textos MARIA EUGENIA SIDOTI fotos A. ATLANTIDA
Para algunos no existe sustancia más nociva que la propia esencia, ni droga más peligrosa que el ser íntimo. A solas con el propio yo, hay quienes no pueden con él y entonces reaccionan en su contra: las adicciones aparecen como sustituto de alguna carencia que no se puede o no se quiere ver, y montando un círculo vicioso, terminan socavando la integridad psíquica -y muchas veces también física- de quienes las padecen. Lejos de ese paisaje oscuro y marginal que supone la vida de un adicto, existen otras formas de dependencia
sin control que operan a plena luz del día y están al alcance de todos, sin importar el sexo ni la edad. Las drogas legales acechan ahí afuera, son fáciles de conseguir, no precisan dealers y cada vez atrapan a más seguidores obnubilados con su falsa promesa de placer y bienestar.
En el marco de las sociedades modernas, hay adictos al juego, a la comida, a las compras, a la adrenalina, al sexo, al trabajo, a la tecnología, al cigarrillo, al alcohol y a las relaciones interpersonales. Los especialistas coinciden, sin embargo, en que si bien este tipo de conductas están a la orden del día, no todos somos carne de cañón. «Antes de hablar de adicción, tendríamos que referirnos a estos problemas como desórdenes compulsivos. La compulsión es aquello que no se puede parar y es más abañadora que el término adicción. El acto compulsivo no tiene freno: en su estructura falta un tope interno con el cual filtrar ciertas cosas -explica la licenciada María Cristina Castillo, psicoanalista y docente de Centro Dos-. Se trata de actos que no se pueden sofrenar por sí solos, que necesitan un armazón exterior (tratamiento terapéutico, medicación y contención fami-
liar). La compulsión tiene que ver con la personalidad y también con diversas variables externas que favorecen su aparición. Quienes tienen personalidad compulsiva suelen cometer errores por ansiedad sin medir las consecuencias. La señal de alarma se enciende cuando comienza a afectarse la cotidianidad, cuando se deterioran los lazos personales, sociales y laborales, por ejemplo. El problema radica en que hay algo de la estructura psíquica que no funciona bien porque existe una falta. Me ha tocado ver en pacientes cómo la ausencia de comunicación y afecto pueden traducirse en exceso de
comida o de alcohol», detalla la terapeuta.
Según el doctor Daniel Bleiweiss, médico fundador del Centro de Psiquiatría Genética, el tema de la impulsividad reviste un abordaje complejo. «Las conductas de las personas son el resultado de múltiples factores: orgánicos, psicológicos y socio-culturales. Aunque existe controversia respecto de si se nace con una determinación conductual o la conducta se desarrolla a lo largo de la vida, parece coherente pensar que la conjunción de la herencia genética y otros factores vivenciales contribuyen al desarrollo de la personalidad y la conducta del ser humano. Buscar un único factor, como por ejemplo un gen determinado, para concluir que la conducta de un sujeto fue causada por él implica un reduccionismo que diluye ese todo que es el sujeto -define Bleiweiss-. La impulsividad se caracteriza por el pasaje rápido a la acción sin medir las consecuencias para sí y para terceros, perdiendo en alguna medida el autocontrol y la tolerancia a la frustración. La sensación de vacío mental suele estar presente en las personas impulsivas. La vivencia en entornos o sociedades violentas, la falta de afecto y contención social también pueden resultar factores predisponentes para estas conductas», indica el especialista.
ADICTOS DE LEY. Así como es habitual que quienes padecen este tipo de trastorno no vean la realidad de su problema, es común que una vez cruzado determinado límite sientan la necesidad de pedir ayuda. Para Noelia, una maestra jardinera de 29 años, el problema empezó casi sin que se diera cuenta, pero las consecuencias le hicieron abrir los ojos. «Vengo de una familia humilde y en mi casa sólo se gastaba en lo estrictamente necesario. Pero cuando empecé a ganar mi propia plata eso cambió -cuenta Noelia, casada, mamá de un chico de un año y, desde hace dos meses, en tratamiento por su adicción a las compras-. Al principio, ahorraba gran parte de lo que ganaba. Pero cuando me casé arranqué con las compras compulsivas y de a poco fui perdiendo el límite a la hora de gastar: primero fueron los aguinaldos, después los ahorros, hasta que llegué a despilfarrar sueldos enteros… Cuando no me alcanzaba con el efectivo, sacaba tarjetas. Llevaba cualquier cosa; una vez me fui de un shopping con tres pantalones iguales. Era más fuerte que yo», confiesa y explica que, como parte de la terapia, ya no puede disponer de dinero en efectivo ni de tarjetas de pago, y que todas las compras que realiza son supervisadas por su marido. «Es difícil, pero voy logrando progresos. Antes pasaba por la puerta de un negocio y sentía temblores. Lo único que me calmaba era entrar y comprar. Después escondía las bolsas para que no las viera mi marido, hasta que un día las encontró y enton-
ces le pedí que me ayudara. Hasta ese momento mi adicción pasaba por simple coquetería», recuerda.
