Nueve años buscando ser padres por vía natural. Una profunda frustración compartida y la depresión de la mujer frente al lapidario diagnóstico médico: “Tiene una chance en un millón de quedar embarazada”.
Corrían los ’70. El panorama era sombrío para Lesley y John Brown hasta que les llegó una información que cambió su destino. La pareja de Bristol se enteró de un tratamiento de fertilización tan experimental como polémico para la época que se hacía en la ciudad de Oldham, en el noroeste de Inglaterra. No lo dudaron. Con todos sus ahorros, dejaron Manchester y pusieron su deseo de tener un hijo en manos del biólogo y fisiólogo Robert G. Edwards, el obstetra y ginecólogo Patrick Steptoe y la enfermera Jean Purdy. Confiaron en su programa de “Fecundación in vitro” (FIV). Era la única y tal vez la última posibilidad de ser padres.
Fue Purdy la encargada de transferir el embrión de ocho células gestado en un laboratorio al útero de Lesley. Ni los médicos ni la pareja escucharon los dilemas éticos y morales que les llegaban como pedradas: «¿Fecundar un óvulo fuera del cuerpo de la mujer?”, ”Van a nacer bebés con anomalías”, ”Son los médicos del mal», les decían entre otros agravios.
«Díganme un avance científico que no haya generado inquietudes. La infertilidad es una enfermedad cruel que arruina vidas y matrimonios. Las mujeres que quieren ser madres nos van a apoyar», retrucaba el equipo médico en bloque. El 25 de julio de 1978 -un mes después de que la que la Selección Argentina de fútbol se consagrara por primera vez campeona en plena dictadura- nacía por cesárea Louise Joy Brown, la primera “bebé de probeta” del mundo. Después de infinidad de testeos, esperanza y recaídas, Edwards, Steptoe y Purdy lo habían logrado frente a una tasa de éxito de solo el 15%.
El indiscutible avance científico puso patas para arriba todo lo conocido hasta el momento en materia de concepción y fertilidad. En su momento, fue considerado como el mayor logro del siglo XX junto a la llegada del hombre a la Luna. Se abría una puerta infinita para las familias con problemas para concebir naturalmente. Habían pateado el tablero. El descubrimiento le valió a Edwards el Nobel de Medicina en 2010, quien peleó hasta morir para que la embrióloga Purdy fuera reconocida oficialmente como pieza fundamental del hito médico.
Mientras Lesley y John Brown festejaban el saludable nacimiento de su niña dorada, de este lado del planeta, el joven médico Sergio Pasqualini escuchaba con entusiasmo el revolucionario parto en los pasillos de un hospital.
“En ese momento estaba siguiendo el camino de la patología mamaria, inmunología y cáncer. La noticia me cambió completamente. En fertilidad no se podía hacer nada porque no había nada. Lo hablé con mi mamá (NdR: la investigadora Cristian Blanche Paul, la primera mujer de la historia en la Academia Nacional de Medicina) y le pedí su consejo. Supe entonces que quería hacer un centro de fertilización in vitro”, recuerda Pasqualini, uno de los pioneros en medicina reproductiva del país.
Al mismo tiempo que el médico replanteaba su carrera, en San Miguel de Tucumán, Eliana y Pablo Delaporte cumplían un año de casados. Con poco más de 20 años de edad, arrancaban un camino lleno de ilusión en el que proyectaban tener con muchos hijos. No les iba a ser fácil. Vivieron ocho años de intentos fallidos hasta llegar a su propia FIV en un centro privado de la ciudad de Buenos Aires. Allí habían ido incentivados por su ginecólogo y obstetra, Alfredo Bunader. Eliana estuvo boca abajo cinco horas esperando el milagro. De seis embriones, tres lograron implantarse en su útero. Uno de los embriones no prosperó pero dos siguieron “prendidos” a la vida.
El 7 de febrero de 1986, con un embarazo de 37 semanas, nacían por cesárea en una clínica porteña los mellizos Eliana y Pablo -al igual que se llamaban sus padres-, los primeros bebés nacidos por FIV en el país. Con un equipo liderado por el doctor Roberto Nicholson, la medicina nacional y la pareja tucumana hacían historia y ubicaban a la Argentina en el mapa mundial de la fertilidad.
“En el fondo sabíamos que íbamos a tener nuestros propios niños. Por eso, cuando quedé embarazada, fue el momento más increíble de mi vida”, describía Eliana la concreción de su máximo deseo vital.
“Fue una experiencia maravillosa. No solo por el logro en sí, sino porque quienes acompañamos a las parejas en este recorrido —muchas veces arduo— desarrollamos un vínculo muy estrecho con ellas: compartimos las alegrías de los logros y también la tristeza de los fracasos. En esta ocasión, tratándose de una técnica novedosa, lo viví con una intensidad muy especial”, recuerda en diálogo con Clarín el doctor Bunader, fundamental en la primera FIV exitosa del país.
