Las relaciones sexuales suelen cambiar a partir del nacimiento del primer hijo. Desde ese momento, las parejas parecen desatender esta cuestión para poner el ojo en el niño. Sin embargo, es vital para la salud conyugal sostener viva la llama de la pasión.
El desafío de mantener la intimidad en la estructura de la nueva familia es uno de los problemas que las parejas con hijos pequeños tienen que encarar. Generalmente no se piensa mucho en el asunto, por el contrario, se pasa a la acción sin reflexión posible. Y esto implica sostener el supuesto de que toda la atención y la energía deben estar puestas en los hijos y, en caso de algún excedente, recién ahí usarlo en la pareja. El uso de las conjeturas es una constante. Los hombres suelen pensar de sus parejas:» Ella está cansada, no debe tener ganas de tener relaciones»; y las mujeres, por lo general, se postergan:» Prefiero que se quede jugando con su hijo, no estoy atractiva», o, “si tengo relaciones no me voy a excitar, voy a estar atenta al bebé», etc. Y estas suposiciones impiden la expresión verdadera de deseos. La presencia de este problema trena el acercamiento sexual y cualquier cambio para estar mejor con uno mismo y con el otro.
Siempre se ha dicho que el embarazo embellece a la mujer debido a los cambios hormonales y la ternura que inspira la «panza» creciente. Sin embargo, el puerperio y los años subsiguientes al parto, no despiertan los mismos elogios, sobre todo para la imagen que tiene la mujer de sí misma. Muchas de ellas se ven gordas, descuidadas, poco atractivas, sin tiempo para sí mismas ni para su pareja. Las mujeres que deciden o deben quedarse en sus casas a cuidar de sus hijos deben hacer un esfuerzo enorme para disponer de un tiempo personal, sobre todo si son celosas de sus niños y no confían ni en suegras ni en niñeras. Por el contrario, aquellas que deben salir a trabajar se ven obligadas a cuidar su cuerpo y su presencia, aunque al llegar a sus casas vuelvan a ponerse el delantal y se tiren al piso a jugar con sus hijos. Tanto en uno como en otro caso, preservar la autoimagen de damas sensuales, seductoras, y dispuestas al encuentro erótico sexual, suele ser un problema que, en apariencia, se justifica (y se acepta) por el cansancio, o el agobio de la jornada, pero que en realidad responde a la idea preestablecida de que ser madres «debe» ser el motivo principal de la existencia, por lo menos en esa etapa de la vida.
Aunque los hombres no lo expresen, muchos se sienten excluidos del vínculo madre hijo, y no se preguntan demasiado cuáles pueden ser las acciones para incluirse; es más, dan por supuesto que la relación debe ser de esa manera y no hay nada para cambiar. Se convencen de que la naturaleza es la regente del apego y que ellos poco pueden hacer. Si los hombres no insisten y las mujeres se concentran en los hijos y desestiman su autoimagen poco se puede hacer para devolver algo de la frescura y la intensidad inicial. Si a todo esto le sumamos la dificultad para encontrar tiempo y espacio propicio para la vida sexual, el problema es aún mayor.
Los hombres no modifican sustancialmente su autoimagen respecto al nuevo rol, pero ven comprometido su rumbo dentro de la relación. Ellos no sufren cambios ni en su figura ni en su atractivo, pero se pierden en las acciones a realizar. Algunos desisten dejando todo en manos de la madre, otros, más osados quizás, se juegan, proponen y se animan a meterse en el vínculo. Sin embargo, el saber depositado en la persona de la madre será siempre indiscutible, por más acción ingeniosa y loable que el hombre proponga. La idea de que la madre tiene el saber que le otorga la naturaleza y el hombre debe adquirir un rol social prima en la construcción del esquema familiar.
Con esta configuración simbólica de los roles se entreteje la conversión de mujer a madre. Sin embargo, la idea general de la naturaleza biológica todavía sirve de eje para el armado de la feminidad. Y esto queda demostrado con la maternidad, siendo la expresión máxima de un suceso natural (la procreación y el mantenimiento de la especie). Esta creencia, además de ser reduccionista o esencialista, lleva el estatuto de mujer madre a un proceso basado en las leyes de la naturaleza, diferente de la paternidad, el cual es un rol social más que biológico. De esta manera suelen dictarse las leyes para el orden social (patriarcado), mientras la mujer debe ajustarse a la doble ley: la natural y la social.
Un vínculo amoroso que comienza pone en marcha deseos, afectos, dudas y proyectos, una infinidad de sensaciones nuevas, en el mejor de los casos, promisoria. Sostener el deseo de estar con la persona amada debería ser el basamento más importante de toda relación. Los vínculos humanos se construyen por la conjunción de, por lo menos dos formas de concebir la realidad. En este encuentro, la esencia es la libertad, fuera de toda regla previsible. Todas las sociedades imponen roles, pero el libre albedrío es condición humana por excelencia.
Muchas veces ocurre que la mujer no se siente capacitada para retomar la actividad sexual en la pareja. ¿Qué se puede hacer en este caso? El diálogo ayudará a que su marido la entienda mejor. No debe existir histeriqueo, ni actitudes manipuladoras por el hecho de ser una nueva madre, ya que continúa siendo esposa y su marido aprende de ella a ser mejor padre, si lo trata bien. Hay mujeres que se concentran solamente en la crianza y pierden de vista a su compañero. Esto, además de no tener sentido, no ayuda en la nueva dinámica de la familia de tres ya que el varón debe sentirse y actuar como compañero, padre y esposo. De esta manera podrán seguir funcionando como equipo.
Los miedos más comunes que suelen tener las mujeres a poco de haber terminado la cuarentena se asocian a la falla del anticonceptivo y a quedar embarazadas antes de lo planeado, a que sus maridos no las encuentren atractivas, a que mientras se entregan al juego amoroso le pase algo al bebé en la cuna, a que se abra la episiotomía o la cicatriz de la cesárea o. con el paso del tiempo, a que los hijos las escuchen teniendo relaciones, entre muchos otros. ¿Es necesario recurrir a la terapia psicológica en la ausencia de deseo sexual? Definitivamente no. Es que no existe una patología psicológica en estos casos, sino una nueva situación que produce cierto temor o problemas en el manejo de los tiempos. Todo esto se puede solucionar en una consulta a un sexólogo clínico. El mismo será el indicado, tanto en la ausencia del deseo sexual de ambos sexos. También los ayudará a posicionarse como hombre y mujer frente al nuevo rol parental, sin perder de vista los aspectos eróticos como pareja. Y. si existiera una real depresión posparto, es precisamente el médico especialista en sexología, quien puede incluir un breve tratamiento farmacológico.
Asesoró. Dra. Beatriz Literat médica sexóloga clínica y ginecóloga del Departamento de Sexología y Disfunciones Sexuales de Heláis Instituto Médico