Federico tiene 36 años, es contador y jugador compulsivo en rehabilitación. «Todas las mañanas me levantaba y me iba a desayunar al casino. Ya me conocían todos los empleados y me daban un trato especial; eso me encantaba. A veces ni siquiera volvía a dormir a mi casa; me la pasaba mintiendo para que nadie lo notara -revela y asegura que todavía le resulta difícil no volver a caer en la tentación-. Acabo de unirme a un grupo terapéutico y sé que me va a llevar tiempo salir. Tomé conciencia del problema cuando me echaron del trabajo. Yo quiero estar bien, pero reconozco que jugar me daba una sensación incomparable. Extraño el sonido de las maquinitas y hasta el olor», dice. Roberto sufría otra adicción legal: «Mi mayor placer era fumar. Empecé a los 14 años y fumaba dos atados por día. Hace seis meses sufrí un infarto y dejé. El camino no es fácil, aunque se puede. Y la verdad es que hoy me siento mucho mejor», cuenta este ingeniero de 55 años que logró dejar el cigarrillo con ayuda psicológica y medicación.
Para Mariela, en cambio, una empresaria textil de 38 años, la droga se llamaba trabajo. «Durante años no pude parar. Juntarme con amigos o con mi familia me parecía una pérdida de tiempo. Estaba tan acelerada que comencé a deprimirme los fines de semana. Mi socia me ayudó a pedir ayuda -confía Marida quien, luego de someterse a una terapia breve, fue dada de alta hace dos meses-. Ahora trato de disfrutar cada momento. Este verano fue la primera vez en años que la paso bien en unas vacaciones y que no me agarra un ataque por volver», se entusiasma. La licenciada Gabriela Martínez Castro, psicóloga y directora del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA), dice que a diferencia de las químicas, las adicciones de tipo psicológico tienen mejores pronósticos a la hora del tratamiento. «Existe un problema de autoestima de base que se debe atender: en el caso del adicto al trabajo, por ejemplo, la persona no se siente importante por lo que es sino por lo que produce. Entonces se vuelve adicta a energizantes, alcohol y ansiolíticos para rendir más y vencer el sueño -cuenta Martínez Castro y aclara que la mayoría de los pacientes que acuden a la consulta no alcanzan a ver el problema en toda su magnitud-. En realidad, llegan por problemas asociados: ansiedad generalizada, trastorno de pánico, problemas gastrointestinales. Pero sólo quieren atenuar esos síntomas sin que les toquen su adicción. Son personas muy exigentes y perfeccionistas y al principio ponen resistencia, pero de a poco empiezan a gozar de otras cosas, como del ocio y la familia. Las adicciones de este tipo se pueden tratar con terapias breves y focalizadas. Lo importante es que el paciente logre bajar su ansiedad y se valore», aconseja la psicóloga.
IMPULSOS PELIGROSOS. «Lo sexual puede generar adicción cuando la gratificación lo transforma en un hábito y de ahí pasa a la compulsión. En ese caso, la voluntad desfallece y uno ya no es dueño de sus actos -señala la doctora Beatriz Literat, médica ginecóloga y sexóloga clínica a cargo del departamento de sexología de Halitus-. Por eso, el tratamiento apunta a integrar a la persona con su mente y su cuerpo. Mejorar la autoestima es vital: en la medida que alguien se siente víctima siente que no puede. Pero hay que destacar en que nada es incontrolable: no se nace adicto. En general, la adicción es la compensación de una situación penosa, de una carencia afectiva. El problema de los adictos legales es que difícilmente consultan porque no están encuadrados en la marginalidad. Sólo buscan ayuda cuando sienten que van a perder algo importante. Tenemos un problema cultural: la gente no tiene modelos de que podría llevar una vida más digna, más ética y más amorosa. En las sociedades modernas, lo material está por encima de lo espiritual. La ambición y la competencia que nos rigen generan estas conductas», enfatiza Literat.
El peligro, traducido en una necesidad por sentir fuertes dosis de adrenalina, también puede generar adicción. Y, según el doctor Ricardo Ru-
binstein, médico psicoanalista y director de Sportmind, un centro destinado al trabajo psicológico con deportistas de alta competencia, se trata de un mal que afecta a un gran número de personas dentro y fuera del deporte. «La adicción al riesgo entraña un peligro para la integridad física o psicológica de la persona. Alguien se tira en parapente o bucea entre tiburones porque existe una experiencia erótica, de la misma manera que el masoquista erotiza el dolor. Para esta gente no cuidarse provoca mucho placer. En general, se trata de personalidades sumamente competitivas, a quienes les encanta la situación de desafío. Pero el detalle es que acá el contrincante es la muerte y la sensación de ganarle genera sensación de omnipotencia. En lo inconsciente, no obstante, existe el deseo de matarse o de sucumbir, la búsqueda de un límite. Y esto ocurre porque no hay una vivencia interna de límite», indica el especialista. Y explica: «Se necesita un tratamiento intensivo. A veces, a estos pacientes el entorno los ve como «locos lindos» y no como enfermos. Sólo se nota el trastorno en la repetición y en el «casi»: casi se mata, casi pierde todo en la ruleta… El adicto está siempre a punto de perderlo todo y eso genera mucha adrenalina. Lo importante es destacar que, con la ayuda adecuada, todos estos problemas se pueden tratar y revertir», concluye Rubinstein.
«La impulsividad se caracteriza por el pasaje rápido a la acción sin medir las consecuencias para sí y para terceros, perdiendo en alguna medida el autocontrol y la tolerancia a la frustración.»
DR. DANIEL BLEIWEISS, Centro de Psiquiatría Genética.
«El adicto al trabajo no se siente importante por lo que es sino por lo que produce. Entonces se vuelve adicto a energizantes, alcohol y ansiolíticos para rendir más…»
LIC. GABRIELA MARTINEZ CASTRO, Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad
(Salud)