Nikita y Tatiana se llevan apenas un año, una distancia temporal capaz de estresar a cualquier madre, más aún si está sola en la crianza de las niñas. «No podía enfermarme, porque toda la responsabilidad estaba de mi lado, y sigue estando. Cuando eran bebas, no tenía manos ni para vestirme y ni hablar de abrir la puerta de casa o del auto. Menos si una se enfermaba de noche, y tenía que levantar a la otra para salir a la guardia. Por momentos se vuelve intenso, pero no lo cambiaría por nada», asegura Mara Said, mamá de Nikita (10) y Tatiana (9). Ambas llevan el apellido materno, pero fueron concebidas de diferente manera: la primera mediante inseminación artificial y la segunda en el marco de un noviazgo que finalmente no prosperó. «Tenía 40 años, un diagnóstico de menopausia precoz y quería ser mamá. Entonces encaré el tratamiento y nació Niki. Cuando ella tenía 10 meses empecé a salir con alguien, y la sorpresa fue que aun cuidándonos quedé embarazada. Eso no significó que decidiera vivir con el papá de Tati, que no se hace cargo ya desde el embarazo. A las dos las mantengo yo, tienen mi obra social y correspondía que fuera libre para decidir sobre el futuro de ellas, por eso la patria potestad es solo mía», agrega Mara.
Las familias que son lideradas por una mujer o por un varón son un modelo en franco crecimiento en la Argentina, algo que quedó expuesto días atrás cuando el hashtag #YoCríoSola estalló en redes sociales. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA), el 23,7% de los hogares con niños y niñas de entre 0 y 17 años en el país son monoparentales.
Las estadísticas muestran que en la actualidad los hogares monoparentales tienden a ser conducidos por mujeres: el 71,7% de los hogares con jefatura femenina de la Argentina son monoparentales, mientras que solo el 6,2% de los que tienen jefatura masculina lo son. La situación de liderar un hogar monoparental puede ser decidida o dada por las circunstancias. Generalmente, quienes toman la iniciativa son mujeres de clase media o alta con independencia económica y que al momento de sentirse conectadas con las ganas de ser madres no tienen pareja estable. En los varones sucede lo mismo, aunque aún en menor proporción, pues la subrogación de vientres no es una práctica aprobada en el país. Además, están también quienes optan por ser libres en la crianza y no tener que compartir la toma de decisiones, y en la cara opuesta, quienes no eligen y se convierten en sostén único del hogar por el desinterés o ausencia de la otra parte.
Mara es diseñadora de indumentaria, pero estando ella sola a cargo del hogar contar con un sueldo se vuelve indispensable, por eso trabaja como recepcionista en un consultorio dermatológico y también lleva la administración de una pareja de médicos. «Cada tarde, sí o sí, las busco por el colegio, las llevo a sus actividades, volvemos a casa, cenamos y a dormir. Esta rutina es la de muchas, porque somos muchas las mamás solas», cuenta Mara, y agrega: «En el colegio, una vez me pasó que completé un documento con la información del papá de Tati y, automáticamente, los pasaron al legajo de Niki, así que ahora dejo los casilleros en blanco. Ha sucedido tener que llenar un formulario online y que no pudiera mandarlo sin poner datos paternos. Esto pasa no porque la institución sea cerrada, sino porque están aprendiendo».
«No es solo económico el apoyo que necesitás, a veces te sentís sola, te preguntás si lo estás haciendo bien, si quizá en una pareja los roles se reparten», se cuestiona Fabiana, mamá de un niño de dos años. Ella llegó a la maternidad mediante un tratamiento: «años atrás ya había pensando en congelar óvulos, pero ya había pasado los 35 años y me lo desaconsejaron. En otro momento me vino la inquietud de hacer una inseminación artificial, pero sentí miedo. Hasta que ahora, que estoy acompañada por un grupo de meditación, aquellos miedos desaparecieron».
«Ser madre sola no es fácil -asegura-. Estoy inmensamente feliz, me creció el corazón un millón de veces, pero tengo que organizarme muy bien. También es cierto que mi vida personal está relegada porque mi hijo requiere mucha atención», suma Fabiana.
Los casos de Fabiana y Mara tienen algo en común: pasar por un tratamiento para concretar su ansiada maternidad. «Cada vez se acercan más mujeres con la inquietud de tener hijos solas. Quiénes se animan son mujeres activas e independientes, en general con más de 37 años y no quieren esperar que el reloj biológico diga basta. Son valientes, decididas y seguras, aunque no omnipotentes, ya que son conscientes del desafío que implica romper el molde. Sigue siendo muy raro una mujer joven que venga a buscar el embarazo en solitario», explica Sergio Pasqualini, director científico de Halitus Instituto Médico.
«La mayoría de quienes vienen manifiesta que le hubiera gustado tenerlo junto a una pareja, pero no se les dio de esa manera. Al mismo tiempo, tienen el convencimiento de que, si se les cruza la persona adecuada el día de mañana, tener un hijo no sería un impedimento para avanzar. El tema del tiempo es el eje fundamental en esta cuestión, en general manifiestan que no quieren esperar. Las mujeres que lograron sus objetivos en el plano profesional e incluso económico, y que por otro lado comienzan a percibir que las chances de armar un modelo familiar idealizado se van extinguiendo, la idea de encarar la maternidad en solitario se presenta como una alternativa cada vez más viable», analiza Pasqualini.
En el mencionado instituto médico Mariana Malamud, de 49 años, encontró la solución para su búsqueda, y luego de recurrir a la fertilización asistida nació Ema. «Con mucho trabajo personal, fui madurando la posibilidad de ser madre aun en solitario. ¡Sentí que no me la quería perder! Deseaba mucho ‘maternar’, dar amor, cuidar a un nuevo ser, acompañarlo en su crecimiento, transmitirle lo bueno que tengo. Y fui aprendiendo, por supuesto con idas y venidas, como en todo uno avanza y luego retrocede cuando aparecen las preguntas: ¿voy a poder?, ¿no es un deseo egoísta mío?, ¿cómo me voy a arreglar con el dinero? Y vuelve a avanzar cuando te dicen que todo después se acomoda», reflexiona esta actriz y locutora.
A días del cumpleaños número uno de Ema, Mariana reconoce que el principio fue lo más complicado. «No tenía idea de lo que me esperaba. Todos te dicen que vas a necesitar ayuda, pero hasta que no estuve en la situación no entendí de qué me hablaban y de lo que realmente necesitaba. También es un aprendizaje: poder recibir y pedir ayuda, aunque sea para lavar la ropita, plancharla, lavar los platos mientras la madre se ocupa del bebé. Ahora que ya está más grande, logramos ir estableciendo ciertas rutinas que me permiten estar organizada por momentos.»
Bárbara Díaz también es mamá de dos niños, pero mellizos: Lautaro y Benjamín, ya de 7 años. Los chicos tienen un papá, con el que Bárbara convivió durante 7 años, pero hoy apenas los ve y no aporta económicamente. «El se habrá hecho cargo un mes, pero no más que eso, no va ni a los actos del colegio -describe Bárbara-. Para nosotros la organización es todo. El problema es que el sueldo no alcanza, entonces nos ayudan la madrina y mis papás. Hasta hace poco cobraba la Asignación Universal por Hijo hasta que me la sacaron, y cuando fui a hacer el reclamo me enteré que el papá tenía un sueldo en blanco; entonces tuve que pedir el embargo del mismo», señala Díaz.
«La situación de monoparentalidad se constituye en una desventaja para los procesos de crianza, especialmente en condiciones de pobreza, porque la única persona que puede ocuparse de las tareas de cuidado (que por lo general es una mujer) también tiene que trabajar en el mercado para garantizar el sustento del hogar. En condiciones de riqueza sucede lo mismo, pero se cuenta con recursos humanos contratados. El recurso con el que cuentan los hogares monoparentales en situación de pobreza es la familia extensa (otros familiares) y redes comunitarias de ayuda», explica Ianina Tuñón, coordinadora del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA.
Con esta visión coincide Isabella Cosse, historiadora, investigadora del Conicet y autora de Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta (Siglo XXI). «Sí, criar sola a los hijos supone lidiar sin ayuda con el trabajo de la crianza, los costos que conlleva la atención de los niños, la toma de decisiones y los desafíos afectivos, sin duda que existe desventaja -dice-. Pero no podemos hablar de los fenómenos sociales sin considerar sus variaciones y sus contextos. Históricamente, las mujeres que criaban solas a sus hijos solían ser madres solteras, eran mujeres pobres y eso significaba llevar vida precaria, difícil, en la que debían lidiar con las dificultades para sostener a los niños y sostenerse ellas mismas. Pero esas mujeres no estaban, necesariamente, solas y parte de sus recursos, con frecuencia, provenían de sus relaciones sociales, sus familias, sus parientes y otras mujeres con la que se prestaban ayuda. Entonces, las desventajas, que sin duda existen, son variables según la clase social, los capitales sociales y las redes relacionales además del contexto personal.»
Hoy las mujeres que anotan a sus hijos solo con su apellido representan el 9% de los nacimientos porteños, según el Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas. Esto incluye tanta a aquellas que deciden encarar la maternidad solas desde la misma concepción hasta los casos en los que los padres abandonan sus deberes. Una mamá que anotó a su niña con su apellido es Romina Lampuru, quien hoy hace convivir sus tareas laborales y los chiches de Emma en la oficina. «Ser madre sola implica que tenés que organizarte muy bien. La demanda está dirigida toda a mí, entonces resolví haciendo todo juntas; ella es mi prioridad», dice esta vendedora de equipos médicos.
Pero siempre hay excepciones, como la de Alejandro Kilstein, que es papá de Emma desde hace cinco años. La niña fue gestada a partir de la subrogación de vientre en los Estados Unidos. Ambos comparten su día a día, desde el desayuno hasta el cuento que el padre lee antes de que ella se duerma. «Un detalle es que en el grupo de WhatsApp del colegio, la madres se olvidan de que hay un papá», dice Alejandro, que se apega a la agenda de Emma, lo que incluye llevarla a los cumpleaños y a sus clases de gimnasia deportiva. «Cuando conté mi decisión, hubo personas muy cercanas que me preguntaban si tenía idea de lo que iba a hacer. Los entiendo, no era maldad, porque si siendo dos a veces es complicado, hay días que lo son más».
«Ella sabe que no tienen mamá, lo hablamos cuando empezó a llamar así a una amiga que todos los días viene a cuidarla. Entonces le conté su historia, acorde con su edad. A veces, otros chicos le preguntan si su mamá murió, pero ella contesta que nunca tuvo», cuenta Alejandro. En Córdoba, Ivana también habla sobre la identidad con sus mellizas de dos años y cuatro meses. «Las veces que me preguntaron por el padre les expliqué que ellas fueron concebidas a través de una donación y se lo toman muy bien. Todos me felicitan y me trasmiten mucho amor. Soy una eterna agradecida porque nunca tuve ningún inconveniente social por ser madre sola y por donación. Al contrario, siempre me hicieron sentir bien».