MAMÁS CORAJE
Teresa de Calcuta decía: “cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te detengas!”. Viviana es una fiel seguidora de esas palabras, es madre de Rosario y Mayra, pero para poder llegar a ver los dulces ojos de sus hijas debió recorrer un largo camino.
Desde chica tuvo un único deseo, el de ser madre. Pero llegado el momento su cuerpo no respondió como esperaba y las trompas de Falopio estaban tapadas. Había que operar, aunque la probabilidad de poder ser mamá era baja.
Como primer paso se recurrió a la fecundación in Vitro (FIV), una de las opciones más factibles para llegar a cumplir su sueño. Luego de tres intentos no lo consiguió y se realizó una inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI), con la cual logró, en 1997, concebir a Rosario.
Confiesa que nunca sintió envidia por las embarazadas, siempre le despertaron mucha ternura y admiración. Pero ver salir a las mujeres que se hacían el tratamiento y quedaban de mellizos le generaba un poco de celos.
Viviana tuvo un embarazo feliz y relajado, estudió y trabajó hasta los últimos días; y el nacimiento fue toda una conmoción emocional para ella.
“Cuando me llevaron al quirófano para la cesárea estaba tan ansiosa, con tanto temor de que le pasara algo a mi bebé, que tuvieron que dormirme completamente”. No recuerda nada sólo que cuando despertó, su marido le llevó la beba y vivió un momento de felicidad eterno al ver que su hija estaba sana.
Después de un año comenzó con la búsqueda de su segundo hijo, aunque para concebir a Mayra tuvo que esperar seis años. “Fueron tiempos duros, de desilusión y angustia por perder dos embarazos de pocas semanas”, recuerda. Sus trompas se habían ligado nuevamente y la operación era inminente si quería volver a ser madre natural. Entonces, le sacaron una trompa y destaparon la otra; iba por el intento número trece y no existían rastros de un nuevo bebé.
La desolación se había plantado en su vida, y resignada regaló todo lo que había guardado de su hija mayor. Engordó 20 kilos por la medicación hormonal y la inactividad física, ya casi no podía caminar. Parecía que este era el límite en su deseo de volver a ser mamá.
Pero para ella dar de mamar, sentir los movimientos del bebé en la panza o escuchar sus latidos, es un sentimiento incomparable. Por eso, se puso en forma y volvió a la búsqueda.
En su nueva etapa conoció al Dr. Sergio Pasqualini, director de Halitus Instituto Médico, y comenzó con una propuesta más suave, sin medicación, denominada ciclo natural. Era lo último que estaba dispuesta a hacer y en el segundo intento quedó embarazada de Mayra. “No fue fácil, durante los nueve meses tuve pérdidas importantes que me hacían estar en cama, después me enfermé de neumonía y me agarró una gripe muy fuerte”; todas estas complicaciones impidieron a Viviana lucir su panza. Sin embargo, disfrutó de los movimientos de Mayra en su vientre, de las patadas que comenzó a dar a los cuatro meses y, actualmente, de las risas las palabras que poco a poco va pronunciando.
Hace unos meses comenzó a buscar el tercero pero el resultado, luego de varios intentos, fue negativo. Viviana cree que hasta acá llegó, no tiene ganas de perderse la infancia de Mayra como sucedió con Rosario; aunque sus ojos no dicen los mismo…
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“QUIERO DARLES OTRA OPORTUNIDAD”
“Hacernos cargo de darle una familia a un niño para que no deba estar institucionalizado y pueda desarrollar todas sus potencialidades es cumplir con el plan divino de dar amor”, nos escribió Elba, una de las directoras de la Fundación Juanito. La fundación fue creada por ella y Mónica en 1995 para proteger y albergar a niños y niñas víctimas de la violencia familiar.
Elba es abogada y utiliza su conocimiento en leyes para ayudar a los más desprotegidos: los niños. Pero además, quería darles la oportunidad a tres nenas que se alojaban en la fundación de “ser amadas, de tener una familia y de ayudarlas, por sobre todas las cosas, a ser felices” contó a MIA: Como su madre biológica no puede cuidarlas porque tiene una salud mental comprometida, hace cinco años, se las llevó a vivir a su casa. Actualmente las tres nenas tienen 5,9 y 11 años y mantienen un contacto telefónico con la mamá biológica.
A pesar de no haberlas tenido en su panza, tiene los mismos miedos que cualquier mamá; siempre está atenta de lo que les pasa y las ayuda a ser cada vez mejores. “No siento que se las puedan llevar pero cuando lo pienso se me llena de cosquillas el estómago, y entonces, recuerdo que aún cuando su madre sanara y se tuvieran que ir, el amor que nos une hará que siempre podamos vernos”.
“El mejor momento que pasó con mis niñas y que nunca cambiaría, son todas las mañana al despertarse, las noches al darles el beso de las buenas noches, que me esperen destapadas para que yo las tape, las abrace, las bese, les haga cosquillas, me tire encima, y todo ese juego que tanto nos gusta”.