¿Es cierto que la llegada de la primavera modifica el comportamiento amoroso de la gente? Tras los días cortos y oscuros del invierno, el 21 de septiembre parecería ser un punto de inflexión en la relación de las personas. Pero ¿se trata de un mito o de una realidad? En todo caso, ¿tiene algún anclaje científico la vocación de los poetas por celebrar en sus versos al amor junto con la estación más florida del año?
Especialistas consultados por Clarín opinan que los factores ambientales influyen en el erotismo. No tienen dudas acerca de la retracción que produce el frío en el terreno de la seducción. Además, explican que «con las temperaturas más cálidad y la liviandad en la ropa, la predisposición emocional y sensitiva de los humanos para amarse es mayor. No son tan concluyentes -pero sí arriesgan algunas hipótesis- respecto de la relación del clima con los procesos biológicos internos que participan en la consumación del acto amoroso, algo comprobado en los animales. (…)
María Victoria Bertolino, ginecóloga y obstetra especializada en sexualidad y reproducción de Halitus Instituto Médico, sostiene que «el vínculo entre el medio físico-químico y la respuesta sexual ha sido estudiado en animales o in vitro y en algunos casos en humanos. Pero los factores ambientales sobre la sexualidad humana recién ahora son objeto de estudio de la biología».
«Sí sabemos -asegura Bertolino- que en la sexualidad los estímulos externos o internos, modulados por el Sistema Nervioso Central, desencadenan una cascada de cambios bioquímicos, hormonales y circulatorios. Es decir, una respuesta neurovasculohormonal que conducirá a la excitación psicológica y física». Así, los estímulos, que son señales acentuadas desde la primavera hasta el final del verano por la mayor exposición y sensualidad de los cuerpos, «ingresan al organismo a través del tacto, el olfato, el gusto, la audición y la vista o de las fantasías y evocaciones», explica Bertolino.
De todos modos, como explica el doctor Sergio Mario Aszpis, andrólogo del equipo de Halitus y docente de la Facultad de Medicina de la UBA, «aunque en la mayoría de las especies las funciones sexuales se limitan a un período definido de fertilidad, en el hombre son continuas en el año».
Sin embargo, advierte, «numerosas evidencias de estados patológicos avalarían la existencia de una relación entre el ciclo de exposición a la luz, la glándula pineal y su neurohormona, la melatonina». Y cuenta que el hamster dorado es un buen modelo para investigar cómo los días cortos (invernales) inhiben la secreción de las hormonas gonadotrofinas (FSH y LH) probablemente actuando a nivel hipotalámico, lo que provoca que se detenga la producción de esperma y testosterona y que se disminuya la conducta sexual».
En este proceso es fundamental la intervención de la glándula pineal. La pineal, explica este endocrinólogo especializado en sexualidad masculina, «convierte señales nerviosas en hormonales, informa de los cambios de iluminación para disminuir los niveles de melatonina en el día e incrementa la actividad sexual».
Al parecer, los cambios estacionales en la función reproductiva del macho no dependerían sólo de los ciclos de exposición a la luz. También influyen la temperatura y la disponibilidad de alimentos. «En el caso del hombre -aclara Aszpis- hay variaciones estacionales en la cantidad, movilidad y morfología de los espermatozoides y de las hormonas, y en la actividad sexual, aunque estas oscilaciones son menores». De todas maneras, un estudio reciente hecho en la Antártida por la Universidad de Chile demuestra que «existirían algunos individuos en los que la sincronización en la secreción de melatonina (inhibidora sexual) es más vulnerable a las variaciones de luz y oscuridad que en otros».
Con su mayor variedad de estímulos visuales, olfativos o auditivos, la primavera sí provocaría una mayor predisposición para impulsar la erección psicógena. «Se origina en los niveles superiores del Sistema Nervioso Central e interviene en el mecanismo del coito. Mecanismos similares ocurren en la mujer provocando una fase de deseo y otras de excitación, orgasmo y resolución», aporta Bertolino.
Las personas no son máquinas. El erotismo vive en la frontera de la naturaleza y lo sagrado, pero esta estación del año parecería proponer una traducción somática más libre del paisaje exterior.
Por Laura Haimovichi
De la Redacción de Clarín