“Navidades. Toda la parentela, cada uno con sus pibes… pero llegás vos, y es ‘llegó el tío, hola tío, que tal tío, que me compraste tío, nena saludá al tío”. J. M. se arranca las palabras como clavos, los demás lo siguen con tensa, intensa atención. J. M. se ríe con amargura: “Si supieran lo podrido que estoy de ser siempre el Tío”.
La morocha Z. U., joven pero gastada, interviene en voz muy baja: “La etiqueta se te pega cuando te asumen como Mamá de Nadie. La familia te nombra entonces Tía de todos. Ya no me molesta”. L. F., una rubia que va cursando la treintena, se encoge de hombros: “Lo de Tía al menos te salva del: ‘… ¿y para cuando los hijos, che?’ Eso a mí me estropeó algunas navidades”. La mujer se calla, inexpresiva. Su marido, que vendió el auto para pagar los infinitos estudios, los inacabables tratamientos, se vuelve hacia el grupo; “Pucha si se la estropeó: se iba a llorar al baño. No sólo eso. Largó la docencia. Los alumnos la adoraban, pero ella no se bancaba más el ocuparse de los hijos de otros”. O. O., un hombre solo y algo distante, fuma y calla, calla y fuma, concentradamente. No ha hablado en toda la sesión.
Beatriz Wolff, la psicóloga del grupo, deja fluir tranquilo, añejo y quemante el dolor de esas tres parejas estériles.
Estériles hasta hoy, al menos. Tecnología mediante, O. O. y su esposa están jugándose las últimas cartas por el título de padres biológicos.
Afuera, la resolana fríe Buenos Aires a 35 grados, pero no aquí adentro en la Fundación Halitus (un centro de investigación y tratamiento de esterilidad extrañamente ubicado, de todos los sitios posibles, en el Instituto Otorrinolaringológico). Aquí penumbra, y en ella la sesión del grupo de apoyo psicológico a los pacientes en tratamiento. Pero la partida real por el título se juega bajo luz brillante y en otro recinto, un quirófano del segundo piso donde los doctores Rodolfo Pasqualini y Rubén Damasco están extrayendo óvulos de la esposa de O. O., una bella trigueña anestesiada. Esos óvulos serán fecundados “in vitro” con esperma que suministrará el marido. Ya inseminados, se los dejará dividirse hasta formar pelotitas de 4 a 16 células, y estos incipientes embriones serán luego “transferidos” a las trompas de Falopio de la aspirante a madre. (…)