléfono», recuerda Lorena.

En marzo del año pasado Lorena y Lolo se presentaron en Halitus con Analía, para empezar el tratamiento. «En el centro dudaron de mi integridad emocional. Pero les expliqué que siempre había querido hacer esto por los chicos. Lo tenía muy claro. Se los había ofrecido antes de la muerte de Sarita. No tenía que ver con sanar algo mío. No necesitaba, ni quería otro hijo. Soy muy consciente de que nada me va a devolver a mi hija», relata Analía y agrega que después de dos días de test psicológicos exhaustivos constataron que estaba apta para ser subrogante.

Entonces comprobaron que su útero estaba en buen estado y pasaron casi un año haciéndole estudios. El 18 de enero de ese año, a Analía le trasfirieron un embrión conformado por un óvulo de Lorena y el esperma de Lolo. Ese primer intento no prendió. Pero en junio volvieron a intentarlo, de la misma manera. Era la última oportunidad: el único embrión que les quedaba. «Tuve miedo de saltar y gritar cuando Ana me mandó el resultado positivo del análisis de sangre. Lo repetimos las dos semanas siguientes, para confirmarlo, y por primera vez en muchos años lloré de alegría», cuenta Lorena y agrega que en todo momento estuvo contenida por la doctora Florencia Inciarte, coordinadora del programa de útero subrogado de Halitus Instituto Médico.

«Nos hicimos la primera ecografía en la sexta semana. Yo estaba preocupada, porque había tenido algunas pérdidas. Pero la doctora sonrió y nos mostró cómo latía el corazoncito. Era un puntito que se prendía y se apagaba», recuerda Analía, que siempre habla en plural sobre el hijo de su amiga que espera. Y Lorena agrega entre risas: «Como era una ecografía transvaginal, a Anita la taparon con un saco para que Lolo y yo pudiéramos pasar a verlo. Fue muy lindo. Lloramos todos».

Hoy Santino ya tiene cinco meses, vive con sus padres pero el vínculo con Analía sigue muy fuerte: «Santino nació el 3 de febrero por lo que en agosto estaremos celebrando su medio año de vida» contó Analía a Radio Máxima.

«La última vez que lo vi personalmente fue dos días antes que comenzaran los fuertes controles y el aislamiento total por la pandemia».

Analía reconoció que «lo extraño mucho pero lo sigo permanentemente a través de videosllamadas. Queda claro que lo adoro pero que no he sufrido la separación porque soy feliz de saber que está muy bien con sus padres».

Ana quién va ser madrina de Santino manifestó qué «es posible que el bautismo sea cerca del verano, quizás coincidentemente con la fecha de su nacimiento y que se realice en Gualeguaychú, pero esto dependerá de la decisión de los padres».

Como buena nutricionista qué es Ana aconseja permanentemente respecto a las comidas que se le debe dar a Santino en esta etapa de crecimiento.

«Yo le di mi casita y comida a mi ahijado. ¡Porque los papás me dijeron que iba a ser la madrina! No tengo nadie de quien desprenderme, porque no lo tengo agarrado. Este bebé no es mío. Simplemente soy un canal. Es un concepto que tengo muy trabajado. Mis pensamientos y planes son como madrina. Todo viene de un amor desinteresado, que me impulsa a ayudar a mis amigos. Lo hago porque puedo. Me resulta natural. No cobra la dimensión que tiene para el resto de la gente».

«Somos mucho más que amigas; somos hermanas. No tengo manera de agradecerle todo lo que hizo por mí. Al fin y al cabo, somos dos mamás que sabemos lo que es el dolor», reflexiona Lorena. Mientras que Analía, en lugar de responder al agradecimiento, se conmueve: «Lore es muy generosa. Me permitió cuidar a su bebé. Me lo entregó y confió. Soy yo la que está agradecida».


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