Louise, Eliana y Pablo fueron solo algunas de las piezas vitales de un dominó conectado con hilos invisibles. El mundo empezó a moverse y alinearse hacia un objetivo común: crear vida allí donde la naturaleza lo había negado. “Tenemos que hacer posible lo imposible”, diría un Edwards ya consagrado en uno de sus tantos discursos.
“Nosotros también empezamos como Edwards en Inglaterra. Al principio era todo artesanal. Nos divertíamos y entusiasmábamos mucho. Todos los días encontrábamos algo distinto», cuenta sus principios el doctor Pasqualini, fundador de Halitus, el instituto médico de reproducción asistida que creó en 1987.
“Junto con el doctor Carlos Quintans y el equipo de especialistas que fuimos armando, enfrentamos resistencias de todo tipo, sobre todo de médicos conservadores y la Iglesia Católica, pero seguimos. Obtuvimos logros únicos, entre ellos el primer nacimiento con un embrión congelado del país y la inclusión en el Récord Guinness por un óvulo congelado durante 14 años. Los hechos fueron demostrando que no hay diferencia entre los nacimientos por reproducción asistida y los naturales”, remarca el especialista en fertilización, hijo de médicos, padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos.
«La pregunta que siempre hay que hacerse aunque haya pasado el tiempo es: ¿qué siente y qué piensa una mujer o una pareja que no puede tener un hijo?«, desafía.
Fertilización In Vitro (FIV), inducción de la ovulación, estimulación ovárica, inseminación intrauterina, intracervical o intravaginal, inyección intracitoplasmática de espermatozoide, criopreservación de ovocitos y embriones, donación de ovocitos y embriones, vitrificación de tejidos reproductivos, método ROPA y hasta la resistida gestación por sustitución (habilitada solo en CABA).
Las posibilidades de tener un hijo por reproducción asistida en la Argentina se multiplicaron en las últimas décadas al infinito. Incluso existen estudios genéticos que permiten detectar anomalías en los embriones antes de ser transferidos al útero materno. Como complemento fundamental, en 2013 fue sancionada la Ley Nº 26.862 que habilita a las mujeres o las parejas -con o sin obra social o prepaga- a acceder a los procedimientos de fertilización de manera gratuita. Los embarazos múltiples fueron famosos –como los quintillizos Riganti, que nacieron el 6 de febrero de 1992— y luego se limitaron a tres las transferencias de embriones.
“Por un lado, se normatizó el acceso a los tratamientos de fertilización. Pero hoy muchas mujeres postergan la búsqueda o deciden no tener hijos e incluso hombres que se hacen tempranamente vasectomías. Hace 15 años, la edad de consulta promedio era de 33 años, hoy es de 38. El 81% de los tratamientos de FIV que hacemos son a mujeres de más de 35 años. Se corrió mucho. Las donantes de óvulos son mujeres menores de 32 años sin problemas de fertilidad y con una buena reserva ovárica y nos encontramos con respuestas menores que hace 15 años. También pasa con los espermatozoides: bajaron en cantidad y calidad. Hay un descenso de la fertilidad«, describe Pasqualini.
“Las técnicas son buenas. La FIV ocupa un lugar fundamental. Ya no se demora más en aplicar esta técnica como se demoraba antes y pasabas por 5 ó 6 inseminaciones. Las inseminaciones prácticamente ya no se hacen. Tenemos una tasa de embarazo por FIV del 47% en menores de 24 años, de 35% en mujeres de entre 25 y 39 años y de 25% entre 40 y 42 años, lo que es mucho. En 2024, el 40% de las FIV se hicieron con óvulos donados”, agrega el médico.
En ese sentido, los especialistas coinciden que los cambios socioculturales, económicos y legales modificaron en las últimas décadas la pirámide poblacional. Las mujeres postergan su maternidad y el congelamiento de óvulos hoy es incluso un beneficio en muchas empresas que buscan retener talentos e impulsar su desarrollo profesional.
Las estadísticas abonan el nuevo escenario: mientras que la ciencia sigue sumando elementos para mejorar la reproducción asistida, como por ejemplo la Inteligencia Artificial, la tasa de natalidad descendió abruptamente en la última década. Según datos difundidos recientemente por el Ministerio de Salud de la Nación, en 2023 nació un 40% menos de bebés que en 2014 y la tendencia se afirma.
“La IA revolucionó todo. Hoy nos permite saber cuál es el mejor embrión, si el endometrio es receptivo, ver la calidad de los óvulos y hasta predecir cómo se va a comportar el embrión en el caso de congelar óvulos. Pero la natalidad está bajando. Pensábamos que la pandemia iba a traer un boom de nacimientos pero no fue así. No sabemos lo que va a pasar mañana. Lo que sí sabemos es que no hay nada mejor que quien quiera tener hijos pueda tenerlos”, remarca Pasqualini.
Carolina “Pampita” Ardohain dio a luz a su quinta hija, la primera con su marido, Roberto Garcí...
Leer más¿Le prestas atención al color de la sangre menstrual? Es importante que mires cuál es el color ...
Leer másUna especialista explica de qué manera se puede modificar el ciclo menstrual. Si alguna vez te preg...
Leer más