¿Qué siente una mujer que lleva nueve meses en su vientre un hijo que no es suyo? ¿Por qué decide gestarlo? ¿Cuáles son sus motivaciones más íntimas? ¿Cómo enfrenta las opiniones de su familia, vecinos y entorno? Y después del parto ¿siente la angustia de una pérdida? ¿Le cambia la vida una experiencia así? Son muchos los interrogantes que dispara el hecho de estar frente a una mamá gestante, dispuesta a contar su testimonio por primera vez. Ella es Flavia, tiene 41 años, es porteña, está separada y tiene dos hijas que van a la primaria. Ella dirá que desde el primer momento sintió que no era su hija y que lo hizo para cumplirle un sueño a una familia. Está convencida, además, de que su historia puede ayudar a muchas parejas que desean ser padres y no logran sortear las dificultades.
El 7 de agosto de 2014, Flavia dio a luz a Alma. Es el segundo caso de maternidad subrogada del país. Los padres biológicos de la beba son Ana y Leonardo, una pareja de Zárate que buscó mucho a su primer hijo -Santiago (8)- y, tras una complicación en el parto, Ana perdió su útero y con 29 años se quedó sin la posibilidad de tener otro.
Ana y Flavia -que trabaja con su hermana en la organización de eventos infantiles- se conocieron en Capital. Entre largas charlas y los juegos de sus hijos, se forjó una amistad. “Me contó de sus ganas de ser mamá de nuevo. Me conmovió su deseo y también el del nene que cada Navidad pedía un hermanito. Sé lo que significa tener un hijo y lo hermoso que es tener un hermano”, dice con firmeza y confianza. “Me contó todo lo que habían intentado, de la posibilidad deadoptar y hasta de alquilar un vientre en el exterior. Un día le dije desde el corazón ‘podríamos probar’ y así fue, sin ningún tipo de presión”. Para esta familia, Flavia se convirtió en una ‘súper chica’.
Los papás biológicos, la clínica Halitus y Flavia firmaron un acuerdo por el cual ella recibió la asistencia de una prepaga por dos años, un seguro de vida a nombre de sus hijas y la cobertura de los gastos del embarazo. Tras los estudios psicológicos y médicos, Flavia quedó embarazada. “Me hice el test en casa y enseguida llamé a Ana. No podíamos parar de llorar”.
Volvió a experimentar las náuseas que había sentido en sus anteriores embarazos, tuvo antojos de agua tónica y asegura que siguió su vida normal con el trajín de las nenas y el trabajo. Le habló mucho a la panza, algo que -confiesa-, no había hecho tanto con las otras, y sumó la práctica de reiki. “Le decía: ‘Hoy vamos a hacernos una ecografía, tu mamá está acá al lado mío’”.
Sus hijas contaron con naturalidad en la escuela que su mamá llevaba en su panza un bebé que no era de ella. Algunos papás se sintieron confundidos. “Una mamá me llamó para preguntarme si era posible. Le expliqué, lo entendió y le interesó informarse. Mis padres y hermanas, mi ex marido, mis amigos, todos me entendieron; no hubo nadie que me hiciera replantear la decisión”, se sincera. “Algunos me transmitían preocupación porque me encariñara y pudiera sufrir. Estaba, y sigo, feliz porque veo la felicidad de Ana y su familia”.
La beba nació por cesárea. No pudo ser parto normal como con sus hijas, porque en el último mes le subió la presión. “Le apreté fuerte la mano a Ana en el quirófano, ella tenía miedo y yo la contuve. Alma es una beba muy tranquila, quizás por efecto del reiki”, destaca con orgullo. Y dice que con ella mantiene “una relación for ever, a pesar de la distancia”.
En julio del año pasado, la Justicia permitió inscribir a la beba como hija de sus papás biológicos y no de Flavia, rectificando su partida de nacimiento, al entender que lo había hecho por una motivación altruista -afectiva o solidaria- y no alquilando su vientre.
Cuesta entender todo esto. Pero hay algo que es contundente: esta historia demuestra que la subrogación ya es un camino posible para cumplir el deseo de una familia.
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