Les cuento que esta vez me costó bastante encontrar un testimonio para compartir con ustedes ya que muchas mujeres se ofrecieron a contarme su historia bajo el anonimato. Muchas de ellas me comentaron que la familia no estaba enterada de que habían logrado quedar embarazadas por esta técnica de fertilización asistida y otras tantas resaltaron que no tenían ganas de que las juzguen. Me llamó la atención esa mirada tan hostil que tienen algunos miembros de la sociedad sobre la maternidad. Para mi es obvio: nadie es más o menos madre por compartir con su hijo el ADN.
«Atravesé el duelo genético y entendí que ser madre no tiene que ver con eso»
Quería ser madre, eso era lo único que tenía claro. Me había puesto un plazo a los 45 años, pero como ese año no estaba en pareja con nadie que quisiera tener hijos, decidí sacar un turno con Sergio Pascualini, experto en fertilidad.
Un día le pregunté a mi primera hija, María Elena, qué era lo que más quería en el mundo y ella me respondió: «Un hermanito, pero se que no tenés un novio que ponga la semillita». Ahí le conté que había un doctor que se encargaba de poner semillitas y ella se puso feliz y me incentivó a visitarlo.
Así comenzó este largo camino. Después del tercer tratamiento sin resultados positivos, y dado que mis óvulos no estaban respondiendo, el doctor me sugirió intentarlo con óvulos de donantes. La primera sensación fue de que no iba a ser tan mío. Después todo se volvió a acomodar dentro de mi cabeza y entendí que no pasa por ahí. En las entrevistas que tuve con los bancos de óvulos me dijeron algo que me sirvió mucho: la maternidad no se dona, los óvulos si.
El tema de la carga genética -de saber que esa persona salió de tus genes- es más bien una cuestión de ego. Lo que se gana dejando atrás eso es elevar las posibilidades de un embarazo exitoso, con óvulos más sanos y más salud para el bebé. No es poco: es, en esta instancia de mi lucha, todo.
Los tres primeros tratamientos los pagué en un 100%, ya que la ley era muy reciente y las prepagas no estaban cubriendo la totalidad del tratamiento. Pero cuando ya no tenía más plata y con el consejo de ir a ovodonación le puse un amparo a la prepaga basándome en la ley de fertilización asistida.
Por momentos me sentí triste, agotada y sin fuerzas pero cuando finalmente gané el amparo y senté jurisprudencia -fue el primer caso de una mujer sola que a los 47 años pedía cobertura de un tratamiento de ovodonación- y volví a recuperar la fuerza.
En el primer intento con ovodonación y semen de donante quedé embarazada de trillizos, ya que uno de los embriones se dividió en dos. Tenía 47 años, no lo podía creer, fue muy fuerte. Finalmente a la semana 12 uno se detuvo y fue muy doloroso. Durante un mes estuve muy temerosa pero después el miedo se fue y pude disfrutar del embarazo con normalidad y conectarme con la panza.
Fue un muy buen embarazo, trabajé, estuve activa y manejé hasta el final. En la semana 37 fui a cesárea programada y nacieron con 3.300 y 3 kilos. Fue una experiencia maravillosa.
Yo veo en los foros que la ovodonación tiene muy mala prensa, como si tener un hijo significara que se tiene que parecer a uno o tener tus genes. Incluso, me llegaron a decir que no eran mis hijos, que si ya tenía una hija por qué rompía las pelotas con la ovodonación, que siendo soltera era una locura o que para eso era mejor adoptar. La gente dice barbaridades sin saber. Yo también atravesé el duelo genético, que tiene que ver con el ego de que se parezca a uno, y finalmente comprendí que tener un hijo no tiene nada que ver con eso.
Mi deseo de ser madre pudo con todo. Ojalá este relato inspire a muchas mujeres